Era una noche que gozaba del
brillo de la luna, en los terrenos boscosos de Lakewood, cerca del Lago
Michigan.
En la silenciosa mansión de la
familia Leagan, una sombra se movía con sigilo.
Con mucho cuidado, la sombra en
cuestión abrió una puerta que apenas si emitió un ligero sonido seco al abrirse
y la figura se quedó estática un segundo tratando de percibir si el ligero
ruido había sido escuchado por quien dormitaba en aquella recámara; pero en
seguida pudo oír el arrullador y delicado zumbido del nebulizador que
purificaba el aire de la habitación y que ayudaba a su hermana a descansar sin
los terribles episodios de toses crónicas y ahogos que más de una vez habían
estado a punto de llevársela.
Neal se acercó con sumo cuidado
al lecho donde dormía su hermana Eliza.
Una tenue luz se coló apenas y
logró verla, plácidamente dormida; a pesar de la delgadez y la palidez, Eliza
seguía siendo para él, sumamente hermosa.
De hecho, ahora mismo, con su
largo y brillante cabello rojo ondulado desperdigado sobre la almohada, en
medio de las blancas sábanas, Eliza en realidad parecía un etéreo ángel a punto
de desaparecer.
Con el dorso de su mano, él rozó ligeramente
la mejilla de su hermana, pero se retiró en el acto.
Se llevó las manos al rostro para
ahogar un sollozo y cerró los ojos con fuerza, caminó lentamente hasta una
silla apoyada en la pared y desde ahí, tristemente contemplaba el casi
imperceptible subir y bajar de la respiración de su hermana.
Aun recordaba aquel maldito día…
Las toses de Eliza se habían
hecho cada vez más recurrentes, luego los ahogos.
-No le digas a mamá – había
pedido ella la primera vez que se había quedado sin respiración unos segundos –
no quiero que se preocupe.
¡¡Por qué demonios le hizo caso!!
Si él hubiera avisado desde el
principio tal vez ella no estaría muriéndose ahora.
Aquella tarde fue la gota que
derramó el vaso.
La tos fue tan fuerte que terminó
escupiendo sangre, luego su garganta se cerró por completo y el aire dejó de
entrar a sus pulmones.
Neal salió corriendo y llamando a
su madre; cuando volvieron la muchacha estaba inconsciente, con las manos
crispadas y los labios morados, tendida en el piso del patio con la ropa
manchada de sangre.
Más tarde en el hospital, él
creyó morirse cuando el médico dijo a sus padres el terrible diagnóstico, la
enfermedad había avanzado demasiado ya
como para revertirla y daba muy poco tiempo, meses apenas “Seis, siendo optimistas” dijo el galeno; mientras él se escabullía
en la habitación donde, aun inconsciente y con mascarilla de oxígeno, su
hermanita yacía inocente aun de lo que se le deparaba.
El muchacho cayó de rodillas ante
la cama de hospital, desesperado, presa del llanto.
-¡¡Cómo fui tan estúpido!! – se
recriminaba – Eliza, Eliza ¡No debí haberte escuchado! Si hubiéramos avisado a
mamá y papá a tiempo estarías bien ¡¡Es mi culpa!!... Te juro hermanita que si
hay alguna manera de detener esto la hallaré… Si hubiera alguna forma de
cambiarme por ti, lo haría sin dudarlo
Noches en vela pasó Neal entre
libros de diversas bibliotecas de la ciudad, madrugadas leyendo largos ensayos
en internet, o chateando con médicos de diferentes países, pero la verdad es
que a las alturas que iban, no se podía hacer ya nada.
Cuando, desesperado, se dio cuenta
de que la ciencia no le daría respuestas; comenzó a buscar algo más…
Las lágrimas rodaban silenciosas
por el trigueño rostro del muchacho, mientras sentado en la penumbra, tenía
estos tristes recuerdos.
-Te prometo hermanita que nadie va a separarnos. Ni mamá, ni la tía
Elroy, ni esa huérfana que papá va a traer.
-¿De verdad Neal? ¿Promesa de hermanos?
-¡Promesa de hermanos!
Aquella tarde junto al lago,
justo antes de que ella llegara a sus vidas, habían hecho el pacto de estar
juntos para siempre. Lo que jamás se imaginó Neal es que sería la misma Muerte
quien los obligaría a romper aquella promesa tan pronto.
La campanada del reloj de péndulo
del salón dando la una de la madrugada, lo hizo salir de sus ensoñaciones e
incorporarse lentamente.
“Ya es hora…” pensó.
Antes de salir, dedicó una última
triste mirada a su hermana menor.
“Si hubiera una manera…” pensaba “Si de verdad hubiera una manera de cambiarme contigo; lo haría sin
pensarlo”
Neal salió de la habitación y
bajó las escaleras; tomó el morral donde había guardado las cosas que
necesitaba esa noche el cual había escondido detrás del piano, y salió de la
casa.
A la mañana siguiente, Eliza aun
en camisón, miraba su triste imagen sentada frente al espejo de su cómoda.
Miraba reparando en cada detalle
de su demacrado rostro, otrora hermoso y rozagante.
Los semicírculos violetas bajo
sus ojos castaños, cada día más hundidos en sus cuencas.
Los huesudos pómulos que brotaban
de sus mejillas, que solían ser llenas y rosadas como un par de frutos de
estación.
Sus labios, blanquecinos y
resecos, que antes eran dos cerezas apetecibles.
Un sollozo se escapó, como un
suspiro de su garganta, mientras las fotografías que la rodeaban le mostraban
orgullosas, cómo había sido hasta hace unos meses, y cómo no sería ya nunca
jamás.
Unos toques en su puerta la
hicieron reaccionar.
-Adelante- dijo con suave voz,
mientras se secaba una lágrima.
-Hola Eliza – dijo Neal al
entrar, dedicándole una sonrisa - ¿Cómo has amanecido?
-Mejor – mintió ella tratando de
acomodar una sonrisa – un poco cansada pero me siento bien.
-¡Qué bueno! Me alegro mucho
hermanita; aunque, veo que no has tocado tu desayuno, y pronto será medio día.
– dijo el joven, mirando la bandeja con frutas, jugo y leche que reposaba sobre
una mesita.
-No tengo apetito – dijo ella en
un suspiro.
-Ah, qué mal, porque quería
invitarte a dar un paseo; pero no te llevaré a ningún lado si no comes.
-Así no es como vas a convencerme
de comer, Neal –dijo la joven poniéndose de pie y dirigiéndose a la ventana –
sabes bien que de todas maneras no puedo salir.
-¡Tonterías! El médico no lo ha
prohibido.
-Sí, bueno… tampoco es que me
apetece.
-¿Segura? – Dijo el joven
acercándose a ella por la espalda y tomándola con suavidad por los hombros, viendo
como miraba ella las flores del jardín – Ah mira ¡el jardín está precioso! Y
seguro que te sienta bien un paseo.
-No sé…
-Vamos por favor… quiero
mostrarte algo.
-¿Qué es? – Preguntó Eliza
volteando a ver a su hermano mayor de frente al notar cierto tono en su voz -
¿Neal? ¿Pasa algo?
-No, nada – dijo él, cambiando el
semblante gris que se instaló en su rostro un minuto, por el jovial de siempre
–Pero, acompáñame por favor.
Eliza asintió ligeramente no muy
convencida.
-Perfecto, te dejo para que te
vistas. Te espero abajo.
Eliza bajó luego de un rato, vistiendo
un vestido azul y un abrigo largo color beige; el consabido lazo de seda
sujetando sus rizos era azul cielo.
Neal no pudo reprimir una sonrisa
al verla.
-¡Luces preciosa!- le dijo
sinceramente, haciéndola sonreír - ¡Vamos!
-Neal ¿A dónde crees que te llevas
a Eliza?
Sarah Leagan había aparecido
justo cuando ambos chicos se disponían a salir.
-Mamá, llevaré a Eliza a dar una
caminata por el campo.
-¿¡Te has vuelto loco!? ¡Desde
luego que no!
-Oh vamos mamá, será solo un
momento.
-Dije que no Neal; Eliza, sube a
tu cuarto.
-Mamita, volveremos en seguida… -
dijo la muchacha.
-¡No Eliza! ¿Y si te ataca la tos
estando lejos? ¿Y si te da una crisis? ¡No quiero ni pensarlo…!
-Madre, Eliza estará bien, estaré
con ella.
-¡He dicho que no!
-Por favor mamita, me ahogo aquí
dentro –dijo la muchacha suplicante – Me hará mucho bien salir un rato con Neal,
estaré bien… por favor.
Al escuchar la suplica de su hija
enferma, la mujer sintió como si el corazón se le empequeñeciera.
Desde el diagnóstico, la muchacha
había estado confinada a su casa bajo el cuidado de su madre; como si así ella
pudiera detener el tránsito de la enfermedad que se estaba llevando a su hija.
Pero eso era imposible; los meses
volaban y Eliza claramente no mejoraba, casi se podía decir que moriría de un
momento a otro.
¿Cambiaba algo acaso si sucedía
dentro o fuera de la casa, o en un hospital o en el campo? Si de todas maneras,
iba a suceder y no se podía hacer nada para evitarlo.
-La primavera esta hermosa Sarah
– dijo una voz masculina a su espalda – deja que la niña salga a pasear un
rato, al menos solo por hoy.
-John…- murmuró la mujer,
sintiendo la mano de su esposo sobre su hombro, y sujetándola después – Vayan
pues… pero, el almuerzo es a la una.
-¡Gracias mamá! –exclamó la joven
sonriente y saliendo al jardín.
-Te prometo que tendrás a Eliza
de vuelta antes de la una, mamá – dijo Neal, esbozando una ligera sonrisa
mientras se acercaba a su madre y la abrazaba delicadamente – Gracias mamá, por
habernos cuidado tan bien siempre, y ocuparte tanto de Eliza.
-Hijo… ¿Qué dices?
-Te quiero mucho, mamá.
Neal besó a su madre en la
mejilla y salió tras su hermana, que lo esperaba ya en la reja del jardín.
Ambos hermanos caminaban tomados
del brazo como un par de enamorados, recordando correrías de chiquillos y
pillerías de adolescentes.
Eliza era buena recordando
divertidas maldades; en algunas Neal sonreía, en otras, fruncía el ceño.
El también las recordaba muy bien
y no era orgulloso precisamente que lo hacían sentir. Muchas cosas habían
cambiado en él durante estos últimos meses, él esperaba que en Eliza también en
vista de su situación pero, ahora mismo no estaba del todo seguro…
En cierto reducto del paseo,
Eliza se detuvo estupefacta. Habían llegado al cementerio familiar.
-¿Pasa algo?- preguntó con
naturalidad Neal.
-¿Qué significa esto? –Dijo ella
- ¿Para qué me has traído aquí?
Neal solo suspiró, afianzó su
mano en el brazo de su hermana, quien, como tiesa, se dejó llevar.
-¡Neal qué hacemos aquí! – Gimió
la pelirroja – No quiero estar aquí ¿Me oyes? ¡Vámonos!
-Eliza, espera por favor…
-¿Pero por qué me has traído
aquí?
-Este es el lugar al que todos
llegamos tarde o temprano, hermana – respondió él, serio
-Lo sé, y vendré yo antes que tú
ya lo sé, no tienes que restregármelo tan cruelmente- dijo Eliza rompiendo a
llorar.
-Cálmate por favor, que te vas a
empezar a ahogar… No te he traído a restregarte nada; solo quería que vieras
este lugar.
-¿¡Para qué!? – Chilló ella –
¿Para que me quede claro que pronto seré parte de él? ¡Esto es morboso!
¡¡Morboso!!
-No es morboso Eliza, todos
seremos parte de este sitio más tarde o más temprano, compréndelo. Hasta aquí
es a donde nos llevan nuestros pasos desde el momento preciso en que nacemos,
en esto terminamos todos. Solo deseo que lo comprendas.
-¿Qué lo comprenda?
-Sí, que lo comprendas. Que
entiendas que ricos o pobres, blancos o negros, con abolengo o sin apellido
propio, aquí es donde todos somos iguales.
-No… no te comprendo, estás asustándome.
Vámonos por favor.
Eliza dio media vuelta pero él la
aferró de un brazo, con violencia.
-Eliza… si alguien te dijera que
hay una posibilidad de que te cures…
-¿Qué…?
-¡Escúchame que no tengo mucho
tiempo para esto! Si alguien te dijera que hay una posibilidad de que salves tu
vida ¿qué pasaría contigo?
-¿De qué demonios estás hablando
Neal?- dijo ella mirándolo desencajada.
- Respóndeme, si hubiera esa
posibilidad qué pasaría.
-¡Cállate! Eso es imposible.
-Pero ¿Y si fuera posible?
-¡No! Ya todos los médicos han
dicho que ya no hay nada que hacer ¡Que voy a morirme! ¡Voy a morirme! Y tú me
traes a este lugar a hacerme preguntas estúpidas ¿acaso estás burlándote de mí?
-Eliza mírame…
-¡No, no! ¡Suéltame! – gritó
Eliza, dando una bofetada a su hermano, consiguiendo hacer que la soltara y
haciendo que ella cayera sentada sobre una tumba con el pecho agitado y
resollando por conseguir aire.
-Voy a morir… no hay nada que
hacer… no hay ninguna posibilidad… deja de decir estupideces y llévame a casa.
Neal se quedó de pie mirándola
con los puños crispados, sin siquiera había sentido el golpe que le había dado
su hermana. Estaba más preocupado por otra cosa, y pronto darían la una…
-Si te regalaran una oportunidad
de cambiar eso ¿qué pasaría?
-Cállate de una buena vez y
llévame a casa… me siento mal.
-Eliza – dijo Neal sentándose
frente a ella – por una vez en tu vida deja de mirar solo hasta la punta de tu
nariz y escúchame –él la tomó por los hombros y la obligó a mirarlo – Si
alguien, digamos una fuerza superior ¿ya? Te ofreciera esa oportunidad ¿Qué
harías con ella?
-Neal, por favor… me tienes
asustada hermano…
-¡Contéstame maldita sea!
–exclamó sacudiéndola sin darse cuenta – Si te dieran otra oportunidad ¿qué
demonios harías con ella?
-Qué… hablas de… acaso hablas de
¿de Dios? – dijo ella en un amargo conato de risa.
- Solo respóndeme, por favor
respóndeme.
-¿Que qué haría? –balbuceó ella
con los ojos llenos de lágrimas – haría que valga la pena…
Dicho esto la pelirroja se
deshizo en lágrimas y profundos sollozos alimentados por la deficiencia
respiratoria de su enfermedad, apoyando lentamente su frente en el pecho de su
hermano.
-Si se me concediera otra
oportunidad, haría que valga la pena, que mi vida tuviera sentido. Dejaría de
ser mezquina y tan odiosa y trataría de ser más feliz. Me ocuparía menos de mi
vanidad, que ya sé que la belleza en nada queda ¡solamente hay que verme! y
alimentaría más mi alma. Me rodearía de amigos de verdad, sin importar de donde
provinieran, que los que tenía antes, en estos meses no se han dignado ni si
quiera llamar ¡¡Ni si quiera para
preguntar al menos si ya me morí!! No sería tan desgraciada, tan desagradecida
y altanera con la vida misma, aprendería de todo con humildad y paciencia,
trataría de tener una buena vida Neal, porque, yo no sé si existen o no el
cielo y el infierno pero ¿y si existieran? … ¡Tengo miedo Neal! Porque no sé
qué he hecho con mi vida, no sé qué me depara la muerte, ni si me merezco algo
bueno en el supuesto “Más Allá” y tengo miedo, mucho miedo hermano… Así que si
alguien me regalara otra oportunidad, aunque sea una prórroga, un par de meses
más, haría que esa vida, que ese tiempo valieran la pena y haría todo lo que
siempre debí hacer y jamás hice por pura malcriadez y capricho…
Neal aferró a su hermana contra
su pecho, y ella rodeó el cuello de Neal con fuerza dejando salir todo el
llanto de su atormentado y asustado corazón.
Neal con los ojos cerrados,
emitió un suspiro de alivio mientras dos lágrimas se rodaban por sus mejillas.
-¿Lo prometes? – Dijo él -¿Eso es
lo que harías? ¿Me lo prometes?
-Si Neal, eso es lo que haría,
haría que mi vida valiera la pena… ¿por qué has insistido tanto en preguntarme
esto?
-Porque hermanita, si hubiera una
manera de poderme cambiar contigo, y que fuera yo y no tu quien tuviera que
irse ¡¡lo haría, sin detenerme siquiera a pensarlo!! Pero, desearía al menos estar
seguro de haber tomado una sabia decisión y que valdría la pena.
- ¡Oh Neal! – Gimió la muchacha
enternecida por las palabras de su hermano mayor - ¡¡Te quiero tanto!!
-Yo también te quiero Eliza, no
te imaginas cuánto te quiero… Ahora, pronto será la una, y mamá te espera para
almorzar. Quiero que te recuperes, que sonrías y que vayas a casa a comer con
mamá ¿sí? – dijo Neal, mientras limpiaba las lágrimas de su hermana y le
acomodaba el cabello con ternura.
-¿Y tú, no vienes?
-Yo voy luego de un momento,
quiero quedarme un poco más aquí.
-Pero me quedo contigo…
-No, le prometí a mamá que
llegarías a almorzar antes de la una y no es bueno preocuparla. Vete ya.
-Neal ¿estás bien? Desde la
mañana estás raro y…
-Jajajajaja boba, claro que estoy
bien; y ahora más que nunca. Vete a casa, no te demores, yo voy detrás de ti.
-Está bien, nos vemos luego- dijo
ella, antes de encaminarse a la salida del camposanto.
-¡Eliza!
-¿Si, Neal?
-Por favor no olvides tu promesa…
si sucediera, digamos, un milagro ¿harías que valga la pena?
-¡Cada minuto! Te lo prometo –
respondió la muchacha, con una hermosa sonrisa, antes de continuar su camino, y
perderse entre los arboles del camino a su mansión.
-Parecía que no se iría nunca –
dijo una grave voz femenina detrás de Neal, quien se había quedado mirando
hacia el camino, como si Eliza siguiera ahí.
-¿Ya es hora?- preguntó el joven
con voz sombría.
-Ya casi, faltan minutos para la
una
Neal emitió un suspiro y se dio
la vuelta.
Una altísima mujer vestida
completamente de negro se encontraba ante él, de cuerpo espigado y bien
formado, su largo cabello negro y lacio casi llegaba al piso, enmarcando un
rostro que parecía esculpido en mármol; inexpresivo,
alargado, pálido pero hermoso, de labios rojos como la sangre y en sus ojos, en
lugar de pupilas, un par de ligeras llamas púrpuras que bailaban en las
cuencas.
-Hazlo pues,,,- dijo el muchacho.
-¿Estás seguro? – Preguntó la
mujer – sabes que esto no será para siempre, vendré por ella de todas maneras
algún día
-Si… si pero no hoy ¡y no pronto!
Ese fue el trato: Los años que me quedaban, serán para Eliza, a cambio de
entregarme a ti ¡Me diste tu palabra!
-Y la cumpliré Neal Leagan, no
suelo jugar con estos asuntos. Solo
espero que tu sacrificio no sea en vano…
- No lo será…
- Te doy una última oportunidad
de que te retractes; tu hermana es mala, siempre lo ha sido; en cambio tu alma aún
tiene salvación.
-Lo sé, fue por eso precisamente
que aceptaste este convenio… Estoy listo.
- ¿En verdad vale la pena desperdiciar tus dones
así? ¿Estás seguro de que ella aprovechará esta nueva oportunidad?
-Es mi hermana, la amo y se
merece otra oportunidad. No lo dudo ni por un segundo; ella hará que valga la
pena… me dio su palabra y creo en ella – respondió Neal, sonriendo.
La extraña mujer sonrió al joven
a su vez.
“Humanos…” murmuró, y extendió
una de sus pálidas manos ofreciéndosela al joven que, dando un profundo
suspiro, cerró los ojos y pensó en su madre, en Eliza y en aquella a quien
siempre había amado, mientras sujetaba la mano de la mujer fundiéndose con
ella, para siempre.
- . ¡¡Eliza!! – exclamó Sarah Leagan, que casi cae
desmayada cuando su hija atravesó la puerta de la casa.
Su padre, se
puso de pie lívido mirándola y la doncella dejó caer la bandeja donde traía ya
las copas para el almuerzo.
La joven se
quedó estupefacta, no comprendía qué era lo que sucedía, la miraban como si
estuvieran viendo un fantasma.
Preocupada y al
borde de las lágrimas, Eliza corrió hacia el espejo del salón, y se quedó
estática, contemplando su rostro en el cristal.
¡Parecía que
estaba viendo visiones! El rostro pálido y cadavérico que había visto en la
mañana había desaparecido, ahora volvía a ser hermosa, sus labios volvían a
parecer cerezas y sus mejillas volvían a estar rosadas.
Sus manos recorrieron su cara lentamente, como
si mirar no fuera suficiente, tenía que tocar también, y al hacerlo, notó que
sus manos ya no eran huesudas y pálidas, sino sonrosadas y tersas.
No entendía lo
que había sucedido ¿acaso estaba soñando? ¿O era que había estado viviendo los
últimos meses una horrible pesadilla?
De pronto, un
ligero viento entró por todas las ventanas de la casa agitando suavemente las
cortinas y revolviéndolo todo a su alrededor.
Mientras Eliza
intentaba mantener sus bucles quietos, resonó en su mente, como en un sueño, la
dulce voz de su hermano Neal
“Recuerda tu promesa Eliza ¡¡Has que valga
la pena!!”
El reloj de
péndulo del salón sonó su campana.
Era la una en
punto de la tarde.
Dulces
Sueños…
Wendolyn.