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viernes, 21 de marzo de 2014

LA CIUDAD DE LA FURIA (songfic)






Me verás volar por la ciudad de la Furia
Donde nadie sabe de mí
Y yo soy parte de todos…

Me gusta situarme en el punto más alto de esta ciudad y admirar todo desde aquí.
Su luces, su movimiento… mmm, su aroma.

Esta ciudad huele particularmente bien; y desde aquí puedo ser testigo de su vivir nocturno, de sus penas, de sus alegrías, de su hipocresía y su lujuria.
De la furia y la violencia con la que viven y aman; sin que sepan que en algún lugar de esta ciudad, en lo alto de algún edificio, alguien les observa, aprende de ellos y, sobre todo, los pone a prueba.

Nadie sabe que existimos, y sin embargo, formamos parte de sus vidas.

…En sus caras veo el temor
Ya no hay fábulas
En la ciudad de la Furia…

Esta ciudad, es siempre igual…
Un cadáver más, un cadáver menos.
Miran, curiosean, cuchichean y siguen de largo; a continuar con sus vidas, como si no aprendieran nada como si ya les diera lo mismo todo.

Pero van temerosos; caminando de prisa, evitando callejones, evitando, según ellos, alguna desgracia. Peo nada cambia.
La gente ya no cree en nada. Ya no hay sueños, ya no hay fantasías, ya no hay dios… solo nosotros en las sombras.

Me verás caer como un ave de presa
Me  verás caer sobre terrazas desiertas
Me desnudaré por las calles azules
Me refugiaré antes que todos despierten…

Ha llegado la hora de que haga lo que mejor sé hacer, ya tengo el nombre de las víctimas, sus rostros,  sus voces; sus pensamientos han sido míos durante semanas.
Sin saberlo siquiera, simplemente están esperando…

Nosotros no somos como cualquier asesino, no elegimos al azar cualquier vagabundo.
No nos conformamos con lo primero que se nos cruza por enfrente.
Tenemos, de alguna forma, que hacernos parte de ellos y viceversa para que, llegado el momento, el placer sea mutuo.

La caída libre es una de las mejores sensaciones del mundo, mientras más alto esté ¡mejor!

Situarme justo al borde, cerrar los ojos, abrir los brazos… y dejarme caer, con el viento helado acariciando mis mejllas.
A veces, me gusta imaginar que soy un cuervo, un águila, una rapaz que ha localizado su presa y se arroja a ella en picada.
Y luego caer, como un gato, livianamente, sin hacer sonido alguno; sin consecuencias.
A veces – como hoy- algún infante noctámbulo, de esos que mirando a las estrellas sueña con aventuras de astronauta; logra ver con ojos desorbitados y boquiabiertos mi imposible descenso.
Algunos llegan a pensar, que se volvió realidad el héroe de las tiras de ficción…

“Shhh…” les digo, poniendo un dedo sobre mis labios… los niños siempre me obedecen, tengo ese “don” con ellos.
Y para mí sería muy fácil… pero no; nosotros preferimos siempre  la uva lista para la vendimia, ni muy verde ni muy madura ¡en su punto!

“Duerme pequeño; no es aun tu turno, quizás después… quizás después.”

Y Dejando al infante, cual ángel, rendido –dormido- a mi influjo, vuelvo a lo mío… que la noche termina y mi apetito se acrecienta.

No es fácil mezclarme en la multitud, eso sí.
Podría evitar ser notado, que me vean, que mi porte o mis ojos en exceso brillantes, como dos llamas doradas, llamen la atención; pero no quiero.
Me gusta ver cuando me miran, a veces por sus rostros, me gusta adivinar qué es lo que piensan.
No falta quien me mira como si yo estuviera entre una niebla en su memoria; como una fantasía, como un “dejavú” que deja de ser después de un rato.
Sí; toda la noctámbula ciudad me ve.
Me miran y me admiran; pero ninguno me recuerda al día siguiente.

Eso me gusta; me gusta ser una sombra, como una estrella que resplandece en la noche y durante el día, se olvida.
Me gusta ser su dejavú…

No pauso mi andar porque me gusta. Podría ser más célere con mis pasos, pero me gusta andar a su ritmo, anticipando el momento, sabiendo que cada paso me lleva a donde ella ya me espera, acercándome lento pero seguro.
Cada vez más claro el sonido de su voz aun en la lejanía.
Cada vez más fragante el aroma de su ser.
Cerca, más cerca; sin premura pero sin espera.

Hasta que logro ver el dorado de su melena al otro lado de la calle ¡Ah sí, es ella! Y siento que mi boca y todo mi ser, se hace agua al imaginar el sabor de su boca, de su piel de su sexo… de toda ella.

De improviso voltea a verme, de algún modo sabe que estoy allí. Mirándola.
Su mirada de esmeralda encuentra la mía desde el otro lado de la calle, ella entiende mi mensaje mental y, sin pensarlo, se dirige  a mí sin dejar de mirarme

La tomo de la cintura y ella, dócil, se deja guiar hacia nuestro destino.
Al final del callejón, una pareja de poetas bohemios, otrora glorias políticas y literarias, ahora en decadencia; nos observan venir.
El caballero ya añoso no ha perdido el garbo y la mujer, en sus cincuentas, es aun hermosa y, se deja ver, sumamente culta… Noche tras noche durante ya dos semanas ha sido igual.
…Me dejarás dormir al amanecer
Entre tus piernas, entre tus piernas
Sabrás ocultarme bien y desaparecer
Entre la niebla, entre la niebla…

Incorporo mi cuerpo del lecho pesadamente.
Aunque la habitación entera está en penumbras, gracias a los vidrios polarizados y las gruesas cortinas, es inevitable que el influjo del amanecer pese sobre todo mi ser.
Hace algunas horas ha amanecido, pero mientras aquí dentro esté oscuro, estaré bien.

A mi lado, un cuerpo inerte y pálido como la cera, yace desnudo boca abajo.
No puedo evitar que mi mano recorra su fría espalda, y regodearme con el perfume que aun despiden sus dorados rizos alborotados.

Me levanto, como sin ganas, a buscar un reloj. Conocer la hora en que habito es una costumbre vieja, demasiado vieja, que jamás me he podido quitar.
Camino hacia el baño a oscuras y me inclino sobre el lavabo, introduciendo mi rostro en aquel pozo blanco lleno de agua fresca y, al instante,  siento dos delicadas manos asirse a mi cintura, y un vientre y unos pechos que no por fríos, dejan de encenderme.

Ella ha despertado y tiene hambre otra vez, pero no de aquello que nos alimenta.

Me yergo, y la dejo recorrerme con sus manos, mientras su lengua sigue el rastro de las gotas de agua que ruedan por desde mi rostro, por mi cuello y pecho.
Con las caricias subiendo de tono, nos empujamos mutuamente hasta el lecho, y tropezamos con los dos poetas que, secos y exánimes, tienen aun en sus rostros el placer de la última entrega.
Porque nuestra mordida es placer…
Placer que revienta el corazón y lo seca en el más intenso orgasmo… hasta la muerte.

Ya he dicho que nosotros no nos conformamos con cualquier cosa, en especial ella.
Es exigente ¡un paladar gourmet! Y siempre escoge lo mejor de lo mejor.

El vino de cava, por decirlo de una manera sutil, añejo y bien cultivado es su favorito.

Me dejo caer entre las sábanas, los miembros me pesan por el influjo del sol afuera de nuestra habitación, pero ella no tiene prisa.
Y la dejo hacer conmigo lo que desee, que así lentamente, despacio, sin prisa; también es grato amar y ser amado.

Esta es mi vida… o lo que yo llamo vida ahora.
Y habito aquí, en esta ciudad donde ella reina sobre los nocturnos como Ama y Señora absoluta.
Los de nuestra clase la llaman: La Ciudad de la Furia ¡y ella es la Furia que la domina sin que ninguno ose protestar! Y que me tiene dominado.
Ella es mi reina, ella es mi diosa; exigente, imperiosa; hambrienta siempre de sangre y de carne…
De ser mi creación, me ha convertido en su esclavo.
Su siempre amante y nocturno esclavo.

…Por la luz el sol se derriten mis alas
Solo encuentro en la oscuridad
Lo que me une
Con la Ciudad de la Furia…


Dulces Sueños…
Wendolyn