-¿Recuerdas
tu primera Navidad? – preguntó el terapeuta al joven sobre el diván
-
Eh…
No ¡Cómo voy a recordarlo era muy chico!
-
No
te estoy preguntando sobre la primera Navidad que viviste ¡Tenías cuatro meses
de edad por Dios!... ah – suspiró el galeno quitando sus lentes y limpiándolos
con el faldón de su chaqueta.
El joven aquel había llegado a su consulta hace
un par de semanas, teniéndolo como el último recurso a su problema.
Un problema con el que ya llevaba años viviendo
y que ni todas las camas de Chicago, ni todas las vacaciones en la Florida , ni todos los
viajes por Europa le habían podido librar.
Pero era complicado. ¡Él era complicado! aquel
muchacho necesitaba ayuda ¡¡hace rato!! Y no solo con ese problema, con toda su
vida en general. A este le vendría bien una sesión de hipnosis regresiva para ver si se le
enderezaba la mente pero desde el inicio porque a veces parecía tenerla torcida
a pulso; y es que tenía problemas que solo son el resultado de una mala niñez
producto de una mala crianza.
-
Mira
Neil – dijo el terapeuta colocándose de nueva cuenta los anteojos – lo que
quiero es saber sobre la primera Navidad que recuerdas ¿Cómo fue? ¿Qué fue lo
que recibiste de obsequio? ¿Recuerdas qué llevabas puesto? ¿les visitó Santa
Claus?
-
¡Santa
Claus no existe! – resopló el muchacho.
-
Ya
lo sé… solo estoy haciendo preguntas que sé que inmediatamente traerán un
recuerdo a tu memoria. Mira, por
ejemplo, si te pregunto qué llevabas puesto en tu último cumpleaños ¿Qué me responderías?
– dijo el medico mirándolo sobre la montura de sus lentes.
-
Pues…
un traje gris, de confección italiana, camisa de seda, corbata color plata,
mancuernas de oro blanco…
-
¡Bien!
Pero eso fue fácil, porque tu ultimo cumpleaños fue hace cuatro meses ¿no es así?
Ahora, cuéntame sobre la primera Navidad que recuerdas.
-
Mmm…
está bien – respondió el joven en un suspiro fastidiado. Se acomodó mejor sobre
el diván. Cruzó sus pies y colocó sus manos detrás de su cabeza, cerrando los
ojos.
-
Bueno
la primera Navidad que se me viene a la mente es de cuando tenía 6 años. La
recuerdo porque fue la primera vez que mamà nos dejó a mi hermana y a mì jugar
con la nieve. No nos dejaba ¿sabe? Temía que nos resfriáramos. Pero aquella
Navidad si lo hicimos.
-
Bien,
muy bien. Ese es un buen comienzo. Ahora tratemos de recordar el día de Navidad
en concreto. ¿Qué hiciste esa Víspera?
-
Mmm…
No sé. Aburrirme de muerte supongo, como todos los años.
-
Pero,
algo agradable debes de recordar.
-
Mire,
mis Navidades cuando yo era chico no eran agradables ¿ya? Tenía que soportar a
la abuela diciéndole a mamá lo mal que nos alimenta y lo flaco que estamos y a tía
Petunia jaloneando mis mejillas como si quisiera arrancármelas, mientras me repetía
que yo era “adorable”. Luego el tío Chuck, que cuando se pasaba con el ponche
siempre comenzaba a insistir que le jalara del dedo… ¡Desagradable! Y la tía
Elroy que siempre me regaló un suéter. Siempre me pregunté si la tía no sabía
qué demonios era un juguete porque jamás me dio uno… solo un mugroso suéter
navideño que inevitablemente tenía que usar toda la noche y que luego, quemaba
a escondidas en el patio.
-
¿Todo
eso es de la primera Navidad que recuerdas?- preguntó el galeno, sorprendido de
lo que el joven le contaba
-
¡No!
Eso es de todas las Navidades que recuerdo hasta que cumplí dieciséis años.
-
¿Y
después que cumpliste dieciséis qué sucedió?
-
Nada,
solo que empecé a recibir invitaciones de amistades, y la Navidad ya no la pasé aburrido
en casa. Eso es todo.
-
¿Y
tienes alguna invitación para esta?
-
Por
su puesto, hoy en la noche ¡Katty Bloom!… con ella siempre tengo invitaciones
para la noche – respondió el joven con una sonrisa maliciosa.
-
Ejem
entiendo…- dijo el buen hombre aclarando su garganta - bueno, volvamos a la nieve, parece ser un bonito
recuerdo ¿no es así?
-
Si…
- dijo el muchacho con una delicada sonrisa – la nieve para mi es un hermoso
recuerdo.
-
Bien
¿cómo fue la primera vez que jugaste en ella?
-
¡Todo
un descubrimiento! – dijo el chico abriendo mucho los ojos – al mirarla caer
por la ventana de mi habitación, yo pensaba que era algo maligno porque mamá siempre
nos decía que cerráramos las ventanas y nos alejáramos de ahí. Yo solo podía
quedarme embelesado mirando como todo alrededor quedaba cubierto de blanco, tan
pulcro… preguntándome cómo algo tan hermoso podría ser malo. Pero aquella víspera
nevó toda la noche. Así que al día siguiente todo el jardín estaba cubierto de
ella. Mamá nos embutió a mi hermana y a mí en dos pares de abrigos, nos puso
gorro, guantes, botas y una bufanda tan pero tan gruesa que, entre gorro y
bufanda, no se le veía a mi hermana nada más que los ojos jajajaja.
El medico sonríe sorprendido al escuchar reír tan hermosamente al joven. No es para menos,
le parece mentira que un muchacho tan resentido y amargado como él de pronto pueda reír de buena gana ante un
recuerdo de su niñez.
- Para mì fue como hacer realidad de un sueño;
querìa saber còmo era la nieve. No solo verla, pero tocarla tambien, asì que me
quitè un guante y agarrè un puñado. La mano empezó casi a quemarme de lo helada
que estaba, pero no me importò, para mì fue maravilloso descubrirlo. Cuando
escuchè a mamà acercàndose, fui tan tonto, que para que no me regañara me la
metì a la boca, descubrì que se volvìa agua y que la podìa beber, pero no era
un agua comùn, esta sabìa deliciosa.
-
Asì
que, tu hermana y tù jugaron todo el dìa en el jardìn.
-
Si…
no, no en el jardìn no. Mamà tiene un hermano ¿sabe? El menor de ellos. Ahora
es una lata el hombre, tan educado, tan correcto, tan… ¡rubio! … pero cuando
era chico, era medio agradable. Èl le dijo a mi hermana que el lago en esa
època se congelaba, y que serìa buena idea ir a patinar. A mi mamà no le
pareciò nada buena idea, pero terminò accediendo, màs que nada porque tìo
William, al ver que mamà no cedìa, se lo pidió a papà. Con papà hasta hoy se
llevan muy bien. Asì que fuimos hasta el lago.
-
¿Y
què tal el camino?
-
¡Ah
hermoso! Todo a nuestro alrededor cubierto de nieve, todo tan blanco, todo tan
frìo. Mamà trataba de alejarme de la ventana del auto, e insistìa en acomodarme
la bufanda alrededor del cuello, pero yo no podìa dejar de mirar, y solo querìa
llegar a donde quiera que fuèramos para poder tocarla otra vez.
-
¿Cuándo
llegaron al lago què sucediò?
-
No
me gustò. Me pareciò muy silencioso, ademàs el viento soplaba tanto que me
hacìa doler la cara. Pero el tìo William estaba contentìsimo. Se puso los
patines y agarrò a mamà de ambas manos arrastràndola con èl. Claro que mamà se
puso a gritar como loca jajaja fue muy divertido. Como ella no quiso saber nada
del lago, tìo William agarrò a mi hermana Eliza y se la montò en la espalda, y
empezó a dar vueltas y màs vueltas… Eliza estaba tan contenta aquel dìa. Pero
ella ya no se acuerda, de hecho, ahora le cae muy mal nuestro tìo.
-
Vaya
què mal - dijo el medico suspirando - pero
tù sì lo recuerdas y eso es lo importante, porque aquì estamos hablando de tì
no de tu hermana… aunque por todo lo que me has contado de ella, no le vendrìa
mal visitarme…
-
¿Què
està insinuando? – dijo Neil medio incorporàndose.
-
¡Nada
hijo, nada! Ehm… sìgueme contando del dìa del lago, luego de que tu tìo se
llevò a patinara tu hermana ¿Tù què hacìas? – dijo èl, mietras reponìa sus
anteojos en su narìz y continuaba tomando notas.
-
Mmm…
no recuerdo bien… ¡ah sì! Habìa un animal, una ardilla o algo asì. Yo nunca
habìa visto una tan de cerca y me pareciò interesante, asì que la seguì. Cuando
me dì cuenta estaba en medio del bosque y no sabìa para donde volver.
-
¿Te
perdiste en medio del bosque a los seis años? Debiste haberte asustado
muchìsimo.
-
No
crea. Bueno, al principio si, me vi en un lugar desconocido y solo, pero bastò
mirar a mi alrededor para que mi temor se desvaneciera ¿ha visto usted un
bosque nevado? ¿no? ¡es màgico! Me parecìa a mi como si estuviera dentro de la
ilustración de algùn cuento de hadas.
-
Que
bonito… pero lo cierto es que un bosque en invierno es un lugar muy peligroso
para cualquiera, ahora no digamos para un niño de seis años ¿Còmo fue que
saliste de ahì?
-
Seguì
caminando. Solo continuè andando en medio de los àrboles, escuchando los ruidos
a mi alrededor, las hojas que movìa el viento, la nieve de las copas cayendo al
piso, las ardillas y las zorras escabullèndose por ahì. Luego el bosque terminò
y habìa un claro que …
-
¿Porquè
te detienes? ¿Sucede algo?
-
Es
que… acabo de recordar algo, pero no sè…
-
No
te preocupes, tu dime què fue.
-
Una
violeta.
-
¿Una
violeta?
-
Sì,
una violeta.
-
Bueno
¿què tiene de particular una violeta?
-
Oiga
– dijo Neil, colocàndose boca abajo y mirando al galeno - ¿usted ha visto alguna
vez una violeta en invierno?
-
¡¿Una
violeta en invierno!? No, nunca he visto una.
-
Ah
pues ahí està lo particular, que recuerdo que, en la vera del bosque habìa una
violeta. Salìa yo del bosque y, en el senderillo justo donde comenzaba una
colina que se extendìa; entre la nieve y tallos de plantas secas, habìa una
violeta; tan azul pero tan azul que hubiera sido imposible que yo no la viera.
¿Puede imaginàrselo? Una violeta, de brillante color azul encendido, brillando
sola, en medio de la nieve.
-
Es
una hermosa imagen sin duda, pero…
-
Pero
irreal ¿verdad? ¿Es eso lo que iba a decir?
-
No
Neil, mira. Que yo no halla visto una violeta en invierno no significa que no
sea posible que tu te hallas encontrado una. Ciertamente las violetas son
flores sumamente delicadas que necesitan de ciertas condiciones para
sobrevivir, y el invierno no es una de las màs propicias. Pero por otro lado,
la naturaleza puede ser capaz de sobrepasarse a sì misma en ocaciones, creando
verdaderos prodigios. Nunca pongas en duda la capacidad de la naturaleza para
sorprendernos.
-
O
sea que usted cree posible que yo halla visto una violeta en medio de la nieve.
-
Si,
porquè no. Ya te lo dije; a veces, aunque en muy raras ocaciones, la naturaleza
es capaz de una exepciòn en las especies, creaturas que a pesar de la
delicadeza que ostenten son capaces de sobrevivir a pesar de las condiciones
extremas a las que son sometidas. Te aseguro que si haces memoria o si miras a
tu alrededor podras notar muchas cosas casi tan fascinantes o sorprendentes
como una violeta entre la nieve.
Neil frunciò el ceño un momento y bajò la
cabeza, girò sobre su pecho colocàndose sobre su espalda una vez màs y dejò
escapar un hondo suspiro.
-
Si…-
dijo de pronto – usted tiene razòn, una vez conocì a alguien que era como una
violeta entre la nieve.
-
¿Quieres
hablarme de esa persona? –preguntò el mèdico.
-
No…
no, mejor ahora no.
-
¿Y
porquè no?
-
Porque…
¡Porque estábamos hablando de mi primera Navidad! Y ella no tiene nada que ver
con eso.
-
¿Ella?...
està bien, pero creeme, no podràs seguir escapando mucho màs tiempo de ese
recuerdo. Sea quien sea, tardeo temprano tendràs que hablarme de “ella” quieras
o no.
-
Si,
si; lo que usted diga.
-
Ok
Neil… sigueme contando ¿Què sucediò luego de que saliste del bosque y viste la
violeta entre la nieve?
-
¡La
arranquè!
-
¿Hiciste
què?
-
Lo
que escucha, la arranquè.
-
Ay
Neil… - suspirò el terapeuta – bueno no me sorprende que lo hicieras la verdad.
-
No
es que usted no lo entiende; era tan bella que me quedè fascinado, asì que la
tomè.
-
Si,
a eso me referìa. Un niño de seis años puede fácilmente quedar embelesado con
algo fascinante; la niñez en su inocencia es egoista por naturaleza. En ese
momento seguro que en lo ùltimo en que pensaste es en que esa era la ùltima
violeta del bosque en ese momento.
-
Uhm…
pues asì como lo dice; hasta me hace sentir culpable…
-
¿Qué
no lo habias pensado antes?
-
¿Cómo
quiere que lo hubiera pensado? Es la primera vez desde que tengo seis años que
pienso en ello, usted està haciendo que lo recuerde.
-
Entiendo…
bien continuemos. Estamos rememorando la primera Navidad que logras recordar
¿Què sucediò después de que arrancaste la ultima violeta que habìa
valientemente sobrevivido al crudo invierno?
-
¡¡¡OIGA!!!
-
Està
bien no te enfades, fue solo una broma.
-
¿Su
juramento hipocràtico le permite hacer bromas a costillas de la conciencia de
sus pacientes?
-
….
-
¡Ah
lo dejè callado eh! Jajaja No se preocupe yo tambièn estoy bromeando.. Bueno a ver
mmm… luego de lo de la violeta… no recuerdo.
-
¿Cómo
no vas a recordar? A ver has un esfuerzo.
-
Mmm…
nop, no me acuerdo.
-
Algo
màs debes recordar Neil, vamos. A ver ¿Cómo volviste a tu casa después?
Recordemos que has atravesado un recodo del bosque ¿cómo volviste?
-
Mi
madre me llamó… Sí, oí la voz de mi madre y corrí hacia ella.
-
¿Y
la violeta?
-
La
violeta… no, no recuerdo qué sucedió con la violeta.
-
Bien…
no importa dejemos la violeta. Vamos a…
-
¡No
cómo “dejemos la violeta”! ¿Què tipo de siquiatra es usted?
-
Pero
es que ya no recuerdas y… ay es solo una violeta.
-
No
es solo una violeta, usted mismo lo dijo: era la última violeta del bosque y
yo…
-
Calmate
Neil… Cuèntame ¿por qué es tan importante para ti esa violeta?
-
¡Como
quiere que yo lo sepa el siquiatra es usted!
-
No
serà porque… porque te recuerda a “ella”
-
¿A
quien?
-
No
se, tu fuiste quien la mencionó luego de hablar de la violeta.
-
No…
ella no tiene nada que ver con la violeta…. Pero sí quiero saber qué sucedió
con la violeta.
-
Bien,
pero dejate en mis manos ¿entendido?
-
¡No
me hipnotice o lo demando!
-
¡No
voy a hacer eso! ¿quieres calmarte? Recuestate, relàjate, ciera los ojos… A ver
pon tu mente en blanco, absolutamente en blanco ¿què ves?
-
Blanco
¡¿No me dijo que ponga la mente en blanco…?!
-
Sí,
si, està bien no te exaltes. Mantèn tu mente en blanco., Respira profundo… eso
es, tranquilo. Ahora, tu mente està en blanco, pero una imagen se forma ¿Què
imagen es?
-
Una
violeta…
-
¡Dale
con la violeta…! bueno ¿dónde està la violeta?
-
En
sus manos…
-
¿En
mis manos?
-
No,
en las manos de la niña…
-
¿Niña?
¿Cuál niña?
-
La
niña a la que le regalè la violeta.
-
Acabáramos,
ahì es donde terminò la famosa violeta; se la regalaste a una niña… ¿Y esa
niña, de dònde saliò?
-
De
la casita màs allà… detràs del árbol grande, donde viven muchos chicos.
-
Ah
de una casa de campo de seguro ¿Porquè le has regalado la violeta?
-
¡Porque
es linda! – dijo el joven esbozando una sonrisa - Me ha regañado por haber
arrancado la violeta, es muy chiquita y casi no le entendí lo que me dijo, estaba
muy enfadada, pero eso la hacìa ver màs linda todavía.
-
¿Es
una niña màs grande que tù o màs pequeña?
-
Màs
pequeña, debe tener… la edad de mi hermanita.
-
Así
que te gustó la niña, y por eso le regalaste la violeta. Cuéntame Neil ¿Cómo es
la niña?
-
¡Muy
linda! Tiene el cabello rubio y…
Neil abriò los ojos de improviso, se incorporó
de golpe y murmuró algo de manera inaudible.
-¿Neil? ¿Neil? ¿Estàs bien? ¿Qué es lo que
recordaste?
-
¡Me
tengo que ir! – dijo el joven poniéndose de pie de improviso.
-Espera Neil, no puedes irte así en medio de
una sesión. Además aun nos quedan quince minutos…
-
No
se preocupe, le pagaré la hora completa, cárguela a mi factura y que tenga
buenas tardes.
-
¡¡Neil!!...
qué muchacho para raro en verdad, en todos mis años de siquiatra…
La puerta volvió a abrirse de pronto haciendo
sobresaltar al galeno.
-
¡¡Que
tenga muy Feliz Navidad, doctor!! – diciendo esto, Neil Leagan volvió a salir
de aquella oficina.
Esa Navidad fue especial en varios sentidos
para muchos en La Ciudad de los Vientos.
Muchas personas recordarían entre risas a un
loco que recorrió cada florería de Chicago hasta entrada la noche buscando
violetas ¡violetas! En plena Noche Buena.
Una
Navidad, 6 años después, una joven mirando su diploma de maestra,
recordaría con una dulce sonrisa al joven que fue capaz de pagar casi $500 por
una de las violetas que ella criaba en un invernadero en macetas con fanales y
calefacción en espera de la primavera, pues con ese dinero ella logró su sueño
de entrar a la universidad.
Elroy Andrew recibiría la maravillosa noticia
de que sería Tía bisabuela para junio.
Eliza Leagan recibiría por fin la propuesta de
matrimonio que llevaba casi un año cazando… ejem perdón… esperando.
Su madre Sarah, recibiría como obsequio un
juego de té… ¡otro más! En lugar del ansiado collar de diamantes que había
deseado “heredar” desde niña, y para colmo durante la cena, lo vio colgado del
blanco, joven y radiante cuello de Annie Cornwell, quien prontamente sería
madre.
La Srta. Bloom se quedaría con la cena
preparada y los invitados esperando al invitado de honor que nunca llegó.
Un joven trigueño de ojos claros, condujo toda
la madrugada, desde Chicago hasta Lakewood, en medio de lo que gracias a Dios,
no se volvió ventisca, sino apenas una leve y muy suave nevada; con un
artilugio de vidrio delicadamente envuelto en su propia chaqueta mientras él,
tiritaba de frío frente el volante.
-
¡¡Qué
dice la tarjeta Candy, qué dice la tarjeta!!
La mañana de Navidad, había llegado al Hogar de
Pony, y los niños habían despertado muy temprano para ver qué les había dejado
Santa Claus bajo el pino adornado de cientos de palomitas de maíz, que ellos
mismos habían pintado con acuarelas y ensartado una detrás de otra en largos
hilos de nailon días antes.
Ahora mismo, cada uno de ellos había
descubierto que Santa les había dejado preciosos regalos.
Una muñeca de trapo para Rosie, un caballito de
palo para Junior, un cochecito de madera para Freddy…
Ahora mismo la pequeña Melanie, había dejado de
lado el hermoso Teddy Bear que había recibido para brincar detrás de Candy
exigiéndole prácticamente que le contara qué decía en la tarjeta que traía
pegada aquel extraño regalo que le había traído Santa Claus y que no había
dejado bajo el árbol como los demás, sino sobre la alfombra, ni muy cerca ni
muy lejos de la chimenea.
“Por aquella primera Navidad…
la última violeta del invierno. ¡Feliz Navidad Candy!” Leyó la joven rubia de ojos verde
esmeralda en la tarjeta de estilizada caligrafía, volteándola para ver, si no
había firma, un nombre… nada. Solo esas palabras con su nombre.
-
¡Violetas
en Navidad! – exclamó la hermana María – eso sí que es un milagro, dámela
Candy, hay que mantenerla tibia para que no se marchite.
-
No
se preocupe hermana María, ya la llevo yo – respondió ella, acunando la maceta
con el fanal dentro de su albornoz de franela.
-
¿No
hay violetas en invierno Candy? – preguntó Rosie.
-
Claro
que no boba – dijo Freddy con autosuficiencia - ¿no ves que la nieve las
marchita?
-
Pero…-
murmuró Candy asomada a la ventana, tratando de definir quien se habría
escabullido en la madrugada a dejar aquel fanal con la violeta dentro. – pero
yo si he visto una violeta en invierno… una violeta en la nieve.
-
¿Cuándo
Candy, cuando?
-
Cuando
era muy pequeña, así como tú Rosie- dijo Candy, justo cuando la Srta. Pony
llamaba a todos a desayunar y los niños corrían hacia la cocina.
-
Una
violeta en la nieve… - repitió para sí la joven mirando al horizonte blanco
cubierto de nieve que brillaba a la luz del sol que relumbraba – había un
chico… con una violeta…
De pronto, con expresión de asombro, Candy
levantó la vista y una suave sonrisa se dibujó en sus labios.
-Feliz Navidad, para ti también.- susurró
quedamente, mientras sus brazos acunaban delicadamente el fanal, calentándolo
con su propio pecho, y su mirada se perdía en el horizonte, entre los árboles blancos
de nieve.
Allá;
por donde ella sabía que quedaba el sendero que llevaba a la Mansión
Leagan.