BIENVENIDOS


viernes, 13 de febrero de 2009

FELIZ NO - SAN VALENTIN

Bueno llegó San Valentín.
No me iré por las ramas para decir que soy una declarada ANTI-SAN VALENTIN.

No me gusta, la razón es el consumismo y la friebre obsesiva-compulsiva de comprar bagatelas inimaginables para complacer al "amor de tu vida".

Por favor. si fuera en realidad el amor de la vida de uno no necesitaríamos comprarle algo para decirselo, y menos en un día en particular.
El amor existe y es uno de los milagros más grandes que se pudieron poner sobre este planeta.
Por amor fuimos creados los seres humanos.
Por amor un hombre murió en una cruz hace casi 3000 años.
Por amor es que a nuestros padres les nació la magistral idea, o el loco arrebato de concebirnos y regalarnos la vida.

Entonces el amor es una realidad, el amor esta entre nosotros como el aire que respiramos.


Hay quienes tratan de ignorarlo pero en realidad nadie puede escapar de él. Tarde o temprano nos envuelve y nos obliga a soñar despiertos, nos llena la panza de mariposas y pone en nuestras bocas la poesía más sublime cuando menos lo pensamos.
Para quien les escribe, es realmente una pena que el amor sea celebrado con tal arrebato consumista una sola vez al año.

El amor no nos llega una vez al año, nos envuelve a adiario, vive entre nosotros.
Cuando tu madre te hace tu comida favorita, eso es amor.
Cuando tu novia/o, esposa/a, amante, etc, toma tu mano en silencio, eso es amor.
Cuando tu mejor amiga/a te recibe con una sonrisa o te llama por telefono solo para preguntarte "¿qué haces?" o quiere compartir algo contigo, eso es amor.

Hasta cuando tu perro te mueve la cola al verte llegar o tu gato se acurruca a tus pies por las noches, eso también es amor!!!
Entonces; el amor está ahí, a diario; y no necesitamos llenarnos de peluches, flores que a los 2 días se tiran a la basura o millón cosas de las que , a la larga, nos desharemos sin duda.

Solo abraza a tu madre y dile "gracias"; y estarás celebrando el amor.
Agradecele a tu amigo la llamada y devuélvele la llamada un día de estos; y estarás dando amor.
Da gracias cada día al levantarte por continuar vivo; y estarás agradeciendo el amor.
Mima a tu perro cuando te reciba, acaricia a tu gato cuando se te acurruque; y estara compartiendo el amor.
Cuando ella tome tu mano en silencio, mírala a los ojos y dile cuanto la amas.
Y por ultimo, como dice en su canción Miguel Mateos: "cierra cada día con un beso francés."


El amor no lo hace el precio de lo que pagarás mañana por lo que tienes pensado regalar.

El amor lo haces tú mismo cada día, cada minuto, cada segundo.


Deja de comprar cosas estúpidas... solamente has el amor.








martes, 10 de febrero de 2009

PARA HIKARU NOGAMA


Amigo. Te han escupido la cara acusándote de ladrón solo porque tu genialidad fecunda, pare las ideas más puras que intelecto alguno puede gestar.
La envidia es un monstruo que ciega las pupilas más excelsas, enredadera que asfixia la flor más preciosa; albañal que contamina el lago más cristalino.
Pero tú eres más. Tu talento supera fronteras y no conoce el pecado del birlo intelectual, llega al éxtasis en solitario, vaga por caminos nunca caminados hasta llegar al mar profundo del que brotan como ninfas las palabras, amantes deliciosas, que se entregan solas deseando ser amadas por tu virilidad creativa.
No dejes nunca que el celo ignorante del que no sabe ser fiel amigo trunque tu paseo por el triunfo. No permitas que la ira del que no está seguro de su genio asesine en tu núcleo la certeza de que mañana serás mejor.
¿Qué culpa tienes tú? Si eres el amante predilecto de la musa que te obliga a poseerla una y otra vez hasta chillar de placer en tus escritos. Ellos no saben, no entienden la dicha de escribir como la entiendes tú.
Solo son clientes del mercado, bestias en la jungla de la fama. Indomables salvajes que no dudan destajarse el uno al otro solo para ver en un estante el mísero fruto de su dinero e influencias.
Cualquiera escribe, pero tú eres escritor. Cuentista por excelencia y creativo por naturaleza.
Limpia tu cara y alza tu frente, pase delante de ellos y no voltees a mirarlos. Recuérdalos solo cuando sientas que no podrás hacerlo y entonces recordarás que tienes que llegar a donde ellos aun no han llegado.
Amigo, maestro, hermano. Solo la musa es verdadera.

CARTA DE DESPIDO


No sé qué nombre darte, caprichosa ninfa ya carente de magia.
En el presente de mi imaginación dolorida, prostituyes tu recuerdo donde antes eras pura.
Ahora que ya no estás conmigo, te siento entregada a la bajeza del morbo que te ofrece un nuevo comprador, siendo a gusto tuyo, ultrajados tus multiples talentos que yo capacité.
Aunque sé que eres suya como fuiste solo mía, cada caricia que te da son como mil seres obscenos que te manosean.
Tu, que en mis brazos eras virgen a pesar de cada noche; eres ahora mesalina que se entrega a los placeres lujuriosos de una cama que no es la mía.
Te imagino así: toda senos, toda muslos, toda carne. Toda tú sin mí.
Profesional en gemidos que yo entrené; te das al nuevo postor que tu amor elige por besos ajenos, como otrora te regalabas a los míos.
Subastando en poco tu erótica inocencia que yo hice salvaje, ventilas invenciones diversas sin derechos de autor.
Tú, hada andrógina, ya sin alas; te vendes barata en mi dolor por tu abandono.
Mas, ahora sé cuán cara fuiste. Cobrando a diario en besos, caricias y “te amos” quisiste al final elevar tu precio a lágrimas y sangre.
Por eso, antes de secarme inútilmente, te despedí nomás con mi YO en carne viva
¡Ni una gota más!... demasiado por tan poco.
Y aunque de eso si obtuviste tu propina, mejor pago en olvido tus fieles años e servicio.

domingo, 8 de febrero de 2009

ELIZABETH


Entre cuatro paredes, sentada en el piso en una esquina de la habitación, se encuentra la condesa mirando a la oscuridad del vacío.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que la emparedaron en su propia habitación? Ya ha perdido la noción de los días. Tal vez, ya sean años. Difícil saberlo.

Los enormes ventanales por donde, otrora se filtraba la tenue luz del amanecer cada día, o través de los cuales ella solía regodearse en la vastedad de sus tierras, donde se perdía sin confines la mirada, ahora están cegadas con kilos de argamasa.
No queda ni un bendito resquicio gracias al cual ella pudiera adivinar el día o la noche.

Una vez el día, un pequeño agujero de diez por veinte centímetros se abre al ras del suelo, y por ahí una mano nada piadosa introduce un recipiente, en el que se pudren los mendrugos de los que se espera ella se alimente; pero no lo hace. No es eso lo que ella necesita.

Pasa sus delicados dedos por su rostro; por las comisuras de sus labios, las esquinas de sus ojos, la curva de sus cejas, su frente; su cutis aun es terso. Los pliegues de su garganta aun son suaves, sus pechos redondos aun son voluptuosos; y sonríe en la penumbra al comprobar que sigue siendo bella.
Sigue siendo joven.
Todo valió la pena, todo fue por un motivo valedero. Al menos para ella.
¿Acaso no tiene derecho una noble a conservarse bella? ¡Era su derecho! Otros matan por placer, o en guerras sin sentido. Ella tuvo sus motivos y, quien la mire de frente, no puede decir que no tenía razón.
Sin embargo está sola; sus aliados le dieron la espalda, sus amigos han sido asesinados por estar a su lado y sus propios hijos, a los que amó y protegió hasta el final, la han abandonado.
Su única compañía son las ratas que cada tanto se pasean entre sus pies, las únicas voces que escucha son las acusaciones de los jueces que aún resuenan dentro de su cabeza; su único consuelo, a veces, es tararear aquella tonada, aquella vieja canción de cuna de la que ya no recuerda ni la letra.
No fueron tantas, ni trescientas ni seiscientas; y a todas les dio lo que pidieron, con todas hizo bien. Todas sabían a lo que iban y todas se ofrecieron con gusto.
¡Como se abrían a sus manos aquellas creaturas! Como capullos floreciendo apenas, rosas encarnadas, tiernas, frescas; irrigadas en licor y sangre.
A todas las amó ¿Y cómo no amarlas? Ellas eran su vida, su fuente inacabable de juventud y belleza. ¿Acaso no era amor? Traerlas junto a ella, tomarlas, poseerlas, compartir mutuamente el placer en el lecho hasta alcanzar el éxtasis final del último suspiro.

Fueron para ella del mismo modo que ella se dio también. Dejarse la piel en la entrega; poseerlas hasta lo más profundo de su ser, beber hasta la última gota de su esencia y luego, dejarlas fenecer entre sus brazos, mientras ella entonaba aquella vieja canción de cuna, enjugando sus lágrimas.
Libando de esos labios las últimas perlas escarlata que consistían la más pura prueba de la entrega de ellas para sí.
Si, las amó, y ellas la amaron también. Agradecían con lágrimas en los ojos las enseñanzas y recibían con dulces sollozos de obediencia los castigos que poco a poco las convertían en sus favoritas y sus elegidas.
No eran torturas. Eran enseñanzas de obediencia y humildad y su entrega era total y sublime, hasta el punto de entregar todo de sí para su ama. Todo de sí; entre sollozos de pasión y estertores de placer y sangre. ¡Daban la vida por ella! Pero ellos no lo ven. No se dan cuenta que lo único que ella hacía era aceptar el tributo.
Pero nadie lo entiende. Nadie lo ve como ella porque nadie sabe lo que ella sabe. Y no importa cuánto se esfuerce en explicarlo, nunca nadie le creerá.

El guardia que la alimenta, hace tiempo siente el deseo de saber si la dulce voz que escucha a través del muro hace juego con el rostro de la ilustre prisionera.
Le han dicho que si, que a pesar de su avanzada edad la belleza y lozanía de la condesa permanece. Sin embargo lleva varios días extrañando el delicado tararear.
Llevado por la curiosidad viola el candado y al instante un haz de luz se filtra por la puerta largamente cerrada.
No cree lo que ve: una virgen de sin par belleza reposa castamente sobre las frías lozas de lo que fuera una magnifica habitación imperial. El largo cabello negrísimo rodea la hermosa cabeza en delicadas ondas que parecen no tener fin, los ambarinos ojos miran, sin ver, hacia arriba; como anhelando ver el cielo que le fue negado.
Las manos pálidas reposan a ambos lados del cuerpo y en la faz sin mácula, se refleja una expresión de sosiego.

La condesa está en paz. La condesa ha muerto.
Ciego de un amor súbito y loco, el guardia cae de rodillas implorando perdón al cielo por no haber violado la seguridad que enviaría a la libertad a tan casto ángel de belleza; lo encuentran así; transido de desesperación sobre las lozas de la celda, llorando a lagrima viva y repitiendo una y otra vez “Elizabeth… Elizabeth…”
¡Fue la última víctima de la Condesa Bathory!
Pero ¿En realidad fue la última?

Varios siglos han pasado desde que la Condesa Elizabeth Bathory murió, pero sin embargo, hay ciertas noches en que las jovencitas de las aldeas circundantes sienten la necesidad de caminar por los parajes del viejo castillo, y un deseo arrebatador las posee.
El deseo de entrar al castillo y subir cada peldaño de la larga escalera hasta llegar a la habitación más grande de la torre más alta, desde donde dicen escuchar una tenue voz que las llama tarareando una antigua tonada…

sábado, 7 de febrero de 2009

EL SUEÑO DE DENISSE


Hace mucho tiempo que Denisse había notado que no era igual a los demás, todo a su alrededor se lo indicaba; sin embargo nunca imaginó siquiera lo que estaba por suceder.
Cada día Denisse iba a su lugar de trabajo intentando mantenerse ocupada para no pensar en su soledad; soledad a la que ella misma se había condenado al no querer creer más en el amor. Le habían roto el corazón tantas veces… Por eso había decidido que viviría para ella solamente.
Por las noches, al dirigirse a casa, tenía la sensación de que la observaban. Nunca había podido librarse de aquella paranoia; desde que era niña siempre se sentía vigilada.
Por las noches, en ocasiones despertaba súbitamente con la sensación de que alguien aparte de ella había estado en su habitación.

A veces cerraba las ventanas con recelo, pero otras, el calor ganaba y decidía dejarlas abiertas. Era entonces cuando tenía esos extraños sueños que le dejaban aquella sensación de haber sido acompañada por un extraño mientras dormía. Pero ¿qué le iba a hacer? Necesitaba aprender a controlar sus miedos. Ya estaba grandecita.
Durante el día, muchas veces sus clientes la encontraban distraída, como ausente de sus obligaciones. Felizmente ella era su propio jefe, de otro modo quizás hace tiempo habría quedado sin trabajo.
Empezó el invierno y con él, las lluvias. Esas últimas noches en particular los aguaceros torrenciales hacían que las últimas horas de trabajo no fueran más que tiempo muerto.

Energía eléctrica quemada sin sentido. Una noche fue a casa temprano y se acostó a dormir, elevando una sencilla plegaria para agradecer por el día vivido y rogar que los sueños esta noche fueran sosegados. Poco a poco el sopor fue haciendo presa de ella y de pronto, se encontró caminando a través de un bosque sombrío por un camino que la llevaba a aquel valle de lápidas carcomidas y cruces desvencijadas que ya conocía; un marmóreo ángel de alas resquebrajadas dominaba el paraje y parecían mirarla tristemente en la penumbra.

No podía evitar detenerse en medio del antiguo camposanto a atisbar la luna llena a través de las copas de los arboles, a lo lejos podía percibir una presencia que la observaba sin acercarse. Denisse sentía temor, pero, inevitablemente quedaba embelesada, enamorada de la música que escuchaba a su alrededor; notas casi armónicas, como de violines, que no eran más que el silbar del viento al colarse por las rendijas de la piedra de las viejas lápidas. El mismo viento que enarbolaba los pétalos de las rosas resecas en aquellas tumbas olvidadas y el aroma que despedían, parecía dirigirla directamente hacia allí; hacia el lugar donde aquella delicada sombra le observaba en silencio. Un susurro en el viento le cantaba dulzuras; le contaba cosas hermosas y le regalaba una sensación de seguridad, de pertenencia. De estar a salvo.
Promesas y palabras que luego, al despertar, nunca podía recordar.
Siempre el mismo sueño, y siempre el mismo despertar: sobresaltada con la sensación de que no estaba sola en la habitación, las lágrimas que surcaban sus mejillas contrastaban con la sensación de felicidad con la que despertaba. Pero esa sensación era efímera y se esfumaba en el mismo momento en que, mirando hacia la ventana veía despuntar el sol en el amanecer.
Cansada del enigmático sueño, una tarde Denisse salió de su cubículo anunciando a bocajarro que iba a cerrar, disculpándose con sus clientes e instándolos a que se retiraran y no se preocuparan por pagar, pues tenía que marcharse. Se dirigió hacia el cementerio de la ciudad, dispuesta a recorrer la parte más vieja, a ver si reconocía el paraje de sus sueños.
Nunca en toda su vida había entrado sola al camposanto y nunca lo había recorrido como lo estaba haciendo ahora. La blanca ciudadela desde afuera se adivinaba enorme pero jamás pensó que lo fuera tanto hasta que cumplió exactamente tres horas de caminar sin culminar el recorrido. Definitivamente debía subir la montaña; allá donde podían verse arboles de floraciones blancas que se alzaban retorcidos sobre la niebla, entre la que se podía vislumbrar apenas una que otra cruz grisácea. Hacia allí se dirigió Denisse sin percatarse siquiera de la hora descubriendo en su recorrido tumbas antiguas, cruces retorcidas con fechas ya borradas; a medida que subía más y más alto la maleza se iba cerrando a su alrededor y los arboles se hacían más sucedidos. Cada tumba que veía se adivinaba más vieja y las esculturas que antaño debieron gozar de esplendor ahora no eran más que montículos de piedra blanquecina ya casi sin forma, pero, a pesar de la antigüedad del paraje, no era este el lugar de su sueño.
De pronto el viento empezó a soplar anunciando lluvia. Sabía que debía bajar antes que comenzara a llover pues podría tener un accidente. Empezó a descender cuando de pronto percibió un aroma que, por un momento la obligó a detenerse y cerrar los ojos, presa de algún embeleso. Era un aroma que ya había percibido con anterioridad; como a mirra, madera y flores secas. Un susurro en el viento la hizo volverse hacia su izquierda y notó algo en lo que no había reparado antes: una gran verja de hierro, viejo y enmohecido cegaba la entrada a otra parte del cementerio; el lugar más parecía un bosque por la cantidad de arboles que lo poblaban, entre ellos podía verse lápidas grises que se elevaban torcidas y agrietadas. En medio del lugar un ángel de alas resquebrajadas se erguía soberano en aquella necrópolis tenebrosa y a la vez mágica. El viento le susurraba al oído su música espectral y deliciosa hablándole de belleza y sueños hechos realidad, de la inmortalidad del alma y el amor eterno; y, obedeciendo a un impulso que se escapaba de ella, hacia allí se encaminó.
De pronto un uniforme azul le vedó el camino haciéndole salir de aquella ensoñación con un seco “Ya vamos a cerrar”. Denisse se sintió como si despertara de un sueño, no había aromas a su alrededor, no había música y ni tan siquiera soplaba el viento. Entendió que debía marcharse. Empezaba a anochecer.
Volvió a su casa, con mil preguntas rondando en su cabeza; Denisse no entendía por qué había sentido el arrebato de ingresar ahí. Tampoco comprendía por qué esos sueños la acechaban. Quería respuestas, saber quién era la sombra que la velaba desde la penumbra, ¿quién la observaba y por qué lo había hecho así, en silencio como acechándola, toda su vida? Lo único que sabía y tenía claro dentro de su corazón era que, aunque le costaba admitírselo a sí misma, quería ir; quería estar ahí; cruzar la verja y hablar con aquella sombra misteriosa. Quería que le repitieran aquellas palabras de amor que antes nadie le había dicho y que le cumplieran aquellas promesas que nunca nadie le había hecho. No sabía por qué, pero tenía la certeza que conociendo la respuesta a todas esas preguntas conseguiría ser por fin feliz.
Lagrimas de desesperación, temor y tristeza empezaron a escaparse de sus ojos, se acurrucó en su lecho sollozando por toda su vida; por sus amores perdidos, por su juventud incomprendida, por sus deseos reprimidos y todos los sentimientos heridos que había tenido que tragarse para no morir de desolación. Entonces, por primera vez en su vida tuvo la sensación de que esta no era ella, que estaba viviendo la vida de alguien más y de que, sin saber cómo o por qué, su verdadera vida la esperaba allá; tras de aquella vieja verja de hierro enmohecido.
Así se durmió Denisse, sintiendo que ni su nombre ni su piel eran los suyos y que su hogar no era su hogar, con las lágrimas aun mojando la almohada, sin haber notado que desde la ventana de su habitación una sombra la custodiaba y sufría con su dolor.
Bendito sea el calor estival que la obligaba a mantener la ventana abierta, como una invitación cortés para quien la había vigilado toda la vida y solo esperaba el momento propicio para poseerla y devolverle lo que siempre había sido suyo.
¡Cuánta razón tenía Denisse en pensar lo que pensaba! Esta no era su vida y su verdadera vida la esperaba más allá de la muerte.
En sueños, Denisse sintió que besaban su frente y unas delicadas manos acunaban su rostro; sintió que un frío abrazo la envolvía; pero este no era un frío molesto sino totalmente gratificante que la elevaba y la transportaba lentamente a aquel lugar que, sin saberlo, la había estado esperando durante siglos.
Despertó Denisse tras aquella verja de hierro, sobre la hierba ligeramente humedecida por la condensación de la niebla. A lo lejos, aquella sombra fiel la observaba, el aroma a flores secas, tierra húmeda y madera lo envolvía todo a su alrededor, y entonces supo que donde estaba era a donde pertenecía. Avanzó Denisse, esta vez sin temor, hacia la sombra que la aguardaba y alargando su mano tomó la de aquella atrayéndola hacia sí para adivinar su rostro a la luz de la luna: una doncella espectral, enlutada en seda y encaje y de lánguida sonrisa, que con lágrimas en los ojos le dijo “Te he esperado demasiado tiempo”.
“Lo sé” contestó Denisse sonriendo “Pero ya estoy aquí, gracias por traerme de vuelta a casa”. Tomadas de la mano danzaron al son de los violines del viento que se colaba a través de las tumbas grises de sus antepasados, mientras el ángel de mármol observaba complacido que la profecía se había cumplido y su princesa de la noche había vuelto una vez más a regir su dulce reino de penumbras y a reunirse con su amada inmortal.
Solo la luna es testigo ahora de la danza de las doncellas, mientras la lluvia moja su amor y las rosas resecas perfuman su morada mortuoria por toda la eternidad.
Porque el verdadero amor es fiel y no olvida.
Es constante y espera.
Nunca muere y es eterno.

viernes, 6 de febrero de 2009

FRAUDES A LA LUZ DEL CREPUSCULO


Erase una vez una ama de casa de Connecticut que se sentía aburrida de su triste vida de cambiar pañales, cocinar para el marido e ir a la iglesia mormona a la que pertenece.

Un dia ésta ama de casa dijo, "escribiré un libro sobre vampiritos" ¡Oh, qué gran idea!.. sobre todo considerando que la señora en cuestión sabía poco o nada del temita.

De ese dia en particular han pasado ya 5 años (¡quién lo creyera!) y de ahi se han desprendido 3 otras "joyitas de la literatura vampírica".

Ahora, me pregunto yo (y se que muchos otros con sentido común tambien) ¿Quién en su sano juicio le pudo haber dicho a la señora Mayer que sus historias eran dignas de la pantalla grande? Bueno, por aquí mismo va la respuesta: seguramente alguien con tanto sentido de la cultura gotica-vampírica como la bola de insensatos que se han avocado a los cines (como lemmings a un desfiladero) para admirar a la primera "obra maestra de la literatura vampirica del siglo XXI" en la pantalla grande.En fin... no con poco asombro podemos darnos cuenta que el amor al buen cine esta sumamente devaluado y qué decir del amor a la literatura, si el %60 de quienes vieron la película JAMAS leyeron el libro y el otro %40 que lo leyeron pensaron que es una maravilla... ¡Por Dios!

Sea como sea, leí el librito... no, no les voy a mentir y decir que lo leí sería exactamente eso: mentir.

Con franqueza diré que con bastante esfuerzo llegué al capitulo 6 "Cuentos de Miedo", y no pude más.La sarta de errores de dicción y de construcción de la que está poblada esa obra es impresionante, dejemos de lado la extrema adjetivación (que lo vuelve tedioso) y las continuas repeticiones (se nota que Mrs. Mayer no tiene un vocabulario muy amplio pues repite ¡28 veces la misma palabra en un capítulo!) además la largura de los diálogos lo hace pesado de leer y la pobreza en las descripciones evita que el lector juegue con su imaginación adentrandose en un universo casi vacío donde solo habitan los personajes en un fondo hueco.

Ya para terminar les diré que la película no la vi pero se que es mala (tengo un counter con 2.865 personas que ya me lo dijeron) el libro no lo terminaré de leer NUNCA y los otros 3 jamás los tendré dentro de mi biblioteca.

Gocenla!!!

EL PRINCIPE DE LAS TINIEBLAS



Desde que era niño, Vladimir había presenciado las formas que tienen los soberanos para mantener la obediencia y, por qué no, la paz en sus dominios.
Dichas formas, rayanas en la tiranía y la crueldad, no eran mal vistas y bastante practicadas. Había visto a su propio padre cientos de veces perpetrar torturas y castigos a enemigos o insubordinados; todo era válido para hacerse respetar, incluso infundir miedo.
Por eso nadie se asombró que al tomar el trono de su pueblo, el joven príncipe Vladimir tomara en cuenta las mismas formas de impartir justicia y de exigir respeto por medio del temor y el dolor. Sin embargo, se recuerdan sus primeros años en el trono, como un soberano paciente y benévolo.
Fue buena época en la que el joven Vladimir tomó el poder. No era ni peor ni mejor monarca de lo que fue su padre, pero siempre la capacidad del regente se ha medido por la economía de una nación; y Vladimir podía vanagloriarse en decir que sus fueros se habían convertido en los más prósperos de la región.
Siendo el nuevo soberano de su país, y considerando su juventud, misma que podía hacerlo ver cono incompetente ante sus súbditos; sus consejeros le persuadieron a tomar prontamente una esposa.

Vladimir no tenía prisa, no encontraba a su pueblo descontento y no creía haber dado señales de incompetencia.
No tenía problema en aceptar el consejo que le daban, pero, guiado por los ímpetus de su juventud decidió que desposaría a la joven que ganara su corazón, ni más ni menos.
Su madre, la benévola reina no pudo estar más de acuerdo. Amaba a su hijo y lo quería ver feliz.
Pasó no mucho tiempo y Vladimir conoció a una joven de lánguido mirar y rosados labios que llamó su simpatía; a pesar de la timidez de la adolescente hicieron buenas migas y pasados unos meses Vladimir decidió que, si ella lo aceptaba, la convertiría en su consorte.
Los esponsales se realizaron con gran pompa, como corresponde al soberano de tan próspera nación. Incluso sus enemigos fueron convidados al banquete haciendo un pacto provisional de no agresión. Esperando tal vez con esto, hacer un llamado de amistad que se prolongue por el bien de toda la región.
Poco sabía Vladimir que, en su propia mesa, se fraguaba la treta que le llevaría a la desgracia.
Menos de un año había disfrutado el joven príncipe de las mieles del amor conyugal, cuando los conflictos en las fronteras requirieron su atención prontamente. Decidió marchar junto a sus hombres para defender su patria y a su dios de la invasión extranjera de los infieles, dejando a su esposa al cuidado de su madre y de personas en las que confiaba.
Casi tan pronto como habíase marchado el príncipe, la princesa recibía una misiva que le destrozó el corazón y la despojó de su alma.

Su amado esposo había caído en el campo de batalla bajo las flechas enemigas, y ya se dirigían al palacio para llevar a cabo las exequias.
La princesa, al no encontrar modo de mitigar su dolor, maldijo en silencio no haber engendrado el hijo que le diera continuidad a su amado en esta vida y que sería el único motivo que la atara a este mundo, y siendo así no dudó en acompañar a su amado a la muerte arrojándose por la ventana de su habitación hacia la furia de un río que corría a las márgenes del castillo.
Volvía el príncipe a casa después de descubrir que la amenaza era falsa, y encontróse con la amarga noticia de que la dueña de su amor se había quitado la vida creyéndolo muerto por una treta infame. Sabiendo que por el pecado que en su desesperación había cometido la princesa, su alma jamás reposaría en el Cielo, maldijo a su tierra, a su dios; maldijo la luz del sol y hasta su propia alma, invocando al mismo demonio pidiendo que le diera el poder para vengar el agravio.
El príncipe se vistió de dolor rehusándose a salir de sus habitaciones y negándose a comer, no aceptaba la compañía de nadie que no fuera su propia tristeza y empezó a llevar a cabo su venganza. Armó a su ejército y atacó los reinos circundantes, sin preguntar o indagar simplemente asumió que todos eran sus enemigos. Todos eran culpables, y ordenaba arrasar con cuanto se encontrara al paso, tomando prisioneros a los más ilustres nobles y jefes militares para someterles a terribles torturas y vejaciones en las que muchos morían.
Cuando alguno sobrevivía a esta cruel forma de divertimento que había descubierto el príncipe, ordenaba que atravesaran al prisionero con una estaca y le sembraran a la vera del camino que llevaba a su castillo. Pronto fueron cientos las estacas donde se empalaban a los desgraciados que, muchas veces aun sobrevivían algunos días gimiendo de dolor y sin poder espantar las rapaces que picoteaban su carne y sus ojos.
De allí adquirió el príncipe el tétrico y célebre título de “Vlad, el empalador.”
Sabiendo las atrocidades cometidas, una de las pocas noches que concilió en sueño, el príncipe tuvo una visión: en un abismo de oscuridad un ser de luz se le aparecía y lo instaba a abandonar su venganza “muertos están ya los que te dañaron” le decía “arrepentiros, no sigáis más allá; o vuestra alma se verá sumida en las tinieblas y no tendréis paz”.

El príncipe se rió ante estas palabras diciendo que él hace tiempo que se despidió de su alma, su venganza no cesaría jamás porque había sido el género humano el que lo había dañado. No había hombre, mujer o niño que no tuviera culpa de su desgracia. Para él ya no había paz ni dios, y él ya no se consideraba humano sino el mismo demonio; y si no lo era ya esperaba serlo algún día. Lo único que esperaba era tener vida suficiente para poder hacer llegar su venganza lo más lejos que pudiera. “¿Eso quieres?” preguntó el ser de su sueño, trocando la luz que le rodeaba por profunda tiniebla “¡Eso tendrás!” bramó el ser sin rostro ni forma, abalanzándose al príncipe y mordiendo su cuello, despojándolo de su sangre; matándolo con rapidez mientras en su cabeza cabían sus palabras como una maldición: “En verdad te digo Vlad Teppes, hoy comienza para ti una nueva vida en la muerte, maldijiste el sol, pues el sol será tu enemigo ahora, maldijiste a tu dios, pues tu dios ahora será la muerte. Véngate de todos los que quieras beberás tanta sangre como has derramado porque de eso sobrevivirás, te perseguirán y te cazaran tal como tú has perseguido.

Nunca más amaréis porque el amor es luz y de hoy en más vos sois el Príncipe de las Tinieblas.”
Los días que subsiguieron a esa noche, el príncipe Vladimir fue presa de una vil y extraña enfermedad, fiebre alta y escalofríos lo tenían postrado en el lecho y en sus delirios solo repetía el nombre de su amada. Su piel se tornaba cada vez más fría y pálida y no soportaba ni si quiera la luz oscilante de una vela en su presencia.

Se temía por su vida y la reina sufría tanto y estaba cada vez más desesperada.
Una noche, el sirviente que cuidaba las fiebres del príncipe mandó llamar a la reina. El motivo; el príncipe no se movía, estaba frío y parecía que había dejado de respirar. Enloquecida la reina penetró en los aposentos del amado hijo para confirmar que, en efecto, su príncipe había abandonado este mundo.
La noticia corrió como reguero de pólvora y los lejanos enemigos que aun se habían salvado de la furia vengativa del príncipe, se regodearon al enterarse que aquella región quedaba sin soberano, lista para ser invadida y saqueada. En el sombrío castillo, el cuerpo del príncipe era preparado para los funerales, siendo asistida la reina tan solo por el fiel sirviente que se desvelara en la enfermedad de su príncipe.
De pronto, una mano helada agarró con fuerza al sirviente que no alcanzó ni a gritar para pedir auxilio; la reina, enmudecida, observó la acción sin dar crédito a lo que veía y sin poder siquiera moverse. Al punto, el joven sirviente quedaba exangüe y flácido en los brazos del príncipe que, levantándose de los mismos brazos de la muerte, aferraba su boca al pobre cuello, sorbiendo con avidez hasta la última gota de sangre; arrojando luego aquel cascarón seco y vacío lejos de sí, buscando a su alrededor algo más con lo que saciar su sed.
Sus ojos de mirar furibundo y destellos amarillos se posaron en la trémula reina y se aproximó a ella ostentando los colmillos, mientras su pálida boca dejaba escapar espumarajos rojizos que se derramaban en su traje al tiempo que aprisionaba a la autora de sus días en un apretado abrazo, dispuesto a drenarla como al otro.
A la voz de “¡Hijo!” el príncipe pareció como despertar de una ensoñación; separóse de la reina y viendo en lo que se había convertido, se llevó las manos a la cabeza bramando como un animal herido mientras espesas lágrimas de sangre se derramaban por sus mejillas.
Se encaramó sobre la ventana, la misma por la que su amada había decidido acompañarlo; cuando escuchó la triste voz de su madre tras de sí “Hijo, ¿qué has hecho?”. Volviéndose apenas, más que para responder, para mirarla por última vez el príncipe contestó murmurando tristemente: “Morir”.
Desde esa noche, cuentan los más viejos que el príncipe recorre el mundo tomando víctimas de las que alimentarse, libando la sangre de culpables e inocentes; mientras deja tras de sí un halo de muerte y oscuridad, creando a veces, compañeros que le ayuden a continuar con su labor y su venganza. Encerrando la tristeza de su amor perdido en una capsula de maldad y misterio, abandonando la verdad de su existencia al hálito de la fantasía, de los mitos y las leyendas.

jueves, 5 de febrero de 2009

UNA VIRGEN DE 30


Mara es virgen; pronto cumpliría treinta años y nunca había tenido sexo con nadie. Le gustaban los hombres y adoraba a sus amigas, aunque ellas siempre hacían bromas sobre su “inconveniente”, como llamaban ellas a su prolongada virginidad.
Sin embargo, Mara era experta en sexo.
Se sabía los nombres de todas las películas pícaras, eróticas y pornográficas de los últimos quince años. Se sabía la vida de los mejores y más laureados actores y actrices porno; desde los amores de la Ciccolina y las supuestas cirugías agrandadoras de Rocco Sifreddi hasta los escándalos de la minoría de edad de Tracy Lords y el falso SIDA de Carmen Luvana, y bueno, cómo no saberse las tramas de dichas películas si todas van de lo mismo: sexo.
Tenía en su casa una gran biblioteca llena de libros y documentos sobre temas eróticos y sexuales; manuales de técnicas y posiciones, teorías de Freud, tres tipos distintos de Kama-Sutra, las historias del Marqués de Sade, la colección de libros de Henry Miller, etc.; y su gran tesoro: el “Delta de Venus” de Anaïs Nin.
Apoyada por su vasto conocimiento y su extenso material didáctico, daba los mejores concejos sexuales a hombres y mujeres.
Mara tenía las más candentes fantasías y las transformaba en historias eróticas que hacían sonrojar a los más experimentados depredadores sexuales.
Tenía cientos de pretendientes, que no le habían faltado nunca: casi todos sus vecinos, la mitad de sus compañeros de trabajo, y una que otra “amiga.” Y cómo no, si no era una mujer fea, al contrario. Tenía veintinueve llegando a treinta, caderas firmes, cintura de avispa, senos de quinceañera, rostro de princesa, piel de armiño, ojos felinos y una poblada mata de cabello azabache. Pero ella muy amablemente siempre declinaba las proposiciones, nunca cedía.
Pero, al contrario de lo que muchos creían no era de piedra. ¿Frígida? ¡Ni mucho menos! Tenía sus sentimientos, más de una vez se había enamorado; y tenía sensaciones como cualquier mujer, y me atrevería a decir que, hasta más que cualquier mujer.
Ver un hombre atractivo por la calle, que la mirara como solían mirarla a ella, provocaba que un calorcito picante recorriera todo su cuerpo, haciendo que sus pezones se hincharan y, del centro de su femineidad brotara aquella miel que muchos anhelaban libar.
Lo que nadie sabía es que Mara tenía una vida sexual bastante plena. No, no me malinterpreten, repito, Mara es virgen.
Como he dicho antes, sus fantasías eran lo más candente del planeta.
Pero quizá el lector se preguntará ¿coqueteaba? Constantemente. ¿Permitía que la besaran? Cada vez que ella lo deseaba. ¿Permitía que la acariciaran? Todo el tiempo. Pero nunca iba más allá. Ella solía permitir que otros u otras encendieran su deseo, pero siempre permanecía fiel a sus poderosas fantasías, y solo a ellas se entregaba por completo.
Aprovechando su prodigiosa imaginación, cada noche abandonaba su cuerpo virginal a sus propios y vehementes deseos, y al mejor amante que, sinceramente, (sorry chicos) cualquier mujer puede tener: sus propias manos.
Cada vez que tenía la oportunidad se encerraba en su habitación, corría las cortinas y cerraba los ojos abandonándose totalmente a un mundo de sensaciones y fantasías que definitivamente no eran de este plano.
Desnudaba totalmente su cuerpo con toda la calma y la sensualidad de la que era capaz y en su cama o donde fuera, daba rienda suelta a sus más fogosas fantasías, ensayando todas las posiciones que había aprendido de sus lecturas y recorría hasta el más recóndito rincón de su cuerpo con sus manos y sus dedos.
Imaginaba diversos amantes, no tenía reparos en edades, razas o posición social. En sus sueños había poseído a todos los estratos de hasta las más bizarras partes del mundo.
Cuando ella quería era uno, dos o tres; hombres o mujeres, o todos a la vez; a veces bacanales desenfrenadas de sexo salvaje o la más tierna sesión romántica.
Sea como fuere, todos sus amantes siempre estaban deseosos de ella y por supuesto, siempre ella estaba deseosa.
¿Para qué necesitaba bocas que mordieran y amorataran su delicada piel?
¿Para qué falos que horadaran bruscamente sus recónditos secretos de mujer? O manos ansiosas de estrujaran toscamente sus carnes ¿para qué? ¡Si tenía sus propias manos que la conocían como nunca nadie lo haría y que la acariciaban tiernamente haciéndola conocer el cielo!
En su particular modus vivendi, ella se encontraba libre de todo tipo de problemas: cuernos, celos, desconfianzas, y demás hierbas malas que inevitablemente llegan con las relaciones interpersonales.
¡Cuántas veces había visto llorar a sus amigas por las estupideces de sus desconsiderados amantes! Y para colmo, la mayoría de las veces esos desconsiderados amantes, ni siquiera eran machos satisfactorios para complacer a la hembra.
Por estas y otras cosas ¿qué más daban las bromas de sus amigas o las habladurías de la gente?
¿Qué tenía de malo llegar virgen a los treinta? Y si se moría virgen ¿Qué importaba? Ella gozaba de su sexualidad mucho más que cualquier otra mujer porque no estaba supeditada a las ganas, los deseos o las costumbres de alguien más, sino, solo a los suyos propios.
Que sigan hablando y la sigan deseando, eso encendía su fuego y activaba aquella maquinita incansable que era su cerebro y le daban material para una fuente inacabable de nuevos amantes y nuevas aventuras.
Mara es virgen, si, ¡una virgen insaciable!