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jueves, 1 de octubre de 2009

ELCHANCHITO ALCANCÍA

He aquí, una nueva sabiduría que os comparto...

No era nada fácil su vida, salir cada mañana a rebuscar en los basurales el material reciclable para poderlo vender y así, hacerse con unos centavos.


Ya eran más de las tres de la tarde y Mauricio (El Mauro, como le dicen los panas) aun no había comido nada desde ayer. Tampoco comería hoy. ¿Cómo iba a gastar plata en comida? Si necesitaba los centavos para algo más importante.

Tenía varias semanas juntando los centavos dentro de un chanchito alcancía que se había encontrado el mes pasado. Le faltaba una oreja y tenía un agujero en la panza (seguramente por ahí le había sacado la plata el anterior dueño) pero con un poquito de polvo de hormigón que le había regalado don Pepe la había reparado.

¡Qué solazo que hacía! Pero no importa, había que juntar todos los cartones para mandar a la recicladora. Ya tenía juntado un buen billete aunque aun le hacía falta un poco, pero en la recicladora le habían prometido que si juntaba los quince kilos de cartón le pagaban diez dólares.

“Ahora sí” pensaba El Mauro “Ahora sí, con el billetito que he juntado me voy a poder comprar los cuadernos que necesito, ya no voy a ser más un burro como dice mi papá. Voy a estudiar para dejar de ser chambero”.

En la recicladora le dieron lo prometido, más dos dólares extra por ayudar a envolver en alambre las pacas de cartón.

Que contento se iba el Mauro, ya era de noche, seguro su viejo le iba a meter un puñete por andar de vago… si el supiera. Pero no importa ¡tenía la plata completa!

Mañana mismo se iba a comprar los cuadernos; la sorpresa que se iba a llevar la mamá el lunes que comiencen clases cuando, en vez de irse a chambear lo viera bien limpio y bañado para irse a la escuela.

Llegando a la casa, el viejo lo esperaba en la puerta… “¡Chuta este señor ya está tomado!” pensó.

“Ven acá, ve animal” le gritó “¿Se puede saber donde carajo te has metido? Hay que ver sino vienes amariguanado”

“No papá, yo vengo trabajando”

El Mauro entró a la casa y se fue directo a su cuartito, creyendo que nadie lo veía empezó a guardar en el chanchito alcancía el fruto de todo un día de trabajo: doce dólares.

“¡Ajá tenemos plata!” bramó el padre arrebatándole el chanchito de las manos a Mauricio y caminó a zancadas rumbo a la calle.

“¡Papá deme mi chanchito, papá esa es mi plata yo trabajé solito para juntar eso!”

En la puerta se pusieron a forcejear la alcancía, El Mauro trataba de quitársela y su padre empujaba el flaco pecho de su hijo sin compasión, pero Mauricio no se daba por vencido; no iba a dejar que su padre se bebiera el fruto de un mes de trabajo en una noche. Necesitaba sus cuadernos, sus plumas, su mochila. Estuvo a punto de quitársela, cuando el tosco puño de albañil golpeó su nariz haciéndole sangrar en el acto; en ese momento el chanchito se resbaló de las cuatro manos que lo aferraban; salió volando por la puerta y fue a estrellarse sobre el terroso piso de la pseudo calle del barrio marginal donde vivían.

¡Pobre chanchito alcancía! Se hizo pedazos ni bien tocó el suelo y al mismo tiempo salieron desperdigadas las moneditas de dólar, de cincuenta; de veinticinco, hasta las de un centavo que con amor y paciencia Mauricio había juntado para darse el estudio que su padre nunca le dio.

Justo cuando El Mauro se iba a lanzar a recoger lo que pudiera de entre la tierra, los muchachitos del barrio, como ratas, se abalanzaron sobre las monedas que resplandecían a la tenue luz del alumbrado público, las recogieron con una velocidad impresionante y tan rápido como habían aparecido, desaparecieron por los recovecos del barriecito.

El Mauro se quedó de rodillas en el piso de tierra con la oreja buena del chanchito alcancía entre sus pequeñas manos, ya callosas, mientras las gotas de sangre de su nariz manchaban su curtida camiseta vieja del Emelec.

“¡Viste lo que hiciste, pendejo!” le gritó su padre “Esa plata era para irme a la escuela el lunes, papá…”

“¡Qué escuela ni qué nada! Los burros no van a la escuela. ¡Ya entra a la casa antes que te meta tu puñete por necio!”

Mauricio se acostó esa noche, soñando que tenía un uniforme limpio y era el mejor alumno de la escuela, que llevaba la bandera del Ecuador como los niños que salieron en el periódico… el gallo de la vecina cantó a las seis en punto.

Mauricio se puso sus viejos zapatos de lona, su camiseta del Emelec y dijo que se iba a trabajar.

Nunca más nadie volvió a ver a El Mauro.