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viernes, 21 de marzo de 2014

CARAMEL (un pecado de dulzura)







No puede ser…
soñar con caramelo
pensar en canela
y anhelarte…

Yo, nunca creí en la magia, ni tampoco en los milagros…
Realmente nunca creí en nada; ni en la magia, ni en milagros, ni en los duendes, ni en Papá Noel, ni en el amor a primera vista… sobre todo en eso. No, nunca creí, hasta aquella mañana en que levante la mirada de mi labor y lo vi pasar, justo delante de mi negocio.
¡Dios!

Estaba decorando un pastel que vendrían a recoger en menos de media hora.
Era una tarta preciosa, un bizcocho de vainilla relleno de leche condensada con limón, cubierto de merengue blanco y pulcro, y decorada al tamiz con canela en polvo e hilos de caramelo.
Ya me había hecho un asco las manos con el caramelo y creo que tenía canela por toda la cara, pero cuando lo vi pasar no me importó nada de eso, y ya no supe de mí.

Mi mirada lo siguió como si cayera en un trance imposible, fueron tan solo unos segundos, pero para mí fue un tiempo eterno, como si toda la escena hubiera pasado en cámara lenta.
Cuando desapareció de mi rango visual, mis piernas se movieron solas, corrí hasta la puerta con tal desesperación que ni si quiera me percaté que tropecé el molino de canela que cayó rompiéndose y esparciendo la especia por todo el suelo.

Logré llegar antes de que se fuera, lo miraba a él, parado en aquella misma esquina, mirando su reloj con un poco de impaciencia mientras esperaba un taxi.
Tan alto, tan bien puesto, tan elegante. Tenía la piel bronceada, el cabello claro y sus ojos, eran dos brasas que sin que me miraran, me quemaron. Como si fueran dos gotas de caramelo caliente cayendo sobre mí y horadando mis sentidos, dejando su huella profunda e  imperecedera, para siempre… Caramelo.
Sin siquiera pensarlo y sin dejar de mirarlo, me llevé los dedos a la boca; mis dedos, cubiertos de caramelo dulce y oscuro; y quien me hubiera mirado en ese momento, con seguridad hubiera pensado que ideas nada inocentes poblaban mi mente en aquel momento… no, no lo hubieran pensado.
Lo hubieran adivinado, que es diferente.

Así comenzó ese día; un día que comenzó como cualquier otro día, pero que se volvió especial dejando en mi memoria, el recuerdo de su maravillosa imagen, la cual volvería para torturarme cada vez que mi olfato percibiera el dulce y picante aroma de la canela que se había esparcido por todo la pastelería, o que mi boca probara aquel inconfundible sabor a caramelo de azúcar.

Sí, de ahora en adelante para mí ese hombre olía a canela, y (Dios me perdone) sabía a caramelo.
Uno nunca entiende a los demás, hasta las cosas le suceden.

Como yo, que nunca entendí cómo iba a ser posible que una de mis amigas se enamorara perdida y apasionadamente de un actor de telenovelas, por el cual lloraba y sufría, cuando ni si quiera le conocía.
Bueno, ahora la entiendo y me gustaría tenerla enfrente para decirle “Te comprendo amiga, porque ahora me está pasando a mí.”
Y este no era un actor de telenovelas, pero era casi tan inalcanzable como si lo fuera.
Vivía en el condominio de enfrente; no sobra comentar que ubico mi pastelería en uno de los sectores más acomodados del centro de la “Ciudad de los Vientos” y ese condominio es de los más elegantes del sector.
Como a la sonrisa y el contoneo de caderas de una mujer, pocas veces se les niega nada; máxime si van acompañadas de trufas de chocolate recién horneadas, no me fue difícil que el viejo portero del condominio me diera algo de información.

Pero, no sé si obtenerla fue bueno o malo.
Leagan… Neil Leagan.
Y no cualquier Leagan.
De los Leagan emparentados con los Andrew de Lakewood ¡todos unos magnates!

Eso, debió haber bastado para que cualquiera con cinco gramos de sentido común, desvaneciera cualquier aspiración, pero ¡ah no! No para mí.
Que desde el departamento que me servía de vivienda arriba de la pastelería, pasaba asomada a la ventana, atisbando entre las barajas de la persiana sus movimientos, en especial al anochecer, cuando lograba verlo volver a su casa, pero nunca solo.

Al parecer al joven Leagan le encantaban las mujeres; ok, eso no es malo, lo extraño sería lo contrario; pero eso en lugar de darme una esperanza, solamente me mandaba aún más debajo de donde ya me encontraba, pues las damas que tenían el privilegio de acompañarlo eran las más hermosas y elegantes de toda la ciudad.
¿Qué esperanzas para una simple repostera?

Quizás, bien vestida y arreglada; quizás. Pero ¿ser una más? No sé… estaba ya tan loca que a lo mejor eso me bastaría, sin embargo no me atrevía.
Hubiera sido como, tener en frente el más delicioso de los postres y tener que conformarse con solo una probada, con solo un pequeño mordisco cuando lo que deseas es devorarlo todo; en esos casos es preferible no probar y no conocer nunca de lo que se perdió, que hacerlo y desearlo desesperadamente para siempre.

Y es que un solo mordisco, no… un solo mordisco no iba a satisfacerme.

De verlo pasar un día sí y otro también, siempre a las mismas horas, el negocio no aguantaba ya más tartas echadas a perder por los temblores que me provocaban esos tres o cuatro segundos al día en que yo era completamente suya.
¿Para qué seguir alimentando un fuego que nunca iba en verdad a arder?

Contraté a alguien para el mostrador y me confiné a la cocina, pero no me fue mejor.
Allí rodeada de especias y azúcar, no podía sino pensarlo más; me consolaba imaginando que estaba conmigo, que me hablaba y yo le respondía, me inventaba fantasías donde él halagaba mis dotes culinarias y los sabores de mis dulces, donde las fresas con chocolate eran preparadas especialmente para él, y mis cerezas con crema eran su perdición más grande.

Me inventaba un mundo erótico-romántico, una dimensión de pastel y chocolate, otro plano astral conformado por lechos de merengue, cereza  y fudge donde él me amaba y yo a él, recorriendo todo su cuerpo bronceado, revolviendo sus cabellos castaños, repetir su nombre una y otra vez en su oído; Neil… Neil… y escuchar el mío con vehemencia de sus labios.

Un mundo dulce y caliente solo nuestro, donde sus ojos de caramelo no quemaban a ninguna otra mujer ni su aroma picante a canela no exacerbaba las ganas de nadie más que yo.
Al final, terminaba el día llorando, saliendo de mis estúpidas fantasías a sabiendas de que eran solo eso, sentada frente al reverbero que día y noche mantenía el caramelo líquido sin hervir, en el cual me mojaba dolorosamente los dedos primero y luego los posaba sobre montículos de canela en polvo espolvoreada sobre la mesa, para después llevármelos a la boca y llorar a lágrima viva la certeza de que era así y solo así, como lograría tenerle.

Me confiné a la cocina… pero nada podía evitar que cada atardecer, oculta tras las barajillas de la persiana de mi habitación, conociera cada uno de sus movimientos.
Una noche lo vi llegar solo, bajó del taxi y se quedó en la entrada de su edificio como pensativo, lo vi voltear y podría jurar que miró hacia aquí. No, qué va a mirar, soy yo que estoy volviéndome loca.
Nada podía ya rescatarme de él… no, nada podía rescatarme de mí.

Un día mi ayudante al cerrar, me dijo que venía un cliente todos los días, preguntaba por mí y compraba media docena de “tejas” pero a mí me daba lo mismo si la pastelería quebraba o comenzaba la tercera guerra mundial, yo seguía sin estar para nadie.
Agarré la bolsa de harina y el molde para las tejas, si era cliente fijo lo menos que podía hacer era mantenerle el stock.
Pero al día siguiente, ella se reportó enferma ¿qué hacer, cerrar o atender?

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No puede ser…
agitar un deseo profundo
abanicar un fuego oculto
que nunca podrá arder de verdad…

Yo, nunca me consideré un ser sentimental.
Esas ridiculeces del amor a primera vista y las almas gemelas para mi eran pavadas.
Para mí, solo existía lo palpable; la piel, el placer, las sensaciones;  las mujeres existían para admirar la belleza en ellas cuando la poseían y para compartir el mutuo placer, nada de sentimentalismos ridículos. El amor y todo lo que conllevaba esa palabra eran meras fantasías, que solo servían para llenarlo a uno de inconvenientes.

Por eso, la última vez que sentí mariposas en el estómago… las envenené con whiskey.

Pero bien dicen que nunca se comprende a los demás, hasta que las cosas le suceden a uno.
Nunca me imaginé que mudarme al centro de la ciudad me llevaría a encontrarme con los tan temidos sentimientos a los que le había dicho adiós hace tiempo.
Cada mañana a las ocho en punto, pasaba por el frente de aquella pastelería; al principio era solo para admirar de reojo las tartas y los dulces de sus vitrinas y que yo, por mera vanidad, no me permitía.
Luego, el motivo cambió.

Y todo fue por culpa de aquel aroma a caramelo que brotaba del lugar aquella mañana, tal vez, si el olor no hubiera sido tan delicioso, jamás me habría acercado tanto a aquella vitrina, y jamás la habría visto.
Nunca había visto un cabello tan negro y una piel tan blanca… no, nunca la había visto.
Salía de la cocina con un bizcocho de chocolate en una charola; sonreía, lo que para mí significaba que seguramente le había quedado delicioso.

Traía la frente algo sudorosa y una mancha de harina en la nariz que solamente la volvió aún más apetitosa; sí, apetitosa como un pequeño pastelillo de crema; porque solamente de pensar que toda ella debe oler a pastel de cumpleaños… la marca del calor de mi aliento quedó grabada en el vidrio de su vitrina de “magdalenas.”
Cada mañana pasaba frente a su negocio, solo para verla, para verla de reojo; para mirarla así de relámpago en la fracción de los tres o cinco minutos que me tomaba pasar por allí y llamar a un taxi; porque, tengo un Porsche pero usarlo  no me permitiría verla.

¿Qué por qué no entraba a la pastelería? ¿¡Qué no es obvio!? ¡Estaba sucediendo! Estaba sucediendo otra vez, me estaba prendando de algo que no me pertenecía, de una mujer que ni si quiera sabía que yo existía y la verdad, no quería que lo supiera.
No quería que supiera que vivía ahí enfrente, en un condominio de $2,500 al mes.

No quería que supiera mi nombre, ni que emparento con una de las familias más acaudaladas del mundo.
No quería que supiera nada de mí… estaba harto de mujeres que sólo me buscaban para tratar de asegurarse el futuro ¡Harto!
Ella, con su cabello tan negro y su piel tan blanca, ataviada siempre con aquel sencillo delantal blanco y su sonrisa tan hermosa y tan sencilla provocada por cosas tan simples como un bizcocho bien hecho, era especial.

No, yo no la conocía, tal vez era la mujer más tierna del mundo, tal vez era una arpía, una cazafortunas; yo no sabía nada de eso y la verdad, no quería arriesgarme a averiguarlo;  en mi fantasía ella era perfecta, y prefería que continuara así y no descubrir algo que hubiera hecho que mis fantasías se rompieran como un espejo estrellado en el piso, en mil pedazos.
Cada mañana, me subía al taxi con la imagen de su rostro en mi memoria, y su recuerdo me acompañaba durante todo el día.

Me la imaginaba a veces, que venía a mí con un gran platón de fresas en chocolate; se acercaba a mí con su hermosa sonrisa de nácar y con aquella mancha de harina en la nariz; la cual me dejaba limpiar con ternura, y luego, como si fuera yo un cachorro que come de la mano de su ama, comía de su mano las fresas que había preparado para mí, solo para mí.

Luego, probaba sus labios ¡dulces como cerezas en almíbar! Y enredaba mis manos en su larga cabellera negra olorosa a confites, aspiraba el aroma de su piel, el cual no definía yo si era a leche, a bizcocho, a vainilla ¡qué sé yo! … a caramelo caliente.
Esos tres o cinco segundos, eran lo mejor de mi día.
A veces, no puedo negarlo, mis instintos de varón conquistador me empujaban a invitar a alguna dama a mis dominios.
Dama de la que por su puesto rara vez recordaba su nombre, los caballeros no deben tener memoria ¿sabías?

Bueno, la penosa verdad, es que no los recordaba porque para mí todas eran ella.
Ella, que se entregaba a mí en una fantasía llena de azúcar, y en otra cubierta de chocolate o merengue.
¿Eso me vuelve un pervertido? ¡Ja! A mí qué me importa, todos tienen derecho a soñar.
Algunos sueñan con autos de lujo, otros con viajes, otros con mujeres o con fajos de billetes… yo ya tengo todo eso, así que tengo derecho a soñar con mi pastelera… mi pastelera.
Hace varios días que ella ya no está cuando paso, hay otra, una muchacha sencilla y amable que sonríe pero no como ella.

Pulcra, integra, bien peinada y siempre impoluta… nunca la he visto con una mancha de harina en la nariz y eso, me pone triste.
¡Tengo que saber qué ha sido de ella! Son ya demasiados días.
Me llama la atención la campanilla que suena cuando ingreso al local ¡Qué detalle tan delicioso! Una costumbre muy  vintage que no se usa ya hace tiempo.

Qué raro, no es como lo había imaginado; siempre me pareció que este lugar debería oler como la mismísima fábrica de chocolate del gran Willy Wonka en la fantasía de Roald Dahl , y sin embargo, hay un cierto aroma a cloro mezclado con “Pinoclean” con algo que parece ser vainilla a la distancia ¿o será azúcar? Es igual; no es lo que me imaginaba.
Pregunté por la joven que trabajaba antes, y la chica me confirmó que era la propietaria, pero que por ahora no podía ocuparse y que por un tiempo estaría ella a cargo.
¿Cuánto? ¿Cuánto era un tiempo? ¿Una semana, un mes, un año? ¿¡Cuánto, maldita sea!?

No, no le hice esas preguntas. Qué sabía ella, qué culpa tendría, qué le iba a estar yo preguntando nada.
Para disimular el entuerto he llevado media docena de tejas acarameladas… ni sé qué son, pero me da lo mismo, las regalé al portero de la empresa cuando llegué a trabajar.
Los días pasaban y de ella, ni la sombra.

Más o menos una vez a la semana entraba yo a preguntar algo; averigüé su nombre, la dirección hubiera sido demasiado sospechoso, y siempre me llevaba las mismas tejas acarameladas… pobre chica, debe pensar que son mis favoritas; qué pensaría si supiera que ni si quiera las pruebo.
Una mañana de tan harto que estaba, agarré con furia la bolsa de las tejas y agarre una; me la llevé a la boca y le di un mordisco furioso… nunca en mi vida había probado algo así.
La deliciosa masa cubierta de la suave y crujiente capa de caramelo, se deshizo en mi boca transportándome al cielo, no recuerdo la última vez que probé algo tan delicioso.

De pronto, la imagen de mi pastelera con su delantal blanco y su alegre mancha de harina, llenó mi mente y una dulce sensación, más dulce aún que el caramelo de las tejas, se posó en mi corazón.
¡Este era el sabor!  No cabía duda, el sabor que no lograba definir de mis fantasías, el sabor de su piel era este; a galleta de vainilla cubierta de caramelo y un poco de canela molida… Sí, así sabía esta mujer ¡Deliciosa!
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Abrí la pastelería aunque mi ayudante no viniera; la verdad, porque era preferible estar ocupada que no hacer nada y pensar en tonterías.
Empezaría el día con un gran “Sacher.”  
Chocolate con chocolate sobre chocolate… ¡Mmm…! A todo amante de los dulces le gusta un buen trozo de esta pecaminosa delicia y, modestia aparte, me queda deliciosa.
El caramelo como siempre, en su reverbero; habían galletas que bañar, magdalenas que decorar; el caramelo siempre es necesario, además, ya no puedo prescindir de su aroma y de su sabor.

Cuando la campanilla de la puerta sonó ya no supe yo si fantaseaba de nuevo a causa del olor del caramelo, o estaba en vez  teniendo una pesadilla;  no había usado canela molida en todo el día, sin embargo su aroma, aquel aroma dulzón y picante…  ¡Dios! Creí que me desmayaría.

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¡Caramelo!... fue lo primero que pensé cuando atravesé la puerta de aquella pastelería y su alegre campanilla me dio la bienvenida, pues ese aroma me llenó los sentidos metiéndose hasta por mis poros.
Ella estaba ahí ¡Estaba ahí! Y yo no iba a desaprovechar la oportunidad de verla de cerca después de tanto tiempo; de hablarle ¿sería su voz igual de dulce que en mis fantasías?
Y ni rastro del olor a cloro o a “Pinoclean”, todo el local olía a vainilla, y a chocolate, y a canela molida y a caramelo caliente… y ella ahí, con su delantal blanco y una enorme torta de chocolate entre las manos manchadas de harina y cocoa.

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Pero no sé
cómo viviría conmigo misma
Cómo me perdonaría a mí misma
si tú no te vas…

¡Por favor no me hagas esto! Él estaba entrando ¡justo él! ¿¡Por qué!?
Dios, no tienes idea de lo que estás haciendo, si él se acerca… si se acerca demasiado yo…
¡Jamás me perdonaré por lo que podría llegar a ser capaz de hacer!
Vete por favor, vete… que no sé de lo que soy capaz si no das la vuelta ahora mismo.

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Me acerqué a ella saludando cordialmente, como siempre hago; como hacía con la otra, pero ella no levantó la mirada de aquella tarta de chocolate.
Tenía las manos llenas de harina y cocoa y fudge; cuando me acerqué completamente confirmé todas mis sospechas; toda ella olía a bizcocho.
No me pude resistir, cerré los ojos y acerqué mi rostro a su cabello; chocolate y frutas confitadas ¿cerezas? Sí, quizás cerezas también.

Era ella quien llenaba el local completo con el aroma que años de hacer tortas y dulces le habían dejado impregnado en todo su ser.
¿Por qué no me miras? ¿Qué no ves que estoy aquí por ti?
Digo su nombre como si lo hubiera dicho todos los días de mi vida, más bien, deseando hacerlo.
La conozco, es la primera vez que la tengo enfrente pero conozco todo de ella, no me hace falta saber nada más para conocer lo que quiero, es ella lo sé… es ella.

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Conozco tu nombre
conozco tu piel
conozco la manera
en estas cosas que empiezan

¡No te acerques! No por favor, no te acerques tanto a mí… ¡ese olor! ¿Por qué hueles así? ¿De dónde has sacado ese delicioso aroma a canela? Es como si tu piel, tu cabello ¡todo tú! Estuvieras hecho de canela pura.
¿Cómo sabes mi nombre… Neil?
¿Cómo sé yo tu nombre? Yo, no me acuerdo, me parece que lo sé de toda la vida ¿sabías tú el mío de toda tu vida?
Cómo es de extraña la pasión; siempre, y hasta hace solo cinco segundos estaba segura que me arrojaría encima de ti presa de un frenesí incontrolable y sin embargo, estar así tan cerca aspirando el aroma que emanas solo hace que me sienta en completa paz, como si por primera vez en la vida estuviera en el momento y lugar donde siempre he tenido que estar.
O sea aquí, frente a ti; perdiéndome en el mar ardiente de tus ojos de caramelo.

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El amor y todo lo que conlleva esa palabra, solo sirve para llenarlo a uno de problemas…
Bien, seguro en un problema me estoy metiendo; la pregunta ahora es ¿querré salirme luego de él?
Tienes aquella mancha de harina en la nariz ¿la limpiaré? Te ves tan linda con ella, pero ha sido parte de mis sueños así que…

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Su mano rozando mi rostro ha hecho que despertara de una especie de ensoñación, solo para darme cuenta de manera palpable que es real.
Neil Leagan está aquí frente a mí, ha tocado mi piel con sus manos de canela pura y me sonríe como si me conociera de toda la vida.
Cuidado; si te acercas más ten cuidado con lo que haces que tanto autocontrol no tengo y estás tentando tu suerte… una sola probada no va a bastarme.

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¡Cerezas en almíbar! Yo conozco este sabor, conozco este aroma, conozco estos labios, esta piel… la conozco, es ella no me caben ya más dudas.
¿Y qué si sus manos llenas de harina y cocoa manchan y endulzan mi traje caro?
Si ahora mismo puedo asegurar una sola cosa; adentro de esa cocina y con las ideas que sé que ambos tenemos, el traje caro va a quedar que ni la mejor tintorería de Chicago podrá con él.
Lo siento, han sido ya demasiadas fantasías; es hora que hacerlas realidad.

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Ni si quiera alcancé a poner el cartel de “cerrado”
Bien no importa, los clientes suelen entender que no hay nadie luego de tres o cuatro llamadas.
Prometo no abrir mañana, y quizás tampoco pasado mañana…
Yo no creía en la magia, ni tampoco en los milagros…
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Esas ridiculeces del amor a primera vista y las almas gemelas, eran para mi pavadas…
… Y sin embargo, nos estamos amando.

No puede ser…
soñar con caramelo
pensar en canela
y anhelarte…

-o-