BIENVENIDOS


viernes, 21 de marzo de 2014

UNA VIOLETA EN NAVIDAD





-¿Recuerdas tu primera Navidad? – preguntó el terapeuta al joven sobre el diván

-          Eh… No ¡Cómo voy a recordarlo era muy chico!

-          No te estoy preguntando sobre la primera Navidad que viviste ¡Tenías cuatro meses de edad por Dios!... ah – suspiró el galeno quitando sus lentes y limpiándolos con el faldón de su chaqueta.

El joven aquel había llegado a su consulta hace un par de semanas, teniéndolo como el último recurso a su problema.
Un problema con el que ya llevaba años viviendo y que ni todas las camas de Chicago, ni todas las vacaciones en la Florida, ni todos los viajes por Europa le habían podido librar.

Pero era complicado. ¡Él era complicado! aquel muchacho necesitaba ayuda ¡¡hace rato!! Y no solo con ese problema, con toda su vida en general. A este le vendría bien una sesión de  hipnosis regresiva para ver si se le enderezaba la mente pero desde el inicio porque a veces parecía tenerla torcida a pulso; y es que tenía problemas que solo son el resultado de una mala niñez producto de una mala crianza.

-          Mira Neil – dijo el terapeuta colocándose de nueva cuenta los anteojos – lo que quiero es saber sobre la primera Navidad que recuerdas ¿Cómo fue? ¿Qué fue lo que recibiste de obsequio? ¿Recuerdas qué llevabas puesto? ¿les visitó Santa Claus?

-          ¡Santa Claus no existe! – resopló el muchacho.

-          Ya lo sé… solo estoy haciendo preguntas que sé que inmediatamente traerán un recuerdo a  tu memoria. Mira, por ejemplo, si te pregunto qué llevabas puesto en tu último cumpleaños ¿Qué me responderías? – dijo el medico mirándolo sobre la montura de sus lentes.

-          Pues… un traje gris, de confección italiana, camisa de seda, corbata color plata, mancuernas de oro blanco…

-          ¡Bien! Pero eso fue fácil, porque tu ultimo cumpleaños fue hace cuatro meses ¿no es así? Ahora, cuéntame sobre la primera Navidad que recuerdas.

-          Mmm… está bien – respondió el joven en un suspiro fastidiado. Se acomodó mejor sobre el diván. Cruzó sus pies y colocó sus manos detrás de su cabeza, cerrando los ojos.

-          Bueno la primera Navidad que se me viene a la mente es de cuando tenía 6 años. La recuerdo porque fue la primera vez que mamà nos dejó a mi hermana y a mì jugar con la nieve. No nos dejaba ¿sabe? Temía que nos resfriáramos. Pero aquella Navidad si lo hicimos.
-          Bien, muy bien. Ese es un buen comienzo. Ahora tratemos de recordar el día de Navidad en concreto. ¿Qué hiciste esa Víspera?

-          Mmm… No sé. Aburrirme de muerte supongo, como todos los años.

-          Pero, algo agradable debes de recordar.

-          Mire, mis Navidades cuando yo era chico no eran agradables ¿ya? Tenía que soportar a la abuela diciéndole a mamá lo mal que nos alimenta y lo flaco que estamos y a tía Petunia jaloneando mis mejillas como si quisiera arrancármelas, mientras me repetía que yo era “adorable”. Luego el tío Chuck, que cuando se pasaba con el ponche siempre comenzaba a insistir que le jalara del dedo… ¡Desagradable! Y la tía Elroy que siempre me regaló un suéter. Siempre me pregunté si la tía no sabía qué demonios era un juguete porque jamás me dio uno… solo un mugroso suéter navideño que inevitablemente tenía que usar toda la noche y que luego, quemaba a escondidas en el patio.

-          ¿Todo eso es de la primera Navidad que recuerdas?- preguntó el galeno, sorprendido de lo que el joven le contaba

-          ¡No! Eso es de todas las Navidades que recuerdo hasta que cumplí dieciséis años.

-          ¿Y después que cumpliste dieciséis qué sucedió?

-          Nada, solo que empecé a recibir invitaciones de amistades, y la Navidad ya no la pasé aburrido en casa. Eso es todo.

-          ¿Y tienes alguna invitación para esta?

-          Por su puesto, hoy en la noche ¡Katty Bloom!… con ella siempre tengo invitaciones para la noche – respondió el joven con una sonrisa maliciosa.

-          Ejem entiendo…- dijo el buen hombre aclarando su garganta -  bueno, volvamos a la nieve, parece ser un bonito recuerdo ¿no es así?

-          Si… - dijo el muchacho con una delicada sonrisa – la nieve para mi es un hermoso recuerdo.

-          Bien ¿cómo fue la primera vez que jugaste en ella?

-          ¡Todo un descubrimiento! – dijo el chico abriendo mucho los ojos – al mirarla caer por la ventana de mi habitación, yo pensaba que era algo maligno porque mamá siempre nos decía que cerráramos las ventanas y nos alejáramos de ahí. Yo solo podía quedarme embelesado mirando como todo alrededor quedaba cubierto de blanco, tan pulcro… preguntándome cómo algo tan hermoso podría ser malo. Pero aquella víspera nevó toda la noche. Así que al día siguiente todo el jardín estaba cubierto de ella. Mamá nos embutió a mi hermana y a mí en dos pares de abrigos, nos puso gorro, guantes, botas y una bufanda tan pero tan gruesa que, entre gorro y bufanda, no se le veía a mi hermana nada más que los ojos jajajaja.

El medico sonríe sorprendido al escuchar reír  tan hermosamente al joven. No es para menos, le parece mentira que un muchacho tan resentido y amargado como él  de pronto pueda reír de buena gana ante un recuerdo de su niñez.

- Para mì fue como hacer realidad de un sueño; querìa saber còmo era la nieve. No solo verla, pero tocarla tambien, asì que me quitè un guante y agarrè un puñado. La mano empezó casi a quemarme de lo helada que estaba, pero no me importò, para mì fue maravilloso descubrirlo. Cuando escuchè a mamà acercàndose, fui tan tonto, que para que no me regañara me la metì a la boca, descubrì que se volvìa agua y que la podìa beber, pero no era un agua comùn, esta sabìa deliciosa.

-          Asì que, tu hermana y tù jugaron todo el dìa en el jardìn.

-          Si… no, no en el jardìn no. Mamà tiene un hermano ¿sabe? El menor de ellos. Ahora es una lata el hombre, tan educado, tan correcto, tan… ¡rubio! … pero cuando era chico, era medio agradable. Èl le dijo a mi hermana que el lago en esa època se congelaba, y que serìa buena idea ir a patinar. A mi mamà no le pareciò nada buena idea, pero terminò accediendo, màs que nada porque tìo William, al ver que mamà no cedìa, se lo pidió a papà. Con papà hasta hoy se llevan muy bien. Asì que fuimos hasta el lago.

-          ¿Y què tal el camino?

-          ¡Ah hermoso! Todo a nuestro alrededor cubierto de nieve, todo tan blanco, todo tan frìo. Mamà trataba de alejarme de la ventana del auto, e insistìa en acomodarme la bufanda alrededor del cuello, pero yo no podìa dejar de mirar, y solo querìa llegar a donde quiera que fuèramos para poder tocarla otra vez.

-          ¿Cuándo llegaron al lago què sucediò?

-          No me gustò. Me pareciò muy silencioso, ademàs el viento soplaba tanto que me hacìa doler la cara. Pero el tìo William estaba contentìsimo. Se puso los patines y agarrò a mamà de ambas manos arrastràndola con èl. Claro que mamà se puso a gritar como loca jajaja fue muy divertido. Como ella no quiso saber nada del lago, tìo William agarrò a mi hermana Eliza y se la montò en la espalda, y empezó a dar vueltas y màs vueltas… Eliza estaba tan contenta aquel dìa. Pero ella ya no se acuerda, de hecho, ahora le cae muy mal nuestro tìo.

-          Vaya què mal - dijo el medico suspirando -  pero tù sì lo recuerdas y eso es lo importante, porque aquì estamos hablando de tì no de tu hermana… aunque por todo lo que me has contado de ella, no le vendrìa mal visitarme…

-          ¿Què està insinuando? – dijo Neil medio incorporàndose.

-          ¡Nada hijo, nada! Ehm… sìgueme contando del dìa del lago, luego de que tu tìo se llevò a patinara tu hermana ¿Tù què hacìas? – dijo èl, mietras reponìa sus anteojos en su narìz y continuaba tomando notas.

-          Mmm… no recuerdo bien… ¡ah sì! Habìa un animal, una ardilla o algo asì. Yo nunca habìa visto una tan de cerca y me pareciò interesante, asì que la seguì. Cuando me dì cuenta estaba en medio del bosque y no sabìa para donde volver.

-          ¿Te perdiste en medio del bosque a los seis años? Debiste haberte asustado muchìsimo.

-          No crea. Bueno, al principio si, me vi en un lugar desconocido y solo, pero bastò mirar a mi alrededor para que mi temor se desvaneciera ¿ha visto usted un bosque nevado? ¿no? ¡es màgico! Me parecìa a mi como si estuviera dentro de la ilustración de algùn cuento de hadas.

-          Que bonito… pero lo cierto es que un bosque en invierno es un lugar muy peligroso para cualquiera, ahora no digamos para un niño de seis años ¿Còmo fue que saliste de ahì?

-          Seguì caminando. Solo continuè andando en medio de los àrboles, escuchando los ruidos a mi alrededor, las hojas que movìa el viento, la nieve de las copas cayendo al piso, las ardillas y las zorras escabullèndose por ahì. Luego el bosque terminò y habìa un claro que …

-          ¿Porquè te detienes? ¿Sucede algo?

-          Es que… acabo de recordar algo, pero no sè…

-          No te preocupes, tu dime què fue.

-          Una violeta.

-          ¿Una violeta?

-          Sì, una violeta.

-          Bueno ¿què tiene de particular una violeta?

-          Oiga – dijo Neil, colocàndose boca abajo y mirando al galeno - ¿usted ha visto alguna vez una violeta en invierno?

-          ¡¿Una violeta en invierno!? No, nunca he visto una.

-          Ah pues ahí està lo particular, que recuerdo que, en la vera del bosque habìa una violeta. Salìa yo del bosque y, en el senderillo justo donde comenzaba una colina que se extendìa; entre la nieve y tallos de plantas secas, habìa una violeta; tan azul pero tan azul que hubiera sido imposible que yo no la viera. ¿Puede imaginàrselo? Una violeta, de brillante color azul encendido, brillando sola, en medio de la nieve.

-          Es una hermosa imagen sin duda, pero…

-          Pero irreal ¿verdad? ¿Es eso lo que iba a decir?

-          No Neil, mira. Que yo no halla visto una violeta en invierno no significa que no sea posible que tu te hallas encontrado una. Ciertamente las violetas son flores sumamente delicadas que necesitan de ciertas condiciones para sobrevivir, y el invierno no es una de las màs propicias. Pero por otro lado, la naturaleza puede ser capaz de sobrepasarse a sì misma en ocaciones, creando verdaderos prodigios. Nunca pongas en duda la capacidad de la naturaleza para sorprendernos.

-          O sea que usted cree posible que yo halla visto una violeta en medio de la nieve.

-          Si, porquè no. Ya te lo dije; a veces, aunque en muy raras ocaciones, la naturaleza es capaz de una exepciòn en las especies, creaturas que a pesar de la delicadeza que ostenten son capaces de sobrevivir a pesar de las condiciones extremas a las que son sometidas. Te aseguro que si haces memoria o si miras a tu alrededor podras notar muchas cosas casi tan fascinantes o sorprendentes como una violeta entre la nieve.

Neil frunciò el ceño un momento y bajò la cabeza, girò sobre su pecho colocàndose sobre su espalda una vez màs y dejò escapar un hondo suspiro.

-          Si…- dijo de pronto – usted tiene razòn, una vez conocì a alguien que era como una violeta entre la nieve.

-          ¿Quieres hablarme de esa persona? –preguntò el mèdico.

-          No… no, mejor ahora no.

-          ¿Y porquè no?

-          Porque… ¡Porque estábamos hablando de mi primera Navidad! Y ella no tiene nada que ver con eso.

-          ¿Ella?... està bien, pero creeme, no podràs seguir escapando mucho màs tiempo de ese recuerdo. Sea quien sea, tardeo temprano tendràs que hablarme de “ella” quieras o no.

-          Si, si; lo que usted diga.

-          Ok Neil… sigueme contando ¿Què sucediò luego de que saliste del bosque y viste la violeta entre la nieve?

-          ¡La arranquè!

-          ¿Hiciste què?

-          Lo que escucha, la arranquè.

-          Ay Neil… - suspirò el terapeuta – bueno no me sorprende que lo hicieras la verdad.

-          No es que usted no lo entiende; era tan bella que me quedè fascinado, asì que la tomè.

-          Si, a eso me referìa. Un niño de seis años puede fácilmente quedar embelesado con algo fascinante; la niñez en su inocencia es egoista por naturaleza. En ese momento seguro que en lo ùltimo en que pensaste es en que esa era la ùltima violeta del bosque en ese momento.

-          Uhm… pues asì como lo dice; hasta me hace sentir culpable…

-          ¿Qué no lo habias pensado antes?

-          ¿Cómo quiere que lo hubiera pensado? Es la primera vez desde que tengo seis años que pienso en ello, usted està haciendo que lo recuerde.

-          Entiendo… bien continuemos. Estamos rememorando la primera Navidad que logras recordar ¿Què sucediò después de que arrancaste la ultima violeta que habìa valientemente sobrevivido al crudo invierno?

-          ¡¡¡OIGA!!!

-          Està bien no te enfades, fue solo una broma.

-          ¿Su juramento hipocràtico le permite hacer bromas a costillas de la conciencia de sus pacientes?

-          ….

-          ¡Ah lo dejè callado eh! Jajaja No se preocupe yo tambièn estoy bromeando.. Bueno a ver mmm… luego de lo de la violeta… no recuerdo.

-          ¿Cómo no vas a recordar? A ver has un esfuerzo.

-          Mmm… nop, no me acuerdo.

-          Algo màs debes recordar Neil, vamos. A ver ¿Cómo volviste a tu casa después? Recordemos que has atravesado un recodo del bosque ¿cómo volviste?

-          Mi madre me llamó… Sí, oí la voz de mi madre y corrí hacia ella.

-          ¿Y la violeta?

-          La violeta… no, no recuerdo qué sucedió con la violeta.

-          Bien… no importa dejemos la violeta. Vamos a…

-          ¡No cómo “dejemos la violeta”! ¿Què tipo de siquiatra es usted?

-          Pero es que ya no recuerdas y… ay es solo una violeta.

-          No es solo una violeta, usted mismo lo dijo: era la última violeta del bosque y yo…

-          Calmate Neil… Cuèntame ¿por qué es tan importante para ti esa violeta?

-          ¡Como quiere que yo lo sepa el siquiatra es usted!

-          No serà porque… porque te recuerda a “ella”

-          ¿A quien?

-          No se, tu fuiste quien la mencionó luego de hablar de la violeta.

-          No… ella no tiene nada que ver con la violeta…. Pero sí quiero saber qué sucedió con la violeta.

-          Bien, pero dejate en mis  manos ¿entendido?

-          ¡No me hipnotice o lo demando!

-          ¡No voy a hacer eso! ¿quieres calmarte? Recuestate, relàjate, ciera los ojos… A ver pon tu mente en blanco, absolutamente en blanco ¿què ves?

-          Blanco ¡¿No me dijo que ponga la mente en blanco…?!

-          Sí, si, està bien no te exaltes. Mantèn tu mente en blanco., Respira profundo… eso es, tranquilo. Ahora, tu mente està en blanco, pero una imagen se forma ¿Què imagen es?

-          Una violeta…

-          ¡Dale con la violeta…! bueno ¿dónde està la violeta?

-          En sus manos…

-          ¿En mis manos?

-          No, en las manos de la niña…

-          ¿Niña? ¿Cuál niña?

-          La niña a la que le regalè la violeta.

-          Acabáramos, ahì es donde terminò la famosa violeta; se la regalaste a una niña… ¿Y esa niña, de dònde saliò?

-          De la casita màs allà… detràs del árbol grande, donde viven muchos chicos.

-          Ah de una casa de campo de seguro ¿Porquè le has regalado la violeta?

-          ¡Porque es linda! – dijo el joven esbozando una sonrisa - Me ha regañado por haber arrancado la violeta, es muy chiquita y casi no le entendí lo que me dijo, estaba muy enfadada, pero eso la hacìa ver màs linda todavía.

-          ¿Es una niña màs grande que tù o màs pequeña?

-          Màs pequeña, debe tener… la edad de mi hermanita.

-          Así que te gustó la niña, y por eso le regalaste la violeta. Cuéntame Neil ¿Cómo es la niña?

-          ¡Muy linda! Tiene el cabello rubio y…

Neil abriò los ojos de improviso, se incorporó de golpe y murmuró algo de manera inaudible.

-¿Neil? ¿Neil? ¿Estàs bien? ¿Qué es lo que recordaste?

-          ¡Me tengo que ir! – dijo el joven poniéndose de pie de improviso.

-Espera Neil, no puedes irte así en medio de una sesión. Además aun nos quedan quince minutos…

-          No se preocupe, le pagaré la hora completa, cárguela a mi factura y que tenga buenas tardes.

-          ¡¡Neil!!... qué muchacho para raro en verdad, en todos mis años de siquiatra…

La puerta volvió a abrirse de pronto haciendo sobresaltar al galeno.

-          ¡¡Que tenga muy Feliz Navidad, doctor!! – diciendo esto, Neil Leagan volvió a salir de aquella oficina.

Esa Navidad fue especial en varios sentidos para muchos en La Ciudad de los Vientos.
Muchas personas recordarían entre risas a un loco que recorrió cada florería de Chicago hasta entrada la noche buscando violetas ¡violetas! En plena Noche Buena.
Una  Navidad, 6 años después, una joven mirando su diploma de maestra, recordaría con una dulce sonrisa al joven que fue capaz de pagar casi $500 por una de las violetas que ella criaba en un invernadero en macetas con fanales y calefacción en espera de la primavera, pues con ese dinero ella logró su sueño de entrar a la universidad.
Elroy Andrew recibiría la maravillosa noticia de que sería Tía bisabuela para junio.
Eliza Leagan recibiría por fin la propuesta de matrimonio que llevaba casi un año cazando… ejem perdón… esperando.
Su madre Sarah, recibiría como obsequio un juego de té… ¡otro más! En lugar del ansiado collar de diamantes que había deseado “heredar” desde niña, y para colmo durante la cena, lo vio colgado del blanco, joven y radiante cuello de Annie Cornwell, quien prontamente sería madre.
La Srta. Bloom se quedaría con la cena preparada y los invitados esperando al invitado de honor que nunca llegó.
Un joven trigueño de ojos claros, condujo toda la madrugada, desde Chicago hasta Lakewood, en medio de lo que gracias a Dios, no se volvió ventisca, sino apenas una leve y muy suave nevada; con un artilugio de vidrio delicadamente envuelto en su propia chaqueta mientras él, tiritaba de frío frente el volante.


-          ¡¡Qué dice la tarjeta Candy, qué dice la tarjeta!!

La mañana de Navidad, había llegado al Hogar de Pony, y los niños habían despertado muy temprano para ver qué les había dejado Santa Claus bajo el pino adornado de cientos de palomitas de maíz, que ellos mismos habían pintado con acuarelas y ensartado una detrás de otra en largos hilos de nailon días antes.
Ahora mismo, cada uno de ellos había descubierto que Santa les había dejado preciosos regalos.
Una muñeca de trapo para Rosie, un caballito de palo para Junior, un cochecito de madera para Freddy…

Ahora mismo la pequeña Melanie, había dejado de lado el hermoso Teddy Bear que había recibido para brincar detrás de Candy exigiéndole prácticamente que le contara qué decía en la tarjeta que traía pegada aquel extraño regalo que le había traído Santa Claus y que no había dejado bajo el árbol como los demás, sino sobre la alfombra, ni muy cerca ni muy lejos de la chimenea.

“Por aquella primera Navidad… la última violeta del invierno. ¡Feliz Navidad Candy!” Leyó la joven rubia de ojos verde esmeralda en la tarjeta de estilizada caligrafía, volteándola para ver, si no había firma, un nombre… nada. Solo esas palabras con su nombre.

-          ¡Violetas en Navidad! – exclamó la hermana María – eso sí que es un milagro, dámela Candy, hay que mantenerla tibia para que no se marchite.

-          No se preocupe hermana María, ya la llevo yo – respondió ella, acunando la maceta con el fanal dentro de su albornoz de franela.

-          ¿No hay violetas en invierno Candy? – preguntó Rosie.

-          Claro que no boba – dijo Freddy con autosuficiencia - ¿no ves que la nieve las marchita?

-          Pero…- murmuró Candy asomada a la ventana, tratando de definir quien se habría escabullido en la madrugada a dejar aquel fanal con la violeta dentro. – pero yo si he visto una violeta en invierno… una violeta en la nieve.

-          ¿Cuándo Candy, cuando?

-          Cuando era muy pequeña, así como tú Rosie- dijo Candy, justo cuando la Srta. Pony llamaba a todos a desayunar y los niños corrían hacia la cocina.

-          Una violeta en la nieve… - repitió para sí la joven mirando al horizonte blanco cubierto de nieve que brillaba a la luz del sol que relumbraba – había un chico… con una violeta…

De pronto, con expresión de asombro, Candy levantó la vista y una suave sonrisa se dibujó en sus labios.

-Feliz Navidad, para ti también.- susurró quedamente, mientras sus brazos acunaban delicadamente el fanal, calentándolo con su propio pecho, y su mirada se perdía en el horizonte, entre los árboles blancos de nieve.

Allá;  por donde ella sabía que quedaba el sendero que llevaba a la Mansión Leagan.