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¿¡Se puede saber qué estás haciendo!? – preguntó
Neil al entrar de improviso a la habitación de su hermana – Mamá acaba de
llegar, está abajo y seguro que nos llama en cualquier momento a “tener una seria plática” con nosotros;
por lo de ayer…
- . ¡No me molestes con eso! ¿Qué no ves que estoy
practicando mi bordado? ¡Puedo picarme un dedo!... ¿Hiciste lo que te dije?
- -No pude… - dijo Neil mesándose el cabello, colocando
sobre la cómoda la bolsita plástica que llevaba en la mano – El jardinero está
en el seto de las flores de mamá, y el mozo lavando las lozas del patio. No
pude hacer nada.
-
- -Ah, bueno no importa – dijo Eliza elevando los
hombros.
- -Oye Eliza…
¿estás segura de…?
- -¡Te dije que no me molestes! ¿qué no ves que estoy
ocupada?
- -Sí… ya veo – dijo el joven alejándose de la
muchacha.
Ella, con mucha concentración, daba la puntada por un lado,
sacaba la aguja por el otro, estiraba bien el hilo… no mucho, para que el punto
no quedara torcido, y volvía a comenzar.
- -Vaya que te enfadaste por lo de ayer – dijo al
fin Neil sentado sobre la cama de su hermana dejando escapar una risita.
La niña volteó lentamente a mirarlo fijo,
le dedicó una torcedura de ojos y siguió con su labor resoplando.
-Sí, me enfadé – dijo después de un rato –
me enfadé mucho.
-Sí lo vi; y puedo ver que continúas
enfadada por tu manera de tirar de ese hilo.
-¿Esto? – preguntó la niña señalando su
labor de bordado –Nah, no sigo enfadada. Si continuara enfadada créeme, no
estaría haciendo esto… estaría haciendo algo mucho, mucho, pero mucho peor.
Al decir esto último, Eliza apretó los
dientes y entrecerró los ojos con furia, comenzando a rememorar los eventos
pasados.
Ya no era la primera vez que se metían en
problemas por culpa de los chismes de su primo…
“¡Tía
Abuela, Neil y Eliza lanzaron a Anthony al lago!”
“¡Tía
Abuela, Neil y Eliza rompieron las gafas de Stear!”
“¡Tía
Abuela, Neil y Eliza robaron las galletas de la cocina!”
“¡Tía
Abuela esto!” “¡Tía Abuela aquello!”
“¡Tía
Abuela… Tía Abuela… Tía Abuela…!”
¿Es que ese llorón no sabía decir otra
cosa?
¿No sabía aguantar una broma? ¡Caray!
Esta vez no habían hecho nada malo,
solamente les tiraron unas cuantas piedras a sus primos que retozaban un rato
en el río ¿Quién se iba a imaginar que una de esas piedras golpearía la ladera
con tan mala suerte que hicieran que se desprendiera una cantidad de rocas grandes y que los tres
chicos por poco no quedaran sepultados bajo un alud? ¡Nadie! Fue solo una
desafortunada coincidencia… ¿o no?
Además al final no había sucedido nada
malo, no era para tanto.
Pero no, Archie siempre tenía que correr
con el chisme a la Tía Abuela; y claro, la mujer siempre pasaba a regañarlos,
les retiraba el dinero de la mesada ¡¡a veces hasta por una semana entera!!
Y lo peor de todo… ¡¡los dejaba sin
postre!!
¡Ya estaba bueno de tanta injusticia! Y
ella ciertamente estaba ya harta de su metiche, bocón y lloricón primito.
- . ¡Listo! – dijo la niña, dando la última puntada
a su labor de bordado y, cortando el hilo con los dientes (un lindo y grueso
hilo tornasolado que iba del rosa pálido
al rojo intenso) dio por terminada su labor.
- -¡Vaya! Te quedó muy bien hermanita, has mejorado
muchísimo ¡Me encanta tu punto de cruz!
- - ¡Gracias! – dijo ella con una amplia sonrisa –
He estado practicando.
-Bueno… - balbuceó Neil abriendo lentamente la bolsita plástica e introduciendo
su mano en ella - ya que no tuve
oportunidad de enterrarla como me dijiste ¿con esto, qué hacemos?
Neil lentamente sacó su mano de la bolsa;
entre su pulgar y su índice sostenía con mucho cuidado un bulto extraño.
Algo alargado, algo redondeado; entre rojo
y rosa, con algo de morado… parecía una gran fresa, bastante maltratada hay que
decir, que destilaba su jugo rojo entre los dedos del chico.
Eliza se puso de pie de su taburete mirando
“eso” que su hermano sostenía.
Se colocó la mano en la barbilla y dijo “uhm…” como si pensara en algo.
-¡Lo tengo! – dijo abriendo mucho los ojos
con una gran sonrisa y chasqueando los dedos, sin notar que se dejaba unas
manchas en su blanco rostro.
-¡Silvia…! – exclamó entreabriendo la
puerta de su habitación - ¡Silvia la cena!
La estilizada gatita siamés entró
ronroneando llamada por su dueña que de inmediato le presentó aquello que Neil
tenía en su mano.
La gata olisqueó un poco, no se convenció
mucho, pero Eliza insistía.
Al final, bastó una gota de aquel jugo
sobre su morro para que la gatita comenzara a masticar primero suave, y luego
con ganas, lo que sus dueños le daban.
- -Yo creo que no volveremos a tener problemas con
Archie ¿Eh hermanita?
Eliza, brazos en jarras se volteó
y caminó hacia donde había estado bordando, contempló su labor de bordado con
complacencia.
Los labios del pequeño Archie, estaban fuertemente cosidos con una
perfecta y muy recta fila de punto en cruz ¡su especialidad! Y le había quedado
maravilloso.
Lo único que ella lamentaba, eran
las gotas de sangre mezcladas con saliva que seguían brotando de entre los
puntos.
-¡Eh! … ¡¡Eh!! – exclamó Eliza,
dando un par de golpecitos en la pálida mejilla del niño que, desmayado, yacía
atado inmóvil a la aquella silla, dejándole la marca de sus dedos manchados con
la propia sangre de él por toda la cara.
- ¡Que te despiertes, llorón! –
exclamó Neil
El pequeño Archie abrió sus
castaños ojos con la poca fuerza que le quedaba.
Al ver a sus primos frente a sí,
su mirada se fijó sobretodo en Eliza quien, sonriente y con las manos en la
cintura, lucía parte de su rostro, sus manos y toda la pechera de su vestidito
de canesú, empapados con su propia sangre.
El niño comenzó a gemir con todas
las fuerzas que le quedaban, que ciertamente ya no eran muchas, las lágrimas
salieron una vez más de sus ojos al ver que la gata siamés de los hermanitos,
devoraba con avidez, su propia lengua.
Las lágrimas de Archie no lo
dejaron ver con claridad; lo último que alcanzó a atisbar fue a Eliza y su
hermano Neil riéndose de él y de sus lágrimas. Luego, cerró sus ojos y todo fue
silencio.
- -Mmm… tienes razón Neil – dijo Eliza acercándose
al rostro pálido e inerte de su primo Archie – con este, ya no vamos a tener
más problemas.
“Neil,
Eliza; bajen de inmediato ¡Quiero tener una seria plática con ustedes dos!”
- -¡Te lo dije! – exclamó Neil a su hermana.
La niña se retiró el delantal de su
vestido, limpió su cara, sus manos y sus zapatitos de charol, y lanzándolo como
quiera, la prenda fue a caer sobre el rostro de Archie.
Mientras ellos cerraban la puerta tras de sí,
Silvia, echada de lado y satisfecha, se lamía las patas con delicia.