… No recuerdo bien cuando fue que mi hermana Pauna dejó de jugar conmigo
en el jardín. Con seguridad que fue cuando estaba por casarse.
Cuando ella se fue yo lloré muchísimo; ella era mi única amiga, la única
que me escuchaba, la única que jugaba conmigo y me mimaba, la única que me
hacía cariños y me regalaba dulces a escondidas, lo más parecido que he
conocido a tener una madre… así que cuando se casó yo pensé que la había
perdido para siempre…
Era yo muy pequeño, tendría 7 u 8… No ¡tenía 6! Ya lo recuerdo.
Sí, tenía 6 años cuando mi hermana Pauna volvió a casa después de
haberse casado; obviamente yo me puse muy contento, pues mi hermosa hermana
mayor traía la alegría consigo y la Mansión estaba muy lóbrega desde que ella
se fue.
Cuando vi llegar el auto corrí hacia él, pero unas manos me apartaron
con cuidado. Era como si no quisieran que la tocara, como si no quisiera que me
le acercara.
¿Porqué? Me
preguntaba yo en mi infancia ¿Porqué me separan de mi hermanita?
Cuando la portezuela del auto se abrió entendí todo; es que simplemente
esa no era mi hermana.
Era rubia igual que ella, y tenía los ojos celestes igual que ella. Tía
Elroy la abrazaba tal como la abrazaba a ella. ¡Incluso se llamaba igual que
ella! … pero definitivamente no era ella.
Es que no podía serlo…
Mi hermana Pauna siempre fue hermosa, rozagante, de mejillas coloreadas,
labios sonrosados y ojos brillantes.
Aunque esta señora era muy hermosa, le hacía falta todo aquello que
caracterizaba a mi hermana.
Esta señora era pálida, ojerosa, delgaducha… delgadez que
contrastaba con la gran gordura de su vientre. No entendía yo cómo una mujer
podía ser tan flaca y al mismo tiempo estar tan gorda.
Cuando unas manos solícitas la ayudaron a salir del auto y lentamente la
encaminaron por entre el rosedal, ella me miró ligeramente y me sonrió con
suavidad.
Algo dentro de mi pecho brincó, no supe si de gusto o de angustia.
Cuando continuaban su camino por el jardín, vi como su mano delgada y
pálida, acariciaba delicadamente las rosas a su paso.
Cuando su blonda cabeza se agachó un poco para oler el perfume; fue como
si tuviera aquello que los franceses tienen a bien llamar deja-vú ;
estaba seguro de que a esa dama yo la había visto antes, en ese mismo lugar y
en aquella misma posición; apreciando el aroma de las rosas de mi hermana
Pauna de la misma manera… Estaba tan confundido.
Los días pasaban y a mi no me dejaban subir a cierta ala de la mansión;
me quedaba sentado en la escalera jugueteando con mis cochecitos de madera
viendo como el médico iba y venía, cómo las enfermeras subían y bajaban, como
las mucamas llevaban y traían.
Un par de veces al día, tía Elroy subía por esa misma escalera.
- - Vete a jugar al jardín, Bert –
me decía batiendo como al descuido mis cabellos y, sin mirarme, seguía su
camino.
Pero una de esas tardes “Bert” no se fue a jugar al jardín. Me
escabullí detrás de la puerta de una de aquellas habitaciones… Te sorprendería
saber lo poco que la gente adulta mira al suelo, es por eso que nadie me vió;
era yo tan pequeño.
Estuve muy listo y cuando vi a tía Elroy salir de la habitación, esperé
a que desapareciera el sonido de sus zapatos y entonces, me introduje en
aquella habitación, donde estaba aquella dama tan misteriosa.
Me quedé arrellanado con la espalda pegada a la puerta de la habitación,
con los ojos muy abiertos y sintiendo que el corazón se me iba a salir por la
boca.
Frente a mí había una especie de biombo blanco, a través del cual se
proyectaban, como en el teatro infantil chino, las sombras de alguien detrás de
ellas.
Era ella, la mujer pálida y delgada; aquella de la pancita gorda.
La mujer que tenía el nombre de mi hermana.
No sé en qué momento empecé a caminar, lo que sí sé es que cuando llegué
al otro lado del biombo, me quedé parado junto a él observando a la angelical
figura que descansaba en aquella cama.
¡No se podía negar que era hermosa! Con el cabello tan dorado y la piel
tan blanca. Pero lo que más me llamaba la atención era su vientre.
Alto, redondo, a mi visión, casi sólido.
En un momento me pareció que se movió, pero, no fue ella quien se movió.
¡Era eso! La panza se movía, en delicadas ondas, como si hubiera algo dentro de
ella; definitivamente había algo dentro de ella.
Mi susto era mayúsculo, entenderás tú, yo era solo un crío entonces y no
entendía nada.
Pero asustado como estaba, debía saber qué era aquello, cuál era el
misterio que encerraba la barriga de aquella extraña mujer que tenía el mismo
nombre de mi hermana.
Me acerqué con mucho sigilo sin retirar mi vista del redondeado vientre
que parecía moverse sin cesar ¿acaso ella no lo sentía? ¿No sentía que lo que
fuera que estaba dentro de ella se movía incesantemente? ¿Cómo era posible?
Casi sin pensarlo, mi mano se posó sobre la colina del vientre de la
mujer que seguía durmiendo.
No había nada sobrecogedor ahí, nada maligno.
El vientre era suave, cálido; un aroma a agua de rosas me envolvió por
un momento y yo tenía la certeza de haber tenido cerca aquel aroma antes.
Claro, me dirás tú, si vivía en una casa bordeada de rosas no es raro;
pero no, era algo diferente, era algo más.
Y cuando posé mi mano sobre el vientre, como por arte de magia, se dejó
de mover. Se quedó en paz, y todo mi miedo se esfumó; fue como si la paz que
reinaba en aquel orbe mágico del cuerpo de la mujer fuera transmitida a mí, a
través del aroma de las rosas, y no quise retirar la mano de ahí, y sonreí
sintiendo que por alguna extraña razón, estaba a donde pertenecía.
-Parece que le caes bien – oí de pronto, como en un sueño, y si
algo me había faltado para confirmar cualquiera de mis dudas infantiles, en la
musicalidad de aquella voz encontré la respuesta.
Volteé lentamente, hasta que mis ojos se posaron en las dos estrellas
celestes que me observaban ¿Cómo es que pude haberlo dudado? ¿Cómo no
pude haberlo sabido desde el primer instante?
- Hola, mi
querido pequeño Bert – me dijo, como besando las palabras en su
sonrisa.
- Pauna…
- balbuceé, y su mano delicada se posó sobre mi cabeza, y entonces supe que era
ella… y no era ella. Que era como si estuviera y no estuviera.
Que estaba aquí pero no se quedaría por mucho, y supe también que no
había venido sola.
- ¿Si eres
Pauna, verdad?
- Sí, claro que
si – me dijo riendo ligeramente.
- Pero ¿Por qué
estás tan flaquita?
-
Estoy un poco enferma, nada más.
¿Esferma?, a esa respuesta, aparentemente tan inocente, mi pequeño
corazón se sobrecogió, miré el abultado vientre donde descansaba mi mano y la
retiré como si me hubiera pasado corriente, y di dos o tres pasos hacia atrás.
- Oh no Bert
querido – me dijo Pauna tratando de incorporarse - no debes
asustarte, estoy un poco débil eso es todo, no has hecho nada malo. Ven
aquí mi precioso, ven…
Pauna me tendió sus manos, y entre la palidez de sus ojeras pude
reconocer de nuevo su mirada dulce y llena de amor hacia mí, su sonrisa cálida.
Caminé lentamente hacia ella y me abracé a su pecho; en su debilidad,
tuvo la fuerza suficiente para agarrarme bajo las axilas y elevarme hasta
sentarme en el filo de su cama, mientras yo seguía arrebujado en su seno
caliente.
Y mientras sostenía mi espalda, mientras acariciaba mi cabeza, dándome
ese maravilloso sentimiento de seguridad y pertenencia que no sentía desde que
ella se fuera, me bamboleaba suavemente hacia atrás y adelante, apenas
musitando una nana que con dificultad logré reconocer como el arrullo que
me cantara para lograr que me durmiera.
Era ella, mi hermana, mi amiga, lo más parecido a una madre que yo había
conocido en mi corta vida. Pauna, mi Pauna.
- ¿Qué tienes
en la barriga? – le pregunté casi con temor - ¿Por qué está tan grande?
¿Por qué se mueve?
- Tengo un bebé,
Bert…
¿Un bebé? Eso era aun más confuso para mí ¿Cómo llegó un bebé a la
barriga de mi hermana Pauna? ¿¡Acaso ella…!?
La miré con los ojos muy abiertos, y como si hubiera leído mi
pensamiento, me sonrió mientras me acariciaba y respondió a la pregunta que yo
no había hecho.
- Cuando un
hombre y una mujer se aman de verdad, contraen matrimonio y se van a vivir
juntos; así como Vincent y yo. Luego de un tiempo, si su amor es muy, muy
grande, Dios les premia enviándoles a un bebé. El bebé crece dentro del cuerpo
de la mamá y luego de nueve meses nacerá llenando el hogar de amor y alegría.
- ¿Vas a ser
mamá, Pauna?- pregunté.
- Sí mi amor,
voy a ser mamá ¿No es maravilloso? – dijo ella mientras me abrazaba
fuertemente.
- ¿Y cómo se va
a llamar tu bebé, Pauna?
- Aun no estoy
segura. He pensado llamarlo William como papá, o Vincent como su padre- me
dijo mientras tomaba una de mis manos entre las suyas – quizás Albert como
mi pequeño Bert – dijo juntando su naríz a la mía – aunque también me
gusta mucho Anthony ¿ cual te gusta a ti?
- ¿Anthony?
¿Y porqué Anthony?
- No lo sé,
solo es un nombre que me gusta. Además estoy pensando en que tenga un nombre
original dentro de la familia. Un nombre que no haya tenido nadie más ¿Tú qué
piensas?
- Anthony…
- dije meditabundo – es bonito ¡¡Me gusta Anthony!!
- ¿Sí?
¡Entonces ya está decidido! Anthony, mi bebé se llamará Anthony.
Ya no pregunté nada más, en mi lógica infantil se me hizo lo más lógico
del mundo que Pauna fuera a ser mamá; me había cuidado como si fuera la mia,
definitivamente ella había nacido para ser una buena madre.
Luego de esa pequeña explicación, recosté mi cabeza sobre su vientre, y
me quedé muy quieto y muy callado, a ver si lograba escuchar al bebé que se
movía ligeramente dentro de mi hermana Pauna.
Al día siguiente la Mansión entera se convirtió en un revuelo , Sali de
mi cuarto en pijamas y vi que las enfermeras, las mucamas y el médico corrían
subiendo y bajando la escalera que llevaba a la habitación de mi hermana Pauna.
- ¡¡William!!
– escuché la voz de mi tía Elroy y traté de escaparme por la escalera, pero
ella ordenó a un mozo que me agarrara.
El muchacho me tomó por la cintura y me elevó sobre su hombro; una de
mis nanas lo guió hasta mi habitación mientras yo pataleaba y gritaba que me
soltara, que quería ver a Pauna, quería ver a mi hermana. No quería que le
sucediera nada a ella ni a su bebé.
¡¡Tenía que decirles!! Tenía que decirles que el bebé se llamaba Anthony
para que no fueran a ponerle otro nombre cuando naciera, porque ese era su
nombre. Lo habíamos elegido los dos, ella y yo.
Yo y mi hermana Pauna, y tenían que saberlo porque con seguridad, si la
primera en verlo era tía Elroy, ella le pondría el nombre que ella quisiera.
No, tenia que verlo yo, yo primero y decirle “tú eres Anthony”
para que lo supiera y no lo olvidara. Para que si alguien le decía de otra
manera no importara, porque él ya sabía que se llamaba Anthony… Anthony.
Me encerraron en mi habitación y a pesar de mis pataletas, lograron
quitarme el pijama, bañarme, vestirme y darme de desayunar… Supongo que de niño
nunca tuve la voluntariosidad suficiente para ser un verdadero “niño malcriado”
Sé que tú eres un poco diferente a mí en ese aspecto, no es que me
enorgullezca del todo pero ¡me corre un fresco!
Cuando me permitieron salir de mi habitación, la Mansión estaba de nuevo
en silencio.
Me escabullí de inmediato hacia la habitación de mi hermana Pauna.
Ya no solo la silueta de ella sobre la cama se veía a través de la
sombre que se proyectaba en el biombo. También se veía algo más.
Me acerqué otra vez lentamente, y una vez más la vi durmiendo, aún más
pálida que el día anterior, y sin su pancita gorda.
Al otro lado de su cama, un pequeño moisés blanco que antes no había
estado ahí llamó mi atención.
Cuando me acerqué, un bebé tan pequeño como bello estaba ahí, envuelto
en ropitas y mantas blancas y con los ojos azules más límpidos que había visto
jamás.
En un momento me miraron ¡estoy seguro que me miraron! Y estoy seguro de
ello porque en cuanto supe que me miraban, una manito enguantada se levantó
también y me atreví a tomarla con mi mano ¡Era tan pequeña!
- Definitivamente
le caes bien – dijo suavemente Pauna, quien había estado observándome en
silencio desde que entré, y yo le sonreí.
- Tú te llamas
Anthony… ¡Anthony! – dije y entonces sentí un fuerte apretón.
Cuando aquella pequeña manito aferró la mía con fuerza y seguridad supe
que eras tú, el bebé de mi hermana, el niño que llenaría de alegría y amor su
hogar.
Aquel a quien ella y yo habíamos llamado Anthony.
De pronto, el almanaque de la pared llamó mi atención.
Tomé un crayón rojo de mi bolsillo y marqué el día que indicaba la
fecha: 30 de septiembre.
Ese era el día del nacimiento del bebé de mi hermana Pauna; el día del
nacimiento de Anthony.
¡El gran acontecimiento! El día de tú nacimiento; Anthony…
Es por eso que cada 30 de septiembre no puedo dejar de escribirte. Yo sé
que tú no me recuerdas pero yo te recuerdo como si hubiera sido ayer, y te amo
como si hubieras crecido a mi lado.
Porque eres parte de mí y de lo que más he amado en la vida; porque eres
un ser único como el nombre que Pauna y yo te pusimos.
Lamento más que nadie y más de lo que te imaginas no estar allí en tu
cumpleaños número catorce, pero créeme que cada día pienso en ti al despertar;
y al anochecer, mirando las estrellas elevo una plegaria por tu bienestar y
pido al cielo que un cálido abrazo mío cruce las distancias y te aferre con
fuerza, y un beso marque tu frente a la hora de dormir, tal como lo hacía
cuando eras tan solo un bebé.
Feliz Cumpleaños mi pequeño y querido Anthony.
Con amor, tu tío Albert.
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Querido tío Albert:
La verdad es que siento que estás aquí a mi lado cada vez que leo las
cartas que me envías, cada vez que me cuentas de tus viajes y de lo que ves a
tu alrededor, me parece que estoy ahí contigo, me parece que vivo todo eso
junto a ti.
¿Me llevarás algún dia contigo? Si, yo sé que algún dia vendrás y me
llevarás junto a ti a vivir en la misma libertad de la que tu gozas. Es
que yo sé que no puedes dejar pasar mucho más tiempo sin ver a tu Anthony que,
aunque no te conoce en persona, te extraña todos los días.
Yo también lamento mucho que no estés ahora en mi cumpleaños numero
catorce; pero al leer tu carta, créeme que te siento más a mi lado que a
cualquiera de los que si viven conmigo, y tus abrazos y tus besos los siento
cada día y cada noche, y cada vez que repaso las líneas que con tanto cariño me
dedicas.
Pero esta vez no te escaparás de un regalo para mí.
Quiero contarte que he conocido a alguien muy especial; es maravillosa y
seguro que si la conocieras la querrías tanto como yo. Es más, te aseguro que
te encariñarías con ella, porque aunque no me lo creas, ciertamente se parece
mucho a mamá. A tu querida hermana Pauna.
Tiene 12 años, trabaja con los Leegan. Su nombre es Candy y…
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