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jueves, 4 de febrero de 2010

DEZTRUKTIVAH

La muerte se ríe de la vida, pero la vida se muere de llanto…

Pero la muerte… pero la vida…

Pero nada, nada, nada…
Alejandra Pizarnik







16 de marzo

La señorita Pony ha muerto ayer, hoy llevaremos su cadáver a su última morada. No siento nada, nada de nada.
No sé, no me pregunten, creo que estoy tan curtida de dolor que ya nada me importa.
¡Que me importa a mí que se haya muerto!
Annie llora a lágrima viva… ah esa llora por todo.
Yo sigo viva y es lo único que me hace llorar.
14 de abril

Hoy he pensado en él, solo de acordarme casi le atravieso el brazo a un paciente con una hipodérmica
Me ha insultado y lo mande a la casa de … su madre.
Para que me acuerdo de él… no, para que me hago la tonta si pudiera olvidar no viviría tan muerta.


20 demayo

Albert me ha dicho que me ama.
Me he reído en su cara cerca de media hora, hasta que se echo a llorar.
No puedo evitarlo, cada vez que lo veo no logro evitarlo, la risa viene a mí.
Ayer intentó suicidarse, el imbécil de George lo encontró a punto de colgarse en un árbol del jardín…. George como siempre metiéndose en todo.
Cuando la vieja Elroy me lo dijo me reí otra vez… está harta de mi me ha llamado basura

Si . Soy una basura.


4 de Junio.

Estoy de vuelta en mi departamento de Chicago, no soportaba más hacer llorar a Albert todos los días, si sigo allí terminará matándose en serio.
No es que me importa, nada me importa ya, solo que no me interesa que me echen la culpa de tamaña estupidez.
Llevo 5 días aquí y ya perdí la virginidad con un desconocido. ¿Ya era hora no?
¿Esto es de lo que las señoritas bien criadas se cuidan tanto?

Estúpidas, no es la gran cosa…
12 de julio.

Hoy  he visto a Terry cruzando la calle, iba yo en un taxi y sentí un tremendo deseo de ser yo quien conducía para poder echarle el auto encima al infeliz.
Llegando a casa me he echado a llorar como una estúpida.
El bebía hasta embrutecerse para quitarse las penas y lo he intentado.
Tras 3 botellas llegué a una sabia conclusión… no funciona.


18 de Agosto

He olvidado el rostro del lugar de mi infancia.
Las plegarias, los rezos, las palabras de cariño… nada queda en mi memoria.
Lo único que hago es recordar que vivo solo porque mis pulmones no se resignan a dejar de respirar, los malditos.
Si pudiera bebería el arsénico que compre hace un mes… soy una maldita cobarde.


30 de septiembre

He descubierto que el hospital es mi guarida. No necesito hacerme la tonta aquí, lastimar a los pacientes es tan fácil… una inyección puesta con demasiada fuerza y obtengo eso que últimamente es lo único que me hace sonreír.

Ahora entiendo a Eliza, hacer sufrir a los demás puede ser un bálsamo por demás delicioso.

8 de octubre.

No hay nada que me calme la bestia que llevo dentro, sè que estoy destruyéndome pero me gusta.
Nunca habìa entendido el sentido del autoabandono hasta ahora.

Vamos Candy, deja de ser tan sosa, ya *en ti no quedan niñas que violar… todas crecieron y se volvieron ninfómanas…

(*"La Mujer de Helio" Dina Belrham)



16 de noviembre

¡Maldita coja!… te has atrevido a venir a este mismo hospital, pero no me has visto.
Estuve a punto de empujar tu silla por las escaleras, pero... no pude hacerlo.

No; no fue cobardía, es que había demasiados testigos…


15 de Diciembre

Albert… ¡Ay Albert!
Has venido y te he dado lo que deseabas. ¿No era eso lo que deseabas?
Ah, pues qué mal, porque no tengo nada más para ti, confórmate con eso, es lo único que puedo darte hasta que mi naríz deje de percibir oxigeno de manera involuntaria.
Además, para no desearlo, ¡lo fingiste demasiado bien!
¿Lloras otra vez? No por favor, detente.

¡Tanta risa me provoca nauseas!.


31 de diciembre

Porque no me tiré por la borda aquella noche…


9 de enero

Hoy me he dado cuenta de que el mundo es una soberana estupidez, de dónde saque antes todo eso que me hacía adorable… ahggg solo de recordar esa época se me llena el estomago de bilis.
Antes me condenaban por ser cándida, ahora me llaman arpía. Es que la gente no se contenta con nada.

Si es verdad; todo el mundo sufre… a veces.

4 de febrero

Nada como una pequeña venganza para empezar bien el día.
Eliza está de novia y se quiere casar…
¡De blanco la infeliz! Jajaja
Conozco a su prometido por la foto del periódico.

Hoy Eliza recibirá una pequeña cartita donde “anónimo” le informa que su novio pasó todo un fin de semana en mi cama…

29 de marzo

Ya no se puede, hoy lo he visto de nuevo.
Quisiera saber qué demonios viene a hacer a esta ciudad y por qué demonios esta ciudad es tan chica. Porque solo a mí me puede suceder que, entre tanta gente me lo venga a encontrar.
Pero no vuelve a pasar… lo juro.

¡Bien Candy llegó el momento!
Trae el arsénico  y los alfileres. Una hojilla afilada por si acaso.
Espera, primero cierra bien la puerta con llave y candado.

No quiero que nadie me saque de aquí, hasta que sean incapaces de reconocerme entre la podredumbre.
¡Adiós Albert!… ah no, verdad que te moriste días antes de Navidad.
¡Buena época escogiste!
Entonces ¡Adiós Terry! … no tampoco, de ti me despedí hace años.
No tengo de quien despedirme… ¿Eso es triste?
¡Al demonio con todo!

Me voy a dormir, lo bueno es que ya no me despertaré...





La desesperaciòn  nos lleva a lìmites insospechados; el dolor de perder un amor y la culpa de saberlo infelìz puede hacer que el corazòn màs puro se vuelva una roca; la voluntad se pierde, las ganas de vivir desaparecen. Caminamos porque el aire es gratis y nada màs. Nos dejamos arrastrar por la oscuridad y no nos importa arrastrar a todos con nosotros.
Entramos en DESTRUCTIVE-MODE ... Irremediablemente caemos al abismo


Pobre Candy ¿verdad?









lunes, 25 de enero de 2010

EVERSLEEPING (sueño eterno)

Para quienes vieron Candy Candy.
No me odien por hacer feliz a Eliza...



Junto a la ventana de su lujoso pent-house, la mujer de largos cabellos rojos, miraba el movimiento de la siempre pujante metrópoli neoyorquina, mientras aspiraba el que sería su cuarto cigarrillo de la noche.


Volteó un momento y contempló la desordenada cama donde hace apenas unos minutos había terminado de desatarse la lucha campal de la pasión y la lujuria desesperadas.

Su amante acababa de marcharse hace apenas un par de minutos… siempre era igual. Llegar, devorar, y marcharse; como leones hambrientos que encuentran una suculenta presa abandonada, dar cuenta de ella de manera desaforada con apetito bestial y después, abandonar el lugar de los hechos; nunca ninguno se quedaba.

Así era mejor hasta para ella ¿Qué haría ella con un medio extraño acurrucado a su lado después del acto? Tanto ella como cada uno de sus amoríos sabían a lo que venían, cumplían el llamado y luego tocaban retirada. No había nada más ¿para qué?

Desde su adolescencia había buscado en caricias furtivas el tacto de unas manos que nunca fueron para ella; en cada beso trataba de buscar el calor de aquel primer beso en su mano aquella tarde en que un inglesito majadero la ayudó a salir de un hoyo. En cada beso, trataba de borrar la frialdad de una mirada que tenía el color y la fuerza del mar embravecido y la humillación recalcitrante de un escupitajo que ella misma se había buscado.

De eso ya hace tanto…

¿Qué es lo que buscas en cada una de esas noches furtivas? ¿Sacártelo de adentro? Bien eso ya lo lograste, y no fue el sexo ni tus innúmeros amantes de una noche, sino los sabios años los que te lo sacaron del corazón. Entonces ¿Por qué continúas entregándote a tus amigos de ocasión? ¿Qué es lo que sigues buscando? ¿Por qué, aunque todos son a su manera maravillosos y te hacen vibrar cada noche llevando a cabo contigo actos que dejarían enmudecido al mejor depredador sexual, después de la inconmensurable explosión de placer, vuelves a sentirte así?

Vamos, corre al teléfono, llama al siguiente. Aun no has quedado completa, aunque tu cuerpo te grita que ya no hay bríos, hay algo dentro de ti que siempre te hace desear más… más.

No, no es sexo lo que te hace falta cada día, cada noche. Eso lo tienes de sobra y del mejor.

Admítelo; muy dentro de ti desearías que al menos uno de ellos te pidiera quedarse una noche a tu lado haciendo tu cama menos ancha, menos fría; quisieras que alguno te dijera lo bellos que son tus ojos, lo dulces que son tus labios…


Descansaría mi cabeza al costado
De aquel que se quedara por la noche
Yo sé que entonces habría
Un mejor mañana…


¿Ha habido una vez siquiera en que alguno de ellos te dijera que te quiere… que te ama?
Malditos cigarrillos, son tan breves como tus amantes…

Ella levantó su mirada hacia la luna llena y redonda que la observaba a su vez, cerró sus ojos como cuando se levanta una plegaria; ella era la única que sabía las grandes necesidades de esta mujer que jamás se había abierto con nadie. Jamás había confiado a nadie sus penas, sus grandes “debilidades” como las llamaba. Se había condenado a estar sola, pretendiendo así mostrar su gran fortaleza; pero nadie puede soportar tanta soledad, y ella lo sabía aunque no se lo admitía ni a sí misma.

Descansaría mi cabeza al costado
De aquel que se quedara por la noche
Perdería el aliento en mis últimas palabras de pena
Y si alguien debe venir, que sea pronto
Moribunda oraré a la Luna
Que me dé algún día un mejor mañana…


Hubo uno; una vez. El único al que jamás recibiste en tu cama, el único frente al que jamás cruzaste las piernas obscenamente; el único frente al que jamás dejaste caer algo, para recogerlo después con toda la intención de que viera tus blancos pechos a través del escote.

Y aunque él tampoco nunca te dijo que te quería… que te amaba, no hizo falta. Tu lo viste escrito en su rostro amable, lo viste en cada una de sus miradas, lo sentiste en cada uno de sus delicados apretones de manos al saludarte con aquella caballerosidad que tú sabías que no merecías.

Si… por eso lo alejaste de ti, porque no lo merecías. Porque sabías que lo único que harías es terminarlo destruyendo; como a todos a tu alrededor.

Alguna vez ella te dijo que todos merecemos amar y que no te quedaras atrás; adivinando talves, el rumbo hacia el que encaminabas.

¡Cuánto desprecio por alguien que siempre quiso solo lo mejor para ti y para todos!

Saliste de tu hogar simple y llanamente porque no soportabas más ver tanta felicidad marital a tu alrededor. Llegó un momento que hasta la al fin lograda placidez de tu propio hermano te revolvía el estómago de envidia. Por eso te fuiste de Lakewood.

¿Y aquel, ese que te decía palabras amables y que te miraba con ternura? ¿Dónde estará, qué estará haciendo? ¿Habrá encontrado a alguien que lo haga feliz como se lo merecía? Ojalá. Porque tú jamás hubieras podido. Porque tú eres solo una loba que vive de carroña…

¿Qué sucedió contigo? ¿Cuándo perdiste ese ánimo por tener lo que querías sin importar qué? Hubieras podido hacer lo que sea ¡Lo que sea! Por ser feliz... cualquier cosa.

Viajaría los siete mares para encontrar a mi amor
Cantaría setecientas canciones
Tal vez, aun tienes que caminar siete mil millas
Por encontrar a aquel al que por fin perteneces…


El alba terminaba llegando irremediablemente mientras la pelirroja continuaba fumando con la mirada castaña perdida en el horizonte.

Aquella noche, continuó con su frívola rutina; los cabarets elegantes donde sus “amigos” se reunían cada noche dando rienda suelta a su frívolo divertimento, la esperaban.

Se puso aquel vestido con el cual sabía quitaba el aliento a cualquiera, maquilló su hermoso rostro ya no tan joven, peinó sus rizos y se colocó aquellos tacones que hacían ver sus piernas largas, interminables y salió.

De trago en trago, de cigarro en cigarro… de brazo en brazo. No demoraron en llegar las miradas calientes, las medias sonrisas incitantes, los cuchicheos en su oído. Siempre la habían divertido esas muestras como un anticipo de lo que la noche y su cama le deparaban; pero hoy no era igual

Uno de sus “amigos” la tomó por la cintura y la arrinconó a una pared, intentó besarla y ella retiró sus labios; la boca del hombre recorrió su blanca garganta y sus mejillas, su lengua húmeda horadó su oído al mismo tiempo que murmuraba obscenidades sin sentido.

Trató de quitárselo de encima, trató de empujarlo como pudo, pero el licor que tenía dentro le quitaba fuerzas. Las manos brutas del tipo recorrieron sus nalgas, su cintura; toscamente estrujaron sus senos; podía sentir ya la hombría endurecida del tipejo casi lastimando su vientre.

Su cabeza daba vueltas trataba de zafarse de él, sentía que estaba a punto de vomitar. Sintió asco, por primera vez en años sintió asco de este acto que se había repetido casi cada noche y que hasta ayer la complacía.

¿En qué te has convertido? A tanto has llegado que todos saben que eres materia dispuesta, todos creen que está bien acercarse a ti y tomarte como quieren, todos saben que eres ese tipo de mujer.

¿Qué diría tu madre si te viera, que diría tu padre? Tu hermano lloraría viéndote así, con un borracho oliendo a wisky caro y vestido de casimir inglés sobre ti como si tú fueras una…

Y Candy… Ella se echaría a reír si te viera en estas condiciones… no, eso no es verdad. Ella se acercaría a ti y te arrancaría de estos tentáculos viscosos a golpes si fuera necesario.

¡Qué tonta has sido! Has desperdiciado tu vida en el odio y te has vuelto una… ¡golfa!

¡¡¿Qué has hecho de ti??!!

La pelirroja logró soltarse del abrazo cruel del hombre quien, cuando ella intentó huir, la agarró por un brazo bruscamente azotándola contra la pared, ella respondió con una cachetada que hizo que el hombre casi cayera hacia atrás tambaleándose. Todo el salón enmudeció, todos la miraban extrañados mientras ella con la espalda pegada a la pared, trataba de recuperar el aliento. Sus pechos subían y bajaban enérgicamente con su agitada respiración.

El hombre le dio cara, tenía una minúscula gota de sangre brotando de su comisura izquierda; se la limpió con el dorso de la mano sonriendo, riendo; todos reían.

Salió corriendo del salón, olvidó su bolso, su abrigo de piel, solo salió a la calle neoyorquina y corrió sin importar el frío que helaba su piel, su vestido era tan precario.

Su cabello rojo tan prolijamente peinado deshaciéndose por el viento que le azotaba el rostro. No miró a nadie, no escuchó a nadie. No le importó que pasara al lado de personas que murmuraban su rimbombante nombre que conocían muy bien.

Simplemente continuó corriendo hasta que llegó a su edificio y continuó corriendo por las escaleras hasta que llegó a su pent-house y azotó la puerta tras de sí, dejándose caer al piso de rodillas, exhausta, tratando de recuperar el aliento, ahogándose más que respirando.

De pronto sus respiraciones se hicieron más sonoras, su pecho se convulsionó penosamente, dejó caer el resto de su cuerpo al suelo entre sollozos y estertores cada vez más fuertes y desesperantes.

¿Qué has hecho de tu vida? ¿En dónde te quedaste? ¿Dónde está esa mujer que, aunque sea a la mala, pero luchaba por salir adelante? ¡¡Cuando dejaste de ser tú para convertirte en esto!!

Empezó a llamar entre sollozos un nombre que ella amaba, el nombre de aquel que siempre había estado con ella, que siempre la había acompañado. De aquel que le acolitó cada diablura, cada mentira, cada maldad de juventud. ¡Cómo deseaba que los fuertes brazos morenos de su hermano estuvieran ahí! Esta vez no para cubrirle sus estupideces sino para abrazarla y reconfortarla; para acariciar sus rizos rojos con ternura y murmurarle que esto también pasará, que todo pasará.

¡Cuánto lo necesitaba! Era el único hombre en su vida que la había amado sin pedir nada; absolutamente nada, y también a él lo había abandonado… No, no había sido el único.

Se levantó del suelo y abrió su armario, empezó a sacar toda la ropa, todos los vestidos elegantes y sexys, todos los abrigos costosos, todos sus sombreros de moda. Todo.

Los tiró por toda la habitación casi con furia, con desesperación. Tomó del fondo de armario una pequeña maleta y escogió las prendas, que sin dejar de ser elegantes, eran las menos extravagantes y las metió a lo tonto y sin cuidado.

Recogió su cabello de un modo que jamás había hecho antes y, tomando todo el dinero que encontró en cajón del velador, salió dejándolo todo tras de sí.

En Lakewood, sonó el teléfono temprano, al final de la madrugada; el hombre que contestó escuchaba sin poder creer.

- Neal; Me voy…

- ¿A dónde?

- No lo sé aun…

- Hermanita qué te sucedió, qué tienes ¡Voy a verte ahora!

- No, ya estoy embarcando

- Pero ¡A dónde vas!

- No lo sé, pero no te preocupes; estaré bien. Te lo prometo. Cuando llegue a donde deba llegar te lo haré saber.

- Pero…

- Dile a mamá y papá que estaré bien, como siempre; no los preocupes por favor. Y si hablas con ella dile… dile que algún día la llamaré para explicarle tantas cosas… y que aunque no lo crea la quiero.

- ¿¿¿Qué???...

- Ya me tengo que ir; te amo muchísimo hermano y te he extrañado como no tienes idea. Lamento mucho haberte dejado, pero confía en que pronto estaremos juntos de nuevo y todo será diferente. Adiós.


…Cruzaré siete ríos para encontrar el amor
Y si tengo que morir siete veces, lo haré
Solo para llegar a yacer entre los brazos
De mí anhelado sueño eterno…


La sirena del trasatlántico sonaba a abordaje, ella miró hacia atrás en medio de la bruma de la madrugada, y no lamentó irse; recorrió con sus ojos acaramelados todo a su alrededor. El puerto estaba casi desierto. Miró hacia enfrente y caminó hacia la lanzadera del barco que parecía estarla esperando solo a ella y a nadie más.

El buque soltó amarras y empezó a alejarse del puerto casi con melancolía. Ella se quedó en cubierta durante horas, mirando las ondas del mar, perdiéndose en el verdiazul del océano sin saber bien ni siquiera hacia donde estaba yendo.
Los días que duró el viaje, ella pasaba en cubierta, embelesándose con el color del mar, con su sonido, con su aroma. La brisa marina le revolvía los cabellos dulcemente como si fueran esas manos desconocidas que ella había ansiado tanto que lo hicieran.

Por las noches se regodeaba con la visión del cielo límpido, estrellado. La luna la miraba, siempre la miraba; como cuidándola, como acompañándola. Como siempre había sido, solo la luna su compañera, su única confidente, la única a la que se atrevía a contarle silenciosamente con la mirada todas sus circunstancias.
Una de las noches en el barco, un sueño le había recordado la inexplicable pena que llevaba dentro y a la vez le había regalado una suave alegría.

Una voz, una suave voz que no escuchaba hace años, le pedía que no llorara más, que ya no estaría sola por mucho. Que llegaría aquel a quien ella pertenecía y que estarían juntos hasta la muerte.


Anoche soñé, que él venía a mí
Me decía: mi amor ¿Por qué lloras?
Desde ahora ya no lo harás más
Ya no estarás sola
Hasta que yazcamos juntos en la tumba fría…


Ella despertó esa mañana sintiendo que algo dentro de sí había cambiado, algo parecido a una esperanza había nacido en su corazón y aunque tristemente, esa mañana volvió a sonreír.

Nunca cenaba en al salón, quería evitar a la gente, quería evitar ser reconocida; quería evitar las miradas de los hombres asediándola.
Ya alguien la había saludado ´por su nombre, ya algún pretencioso la había galanteado sin éxito. Ya no quería más eso.

Sin embargo esa noche algo especial le llamó la atención. En el salón generalmente sonaban las notas de un piano que timbraba alegremente las melodías de moda. Esa noche, ya tarde luego de la cena y cuando el salón estaba casi vacío, el piano sonó diferente.

La melodía que timbraba no era alegre, no estaba de moda. Era una canción vieja que le traía recuerdos. Recuerdos de una mirada dulce de un muchacho inocente al que su propia lujuria no se atrevió a mancillar.
De pronto cayó en cuenta de que esa melodía no era una tonada popular, no era una canción que sonara en las radios, no estaba grabada en ningún disco. El pianista no podía conocerla y nadie pudo haberla pedido, porque esa melodía solo la conocían dos personas: el autor y la mujer a quien había sido dedicada. Ella.
Eversleeping… Sueño eterno.

Lentamente, la mujer de largos cabellos rojos, caminó hacia la puerta del salón y trató de atisbar a través de los cristales de la claraboya el rostro del pianista, pero la tapa del piano de cola lo cubría en su totalidad.

Abrió las puertas con ambas manos, y se quedó parada en medio de ellas sin decidirse a entrar; escuchando la melodía que se le metía hasta el alma; pero algo más fuerte que ella la llamaba a acercarse.

Lentamente sus pies se movieron como ligeras mariposas, con pasitos cortos. Uno a uno, poco a poco, se fue acercando al centro del salón donde el precioso piano de cola dominaba la estancia; no había nadie en el salón, las luces estaban tenues; no había necesidad de que alumbraran

El bar había cerrado ya, sin embargo nadie le vedó la entrada.

No había bartender, no había camareros… solamente el pianista que hacía temblar el marfil entonando aquella delicada melodía, que ella había escuchado solo una única vez, hace ya tanto tiempo; pero que jamás había olvidado.

Cuando llegó hasta estar cerca de él, se quedó estática, como hechizada, mirando al intérprete. No le extrañó verlo, sabía que era él, solo él podía conocer la tonada, solo él porque la había compuesto para ella. Y nadie más podía haberla tocado tan dulcemente. Era él, justo ahí donde ella estaba, en el mismo barco.

Ella solo sonrió ligeramente, sosegadamente. Una paz inusitada la envolvía, era como si hubiera encontrado lo que había ido a buscar, sin saber que estaría allí mismo. El destino es caprichoso, la vida es sabia y Dios… es maravilloso.
Cuando la última nota desapareció en el aire, el pianista descansó sus manos sobre la tapa del piano, pensativo. Justo cuando se disponía a cerrarlo, escuchó una suave voz detrás de sí.

- Por favor, tócala de nuevo…

El hombre se quedó estático unos segundos y luego volteó, sin dar crédito a lo que veía. Se frotó los ojos, tal vez el cansancio de haber tocado toda la noche, tal vez el hecho de que casi amanecía y él seguía allí en vez de estar ya en su camarote descansando… tal vez los recuerdos que le despertaba esa melodía que siempre tocaba a solas para él y nadie más, le estaban jugando una mala broma.

El joven, aun convencido de que aquella visión no era más que un embeleso que le hacía palpitar el corazón hasta casi arrancárselo del pecho; comenzó de nuevo a tocar las delicadas piezas de marfil y ébano con la misma dulzura de siempre, con la misma dedicación y el mismo sentimiento que ella recordara hace tantos años.
Ella se colocó frente a él, descansando uno de sus brazos sobre la tapa del piano, él la miraba como si fuera una ensoñación. No podía recordar que su corazón la recordara tan vívidamente como para poder imaginársela incluso con la belleza más madura que viene con los años.

No cesaba de mirarla mientras tocaba, ni parpadeaba. Temía que si cerraba los ojos solo un segundo ella desaparecería del mismo modo mágico en el que había aparecido.

Ella también lo miraba, posando sus profundos ojos ámbar en su mirada, sin tregua. Como si quisiera adivinar qué había sido de su vida durante todos estos años a través de la profundidad de su mirada. Como si deseara transmitirle toda su historia y toda su propia amargura; todas sus ansias de cambiar su vida y todo cuanto lo había extrañado, por medio de las ventanas del alma.

Cuando dejó de tocar, él se puso de pie y lentamente acercó una de sus manos al rostro de ella rozándola apenas, con la punta de sus dedos. Luego dejó que su mano reposara sobre su mejilla y se acercó a ella como por un embeleso.

La besó primero con miedo de encontrarse solo con el aire frío, pero cuando sintió la calidez de sus labios, se acercó más, con mayor seguridad, para dar paso a las ansias guardadas en noches de fantasía, cuando soñaba con aquellos labios que nunca besó, y con aquella piel que jamás tocó.

Ella lo atrajo a sí tirando suavemente de las solapas de su frac, envolviendo su espalda con sus blancos brazos mientras él rodeaba su cintura hasta quedar tan pero tan unidos, como si estuvieran fundidos el uno al otro.

- Eres real… - murmuró él - ¿Cómo puede ser?

- Eso no me lo preguntes – contestó ella, aun fundida a él en el abrazo – solo sé que abordé este barco buscando huir del infierno de soledad en el que se había convertido mi vida, buscando algo sin saber qué era con certeza.

- ¿Y… lo has encontrado?- le preguntó

- No lo había encontrado… hasta ahora.

Sonrieron el uno al otro y se miraron profunda y largamente, como si fuera eso lo único que ambos necesitaban; como si dentro de la mirada mutua cada uno encontrara su sitio y la respuesta y solución a todas sus interrogantes. Como si dentro de los ojos de cada uno estuvieran todas aquellas cosas que llenarían por fin y para siempre todas y cada una de sus mutuas necesidades.

Salieron del salón sin decirse nada, caminaron por los pasillos del barco hasta llegar a la habitación de la mujer. No hacía falta encender la luz, él simplemente la rodeo con sus brazos y la guió hasta la cama, ella simplemente se dejó llevar.

No hubo sexo desenfrenado aquella noche, ni lujuria bestial. Ningún tipo de morbo los movió en lo que quedaba de la madrugada.

El simplemente se despojó del frac y el corbatín, arremangó su camisa blanca y se recostó dejando que ella reposara su cabeza sobre su pecho, mientras él la rodeaba con sus brazos con ternura, besando su frente.

Así abrazados, con la luna aun velando el amor puro que nacía aquella madrugada. Ambos durmieron, quizás por primera vez, sabiendo que mañana la vida cambiaría para siempre.


Descansaré mi cabeza al costado
De aquel que se quede por la noche
Y entonces sé que habrá
Un mejor mañana…

El trasatlántico llegó a destino esa mañana, ambos despertaron por la sirena anunciando que se avistaba puerto.
Al despertar y mirarse mutuamente, ambos supieron que eran personas diferentes, algo había cambiado en solo unas horas.
No era otra cosa que la certeza de haber encontrado lo que buscaban, saber que por habían llegado a donde pertenecían, y que la soledad había muerto anoche, y se había quedado enterrada entre las notas de una triste melodía.

Ambos salieron a cubierta, ella aun con su cabello suelto, un poco desordenado; con el viento alegre jugando entre sus largos rizos rojos; él, aun con su camisa blanca arremangada y su frac colgando de su hombro.

- ¿Qué hacemos, desembarcamos?- preguntó ella.

- No, amor – contestó él perdiéndose en sus ojos ámbar – volvamos a casa.

Ella sonrió y dos lágrimas felices empezaron a correr por sus mejillas.

- Mi amor ¿Por qué lloras?- preguntó él secándolas con ternura -Desde ahora ya no lo harás más, ya no estarás sola. Hasta que yazcamos juntos en la tumba fría…

Las palabras de su sueño… ¡Era su voz la que ella había escuchado!

- Te amo …- dijo ella abrazándose a su pecho.

- Y yo – respondió él encerrándola entre sus brazos – lo he hecho toda la vida… Elisa



Descansaré mi cabeza al costado
De aquel que se quede por la noche
Y entonces sé que habrá
Un mejor mañana…
Anoche soñé, que él venía a mí
Me decía: mi amor ¿Por qué lloras?
Desde ahora ya no lo harás más
Ya no estarás sola
Hasta que yazcamos juntos en la tumba fría…