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jueves, 7 de junio de 2012

GRILLOS (un fanfic de suspenso, final)



Con el cabello completamente desordenado y el vestido lleno de agujeros; jadeando y sollozando logró llegar a la planta alta y recorrer el pasillo que la llevaba a las habitaciones.
El instinto la hizo buscar su puerta y meterse en su propia habitación.

Cerró la puerta tras de sí y calló sentada abrazando las rodillas al pecho; pasó sus temblorosos dedos por sus manos y sus brazos, y logró sentir los cientos de horámenes sangrantes que le habían dejado aquellas alimañas, paseó las manos por su rostro y pudo sentirlas de igual manera.

No sabía ella cuanto era el daño infringido a su rostro y a su piel, pero de solo imaginárselo, echó a llorar desconsoladamente cubriéndose el rostro adolorido con las manos que comenzaban a inflamarse por las heridas infectadas.

Se cubría la boca con las manos, tratando de acallar los sollozos que salían de su garganta para no ser escuchada.
Miró que debajo de la puerta quedaba una hendija entre la madera y el suelo, y arrastró la carpeta persa del piso de su habitación taconándola por la abertura, tapándola  para que no fuera a meterse algún animal de esos por ahí.

Se quedó ahí, escondida en el ángulo detrás de la puerta con su torturada cabeza apoyada a la pared, escrutando la completa oscuridad de la habitación en la que se encontraba, pensando en su mamá, y en su papá… Neil ¡ojalá estuvieras aquí hermano!

El recuerdo de su hermano la hizo sollozar penosamente de nuevo, pero se apresuraba a secar las lágrimas de sus ojos con las palmas de sus manos; es que lo salobre de las mismas le hacían arder las ya de por sí dolorosas heridas que tenía por toda la cara.

¿Qué hubieras hecho hermano? ¿Tú habrías sabido qué hacer? Apuesto a que no, y es que nunca vi a ningún insecto comportarse de esta manera ¿¿Porqué los grillos están comportándose así?? ¿Por qué están atacándome de esta manera? ¿Acaso creen que esta casa es su nido? Si, a lo mejor es eso, creen que esta casa es su hábitat y que yo soy una intrusa.
Me han visto matar a sus congéneres ¡¡talvez me vieron hervir sus larvas!! ¿Querrán matarme? ¡Dios! Qué voy a hacer… Neil, creo que si me vieras ahora, ya no tildarías de “irracional” mi miedo a los grillos

Hacía mucho frío, y mientras Eliza trataba de definir cómo demonios saldría de la casa sin ser percibida o perseguida por la horda de ortópteros y sin congelarse allá afuera, estiraba al máximo la falda de su maltratado vestido para que cupieran lo más posible de sus piernas bajo él.
Era imposible no tiritar, sus dientes castañeaban y su aliento era un vapor que se materializaba al salir de su boca.

De pronto entendió porqué tenía tanto frío.
Sintió una ráfaga de viento agitar sus cabellos, y vio como la cortina del balcón se levantaba con el viento.
¡Claro! La había dejado abierta desde la mañana. Tenía que cerrarla o se moriría congelada en lo que llegaba la mañana.
Pero a lo mejor… ¿Qué tan alto estaba el balcón? ¿Y si intentaba escapar por ahí? Justo cuando se incorporaba escuchó nuevamente el ruidito aquel en medio de la penumbra del cuarto, y se quedó paralizada.

Los eventos pasados hace menos de una hora la hicieron temblar, seguro no de frío esta vez.
Escuchó muy atentamente, no era un escándalo como se oía allá afuera, era un ruido leve, un suave cri-cri que hasta agradable podría llegar a ser; pero no para ella.

Bien, al parecer era solamente uno. Uno seguro que no podría lastimarla ¿cierto? Entonces lo que haría sería deshacerse de él y luego, buscar como abrigarse para intentar escapar por el balcón. Pero no lograba definir de donde venía el sonido, si quería deshacerse de él, tenía que verlo.
Si encendía la luz, solo un minuto…

Alargó su mano hacia donde ella sabía que estaba el interruptor de la lámpara de techo, mientras aquel solitario grillito continuaba con su delicado cántico.
Logró alcanzarlo y lo pulsó.
La luz se encendió, revelando el horror que casi la hace perder la razón en medio segundo, y es que ella no había logrado darse cuenta de que estaba metida en una trampa.

Las cuatro paredes de su habitación, su cama, las ventanas, la chimenea, su ropero, su cómoda, su escritorio, el techo, el piso del cuarto ¡¡todo!! Estaba tapizado de grillos.
No había ni un centímetro de habitación, excepto el punto exacto donde ella se encontraba, que no estuviera cubierto por un insecto, y todos parecían mirarla fijamente.
Eliza se quedó muda, los gorgoteos de su llanto salían de su garganta sin hacer sonido y eran como ligeros ahogos que ella no lograba controlar, así como el temblor de su pecho y de todo su cuerpo.
Las lágrimas salían profusamente de sus ojos desorbitados que miraban en todas direcciones sin poder dar crédito fiel al horror que presenciaban.

Es que ya no sabía ella, si lo que estaba viviendo era real o era una terrible y diabólica pesadilla.
Al final, un profundo y desgarrador grito se escapó de su garganta, seguido de sollozos a gritos que salían de su pecho sin control mientras sus manos estrujaban ya su vestido ya sus cabellos con tal fuerza que arrancaba mechones enteros que se quedaban enredados en sus largos dedos.

De inmediato buscó la puerta, giró la perilla varias veces y tiró de ella con todas las fuerzas que le quedaban mientras gritaba y gritaba desesperada como loca, pero la puerta no se abría… ni se abriría, mientras ella no quitara la carpeta persa con que había taponado la hendija bajo la puerta.

Pero eso era algo que en su desesperación, ella no alcanzaría a hacer.
La negra horda empezó a descender de cada sitio donde se encontraba apostada y empezó a reunirse en medio de la habitación como una marea, como un solo ser gigantesco, repugnante e informe que palpitaba y respiraba al mismo tiempo, acercándose a ella, acechándola.

Eliza se dejó las uñas en la madera de la puerta de su propia habitación cuando con horror vió que los grillos rápidamente reptaban hacia ella, y los sintió subiendo por sus piernas, por sus muslos, invadiéndola bajo su vestido, y enredándose en su largo cabello rojo, haciéndose nudos en él y confundiéndose con los bucles de su pelo.

Nadie escuchó los pavorosos gritos de Eliza Leagan mientras, con el último resquicio de cordura que quizás le quedaba, se preguntaba una vez más
¿Por qué no me quedé en casa, en la ciudad?

Aproximadamente a las 10 am del día 31 de diciembre, el auto negro con la insignia de la familia Leagan se estacionó afuera de la mansión Leagan en Lakewood.

Un joven vestido completamente de negro, con guantes y gorra descendió del auto y abrió la portezuela, dando ambas manos a la elegante dama que descendía para ayudarla a que no se mojara su vestido en la elevada cantidad de nieve que había acumulada.

La mujer abrió la puerta de su casa y se asombró, al hallar las luces del recibidor encendidas.

-¿Eliza? – exclamó la mujer mientras se retiraba el llamativo sombrero violeta que portaba.

-Señora ¿le dejo las maletas aquí o se las llevo a la habitación?

-Si Howard, súbalas a mi cuarto por favor, luego puede retirarse a Chicago, espere por mi esposo y mi hijo que estarán llegando mañana por la tarde.

El joven subió por las escaleras raudamente mientras Sarah Leagan colocaba su sombrero en el perchero y se retiraba los guantes.
Caminó hacia la sala de estar, se complació de ver que, aparte de algo de polvo, todo parecía estar en orden.

Vio la puerta del estudio de su marido abierta.

-¡Eliza hija! – dijo la mujer mientras caminaba hacia allí – vine a recibir el año nuevo contigo hijita.

Sarah entró al estudio y se extrañó de lo que vió.
Parecía que alguien hubiera estado jugando al campamento ahí.

Una tetera volteada sobre los leños de la chimenea, la bandeja de las galletas, un jarro de café roto… no levantó el mantel que estaba tirado en la alfombra, de haberlo hecho habría descubierto la mancha de vómito.

-       Howard ¿vio a mi hija por arriba?- preguntó al joven cuando este ya bajaba

-No señora ¿quiere que la busque?

-No, no se preocupe, seguramente aun está dormida, ya la busco yo. Puede retirarse.

Sarah subía las impecables escaleras de su casa, pero pudo percibir un olor extraño, uno que no fue fácil de reconocer.
Humedad seguramente, encierro. Había olvidado comentarle a sus hijos que siempre si les había dado libre la Navidad y el fin de año a los empleados.
Por eso en cuanto llegó a Chicago y le dijeron que Eliza se había ido a Lakewood, supo que tenía que ir por ella, antes de que quemara la casa o algo así.

Justo cuando llegó al cuarto de su hija, escuchó el automóvil alejarse por el camino.
Sarah giró la perilla, pero por más que empujaba no lograba abrir la puerta.
Había algo trabado en ella.

-¿Eliza? ¿Eliza estás ahí?- decía, mientras empujaba y tocaba con los nudillos al mismo tiempo –Niña si estás ahí por favor abre.

Al no recibir respuesta la mujer empezó a angustiarse, por lo cual siguió empujando con más fuerza, hasta que logró entreabrir un poco la puerta y pudo percibir en el piso, una de las manos de su hija, con largos mechones de cabello rojo enredados en ellos.

-       ¡¡Eliza!! – gritó la mujer mientras seguía luchando por quitar lo que trababa la puerta - ¡¡¡Eliza hijita respóndeme!!!

Cuando la puerta por fin cedió y la mujer pudo entrar, se horrorizó hasta las lágrimas de lo que vió.
Su niña, su preciosa niña tirada en el piso, descalza, con los cabellos hechos un desastre, el vestido rasgado.
Casi morada del frio que había recibido e infinidad de heridas por todo el cuerpo y en el hermoso rostro de su hija.
Era como si alguien hubiera atacado a su hija a golpes y la hubiera apuñalado por todos lados con un pequeño alfiler horadando su piel y provocando cientos de pequeñísimas heridas sangrantes e inflamadas.

-¡¡¡Hija!!! Respondeme Eliza por dios ¡¡háblame!!- gemía la mujer, de rodillas con el cuerpo de su hija en el regazo - ¡¡Eliza hija!! Eliza…

El cuerpo de la muchacha se removió un poco, parpadeó ligeramente y logró abrir los ojos inyectados de sangre.

-       ¡¡Mi amor!! ¡¡Mi amor!! – gimió la mujer besando la frente de su hija al verla despertar - ¡¿Quién te ha hecho esto?! ¡¡Dimelo!! ¡¡quien!! Esto no quedará impune te lo prometo mi cielo, quien te haya hecho esto pagará ¡¡te lo juro!! Dime quien fue.

-Ma… má…- logró apenas balbucear casi imperceptiblemente – ma…má… gri…gri…llos.

-¿Qué dices mi cielo? No te esfuerces, aguanta por favor ¡¡¡Howard!!! ¡¡¡Howard!!!- empezó a gritar la mujer sin recordar que hace un rato lo había despedido.

-¡Mamá!- logró decir la chica en un susurro seco, gutural, como si le faltara la respiración- ¡mamá… ve…vete!

Sarah quedó de una sola pieza al escuchar a su hija; el rostro de su hija se transformó, la angustia se dibujó en su cara, el horror absoluto, los ojos se desorbitaron y boqueaba agónicamente como si tratara de conseguir aire.

-       ¡¡Hija!! ¡¡Hijita qué te pasa!! ¡¡No me asustes Eliza por dios!! Respira Eliza ¡¡Respira Eliza!!
La mano de su hija se aferró como un grillete al adorno de pechera del vestido de su mamá, arrancando los encajes con desesperación.
Sarah no soltaba a su hija y se desesperaba hasta las lágrimas verla así.
De pronto de la boca entreabierta y ya amoratada de su hija, empezó a brotar sangre espesa y oscura, el pecho de la muchacha se convulsionó y se elevó como si ella intentara incorporarse y de pronto los castaños ojos de Eliza quedaron en blanco, la mano que aferraba el vestido de su madre cayó sin fuerza.
Sarah abrazó el cuerpo sin vida de su Eliza sollozando a los gritos y clamando el nombre de su hija, apretándola a su pecho y meciéndola como si fuera una niña pequeña.
Pero de pronto el cuerpo de la joven comenzó a temblar todo, Sarah la soltó un poco para verla ¿acaso estaba reaccionando su niña?
De pronto, ante sus ojos, la boca de Eliza se abrió de manera sobrenatural horrorizando a su madre que se quedó estática sin lograr moverse, una nube de grillos salió del interior de la garganta de su hija, cayéndole encima y haciéndola gritar desaforada.
Ella se levantó dejando caer el cuerpo de Eliza, del que continuaban saliendo una cantidad de grillos impresionante, increíble, como si fuera obra de algún conjuro diabólico.
Sarah era presa de la gran horda que se le abalanzaba encima sin miramientos, mientras el cuerpo sin vida de Eliza continuaba siendo víctima de los temblores provocados por los infames animales que continuaban saliendo de su boca, de sus oídos, de debajo de su vestido, sin parar y que iban cubriendo a Sarah Leagan quien ya no pudo defenderse, cuando sus gritos desesperados fueron acallados por la gran cantidad de grillos pardos que rápidamente se introdujeron por su boca, ahogándola en cuestión de segundos.
La mañana del 2 de enero, el auto de la familia Leagan una vez más se acercaba por el camino a Lakewood, aun estaba en el carretero cuando el joven al volante encendió la radio y para que él y su padre escucharan las noticias.
“…Tengan mucho cuidado los residentes del área campestre de las inmediaciones del lago Michigan, pues hemos recibido reportes de una plaga de grillos pardos que está asolando el sector. Mantengan sus tanques de agua para consumo bien tapados, recomendamos telas metálicas en puertas y ventanas y los alimentos a buen recaudo…”
-Caramba – dijo Neil, quien conducía – si hay grillos en Lakewood, entonces llegaremos a encontrarnos con un problema.
-¿Porqué lo dices Neil? – preguntó su padre.
-Porque Eliza le tiene terror a los grillos papá; debe de estar histérica.
Ambos hombres rieron un poco ante el comentario.
-No te preocupes hijo, ya sabes que tu hermana siempre ha sido un poco exagerada. Lo cierto es que es raro una plaga de grillos, y aun siendo tan pronto.
Mientras hablaba su padre, un grillito pardo habíase colado por una de las ventanillas del auto; se había posado sobre el brazo del joven moreno, y de inmediato había raspado sus patitas para emitir ese sonido tan característico.
-Sí, es raro, pero así es la naturaleza. Lo que nunca he entendido es ese miedo tan irracional que Eliza le tiene a los grillos. Si los animalitos no hacen nada ¿Verdad amiguito?
Justo cuando el auto ingresaba a la propiedad Leagan, el pequeño grillito alzó vuelo y se introdujo por la ventana abierta del balcón de la habitación de Eliza.

Dulces Sueños…
Wendolyn














"...Y dijo el amo a sus horribles criaturas de correosas alas:
¡Id! toma