Era este un enorme salón oscuro.
De lustrosos pisos de granito y paredes de roca madre.
Largos y pesados cortinajes púrpura y granate cubrían parte
de las paredes y adornaban los amplios ventanales de cristales relucientes por
donde se filtraba la luz de la luna.
Enormes estanterías llenas de libros antiguos adornaban
aquel gran salón, y en un extremo, una gran chimenea de roca calentaba la
estancia iluminando gran parte de la misma.
Altos candelabros de pie de tres y cuatro brazos cargando
largas velas blancas encendidas, y que se hallaban distribuidos con precisión,
ayudaban a mantener iluminado hasta el último rincón del salón.
En medio del mismo un gran escritorio lleno de pergaminos,
frascos y abalorios llamaba poderosamente la atención; y muy cerca de este, un
pedestal sostenía el gran grimorio que contenía los grandes y poderosos
misterios de la magia y la necromancia
A este lugar entraron como tromba aquellas tres hermosas
mujeres de largos vestidos negros que dejaban muy poco a la imaginación, que
discutían acaloradamente.
Abriendo de par en par las altas puertas de doble baraja, la
voluptuosa pelirroja fue la primera en
entrar con la furia pintada en su bello rostro.
Detrás de ella, dos sensuales rubias, una de largos y
sedosos cabellos lacios y dulces ojos azules; y la otra, con una larga y
brillante mata de apretados rizos que enmarcaban un delicioso rostro angelical,
lleno de pecas y con dos esmeraldas que relumbraban.
Las tres mujeres, venían discutiendo casi a los gritos, y
tan ensimismadas estaban en ello que no se dieron cuenta de la pequeña figura
oscura que, sentada en un butacón muy cerca de la chimenea, leía en silencio.
- - ¡Hiciste trampa! – rugió la peliroja –
- -No lo hice – exclamó la de ojos azules – fue una
prueba que nos puso nuestra Madame, ella dijo que todo recurso era viable.
- -Sí, pero … ¿ese? ¿no te parece que te
sobrepasaste? – dijo la ojiverde, muy enfadada.
- -No, no lo creo. Madame dijo que cualquier
recurso era factible ¿y de qué se quejan?
- -¡Aish! Yo pude haber ganado, si tan solo está…
¡estúpida! No hubiera hecho llover aquella tarde y quedarse a solas con él en
su casa. ¡Ya lo tenía! Si hubiera llegado a mi fiesta hubiera sido tan fácil
conquistarlo…
- -Sí claro ¡metiéndolo en tu cama!
- -¿Y acaso eso no es lo mismo que tú hiciste?
Tanto tiempo haciéndote la santita, la muy correcta, tanto tiempo dándotelas de
virgen… Dime ¡so puerca! ¿te acostaste con él, eh?
- -¡Eso no es de tu incumbencia! ¿y qué si lo hice?
Mejor yo que tú ¿no?
- -Ayyyy yo te matoooo infelíz!!!! – chilló la
pelirroja amenazando con sus uñas el pecoso rostro de su interlocutora.
- -¡¿A miiii?! Te recuerdo hermana que esta mosca
muerta es la que terminó ganando esta prueba.
- -Así es – dijo la otra rubia – yo me quedé con
él, soy más astuta, más inteligente ¡soy la mejor, asúmanlo de una vez!
- -¡¡Con trampas!!- dijo la pecosa
- -¡Como si tu no las hicieras pecosa endemoniada,
con poner cara de mojigata haces lo que quieres pero eres el diablo!- dijo la
pelirroja
Así, las tres jóvenes brujas, continuaron enfrascándose de
nuevo en aquella acalorada discusión que llevaba ya horas, desde que habían
cruzado el vórtice interdimensional que las trajo de regreso a su mundo de
aquella otra dimensión donde su ama y maestra las había enviado para que
pasaran una de tantas pruebas que solía ponerle a sus jóvenes aprendices.
Desde la butaca, aquella pequeña figura oscura las observaba y las escuchaba. No podía creer
que estas tres insolentes habían entrado a su salón privado y se hubieran
agarrado a los gritos otra vez sin siquiera percatarse de que ella estaba ahí.
La mujer, de elegante kimono negro y largo y lustroso
cabello , cerró con calma su libro y lo colocó a un lado de su asiento.
Tomó su largo pitillo y le dio una profunda aspirada al
aromático cigarrillo que fumaba y se puso de pie.
Tan pequeñita como era, no había que extrañarse de que las
otras tres y luminosas jóvenes, en sus ímpetus, no la hubieran notado.
La hermosa oriental caminó grácilmente hacia ellas, tan
delicadamente que sus movimientos casi etéreos no fueron percibidos por las
muchachas que casi estaban a punto que armar un ring de boxeo ahí mismo.
-¡Niñas!... ¡Niñas! – dijo la pequeña dama oriental – basta
ya; saben que este tipo de comportamiento no me gusta se los he dio varias
veces – dijo apuntándolas con uno de sus dedos de largas unas rojas.
-¡Pero Madame! – gimió la pelirroja - ¿Ha visto lo que ha
hecho Susanna? Hasta donde llegó para cumplir la prueba ¡esto tiene que ser
trampa!
- ¿Y acaso tus planes de utilizar tu fuerte sexualidad para
conquistarlo no lo eran Eliza?
La muchacha pelirroja cerró la boca y bajó la cabeza
avergonzada ante las palabras de su maestra.
- -¡Si ella también quería hacer trampa! – dijo la
pecosa – yo fui la única que jugó legalmente.
-
No te des golpes de pecho Candice – dijo la
oscura maestra inhalando luego de su largo pitillo – tenías que jugar con
legalidad, si; pero lo que tú hiciste utilizando los sentimientos de todos los
humanos a tu alrededor con tu estampa de ángel irreal y fantasioso tampoco es
del todo válido ¿Qué es eso? Te dije que tenían que mezclarse entre los
humanos.
- - Pero… pero yo fui muy humana…- murmuró la pecosa
bajando la mirada.
- -¡¡Demasiado!! La gente como tu no existe. No me
hubiera extrañado que de pronto alguien comenzara a sospechar que eras un extraterrestre o algo
así ¡Felizmente en la época a la que las envié aun no está muy de moda la
ciencia ficción!
-¡Y contigo no quiero hablar Susanna!- dijo
de pronto la maestra a la rubia ojiazul, que había estado mirando con burla a
sus hermanas y sonriendo triunfal – Ganaste la prueba, sí; pero a ver s para la
próxima vez eres menos… dramática, para lograr tus objetivos.
-Pero… pero es que él era actor y yo pensé
que…
-¿Pensar? ¿pensar? – exclamó la pelirroja.
-¡Acabáramos! ¡ahora resulta que la frentona
piensa! – dijo con ironía la pecosa.
…Y la discusión comenzó de nuevo.
La pequeña y etérea maestra oriental solo
las miraba mientras seguía inhalando de su largo y elegante pitillo.
No podía evitar menear la cabeza con cierta
sonrisilla al verlas así, tan niñas, tan caprichosas… ella también era así
cuando era tan joven como ellas.
Al final abrió uno de los cajones de su
enorme escritorio y sacó algo de este.
-¡Niñas!... ¡Niñas! – volvió a exclamar,
las jóvenes se quedaron calladas y quietecitas en el acto mirando al piso – no
quiero que sigan discutiendo por favor.
-Pero… - dijeron las tres compungidas - ¿Y
nuestras calificaciones, Madame?
-
Ya lo tengo pensado – dijo la mujer, y extendió
el objeto que tenía entre sus manos.
Un bello títere de delicadas facciones que
parecía hecho en porcelana.
Tenía un sedoso cabello que parecía natural
y en sus ojos, habíanse colocado un par de hermosos y diminutos zafiros.
¡Una obra de arte!
-¿Qué les parece si comenzamos de nuevo? –
dijo la mujer, mientras comenzaba a hacer bailar al precioso títere jalando de
sus hilitos como le dio la gana, haciendo que las jóvenes sonrieran
abiertamente por la gracia que les causaba.
-
¿Les parece bien? –volvió a preguntar la
maestra.
Las tres hermanas se miraron sonriéndose
pícaramente entre sí, contestando luego al unísono.
-¡Sí Madame Mizuki!