Con
el cabello completamente desordenado y el vestido lleno de agujeros; jadeando y
sollozando logró llegar a la planta alta y recorrer el pasillo que la llevaba a
las habitaciones.
El
instinto la hizo buscar su puerta y meterse en su propia habitación.
Cerró
la puerta tras de sí y calló sentada abrazando las rodillas al pecho; pasó sus
temblorosos dedos por sus manos y sus brazos, y logró sentir los cientos de
horámenes sangrantes que le habían dejado aquellas alimañas, paseó las manos
por su rostro y pudo sentirlas de igual manera.
No
sabía ella cuanto era el daño infringido a su rostro y a su piel, pero de solo
imaginárselo, echó a llorar desconsoladamente cubriéndose el rostro adolorido
con las manos que comenzaban a inflamarse por las heridas infectadas.
Se
cubría la boca con las manos, tratando de acallar los sollozos que salían de su
garganta para no ser escuchada.
Miró
que debajo de la puerta quedaba una hendija entre la madera y el suelo, y
arrastró la carpeta persa del piso de su habitación taconándola por la
abertura, tapándola para que no fuera a
meterse algún animal de esos por ahí.
Se
quedó ahí, escondida en el ángulo detrás de la puerta con su torturada cabeza
apoyada a la pared, escrutando la completa oscuridad de la habitación en la que
se encontraba, pensando en su mamá, y en su papá… Neil ¡ojalá estuvieras aquí hermano!
El
recuerdo de su hermano la hizo sollozar penosamente de nuevo, pero se
apresuraba a secar las lágrimas de sus ojos con las palmas de sus manos; es que
lo salobre de las mismas le hacían arder las ya de por sí dolorosas heridas que
tenía por toda la cara.
¿Qué hubieras hecho hermano? ¿Tú habrías
sabido qué hacer? Apuesto a que no, y es que nunca vi a ningún insecto
comportarse de esta manera ¿¿Porqué los grillos están comportándose así?? ¿Por
qué están atacándome de esta manera? ¿Acaso creen que esta casa es su nido? Si,
a lo mejor es eso, creen que esta casa es su hábitat y que yo soy una intrusa.
Me han visto matar a sus congéneres
¡¡talvez me vieron hervir sus larvas!! ¿Querrán matarme? ¡Dios! Qué voy a
hacer… Neil, creo que si me vieras ahora, ya no tildarías de “irracional” mi
miedo a los grillos
Hacía
mucho frío, y mientras Eliza trataba de definir cómo demonios saldría de la
casa sin ser percibida o perseguida por la horda de ortópteros y sin congelarse
allá afuera, estiraba al máximo la falda de su maltratado vestido para que
cupieran lo más posible de sus piernas bajo él.
Era
imposible no tiritar, sus dientes castañeaban y su aliento era un vapor que se
materializaba al salir de su boca.
De
pronto entendió porqué tenía tanto frío.
Sintió
una ráfaga de viento agitar sus cabellos, y vio como la cortina del balcón se
levantaba con el viento.
¡Claro!
La había dejado abierta desde la mañana. Tenía que cerrarla o se moriría
congelada en lo que llegaba la mañana.
Pero
a lo mejor… ¿Qué tan alto estaba el balcón? ¿Y si intentaba escapar por ahí?
Justo cuando se incorporaba escuchó nuevamente el ruidito aquel en medio de la
penumbra del cuarto, y se quedó paralizada.
Los
eventos pasados hace menos de una hora la hicieron temblar, seguro no de frío
esta vez.
Escuchó
muy atentamente, no era un escándalo como se oía allá afuera, era un ruido
leve, un suave cri-cri que hasta agradable podría llegar a ser; pero no para
ella.
Bien,
al parecer era solamente uno. Uno seguro que no podría lastimarla ¿cierto?
Entonces lo que haría sería deshacerse de él y luego, buscar como abrigarse
para intentar escapar por el balcón. Pero no lograba definir de donde venía el
sonido, si quería deshacerse de él, tenía que verlo.
Si
encendía la luz, solo un minuto…
Alargó
su mano hacia donde ella sabía que estaba el interruptor de la lámpara de
techo, mientras aquel solitario grillito continuaba con su delicado cántico.
Logró
alcanzarlo y lo pulsó.
La
luz se encendió, revelando el horror que casi la hace perder la razón en medio segundo,
y es que ella no había logrado darse cuenta de que estaba metida en una trampa.
Las
cuatro paredes de su habitación, su cama, las ventanas, la chimenea, su ropero,
su cómoda, su escritorio, el techo, el piso del cuarto ¡¡todo!! Estaba tapizado
de grillos.
No
había ni un centímetro de habitación, excepto el punto exacto donde ella se
encontraba, que no estuviera cubierto por un insecto, y todos parecían mirarla
fijamente.
Eliza
se quedó muda, los gorgoteos de su llanto salían de su garganta sin hacer
sonido y eran como ligeros ahogos que ella no lograba controlar, así como el
temblor de su pecho y de todo su cuerpo.
Las
lágrimas salían profusamente de sus ojos desorbitados que miraban en todas
direcciones sin poder dar crédito fiel al horror que presenciaban.
Es
que ya no sabía ella, si lo que estaba viviendo era real o era una terrible y
diabólica pesadilla.
Al
final, un profundo y desgarrador grito se escapó de su garganta, seguido de
sollozos a gritos que salían de su pecho sin control mientras sus manos
estrujaban ya su vestido ya sus cabellos con tal fuerza que arrancaba mechones
enteros que se quedaban enredados en sus largos dedos.
De
inmediato buscó la puerta, giró la perilla varias veces y tiró de ella con
todas las fuerzas que le quedaban mientras gritaba y gritaba desesperada como
loca, pero la puerta no se abría… ni se abriría, mientras ella no quitara la
carpeta persa con que había taponado la hendija bajo la puerta.
Pero
eso era algo que en su desesperación, ella no alcanzaría a hacer.
La
negra horda empezó a descender de cada sitio donde se encontraba apostada y
empezó a reunirse en medio de la habitación como una marea, como un solo ser
gigantesco, repugnante e informe que palpitaba y respiraba al mismo tiempo,
acercándose a ella, acechándola.
Eliza
se dejó las uñas en la madera de la puerta de su propia habitación cuando con
horror vió que los grillos rápidamente reptaban hacia ella, y los sintió
subiendo por sus piernas, por sus muslos, invadiéndola bajo su vestido, y
enredándose en su largo cabello rojo, haciéndose nudos en él y confundiéndose
con los bucles de su pelo.
Nadie
escuchó los pavorosos gritos de Eliza Leagan mientras, con el último resquicio
de cordura que quizás le quedaba, se preguntaba una vez más
¿Por qué no me quedé en casa, en la
ciudad?
Aproximadamente
a las 10 am del día 31 de diciembre, el auto negro con la insignia de la
familia Leagan se estacionó afuera de la mansión Leagan en Lakewood.
Un
joven vestido completamente de negro, con guantes y gorra descendió del auto y
abrió la portezuela, dando ambas manos a la elegante dama que descendía para
ayudarla a que no se mojara su vestido en la elevada cantidad de nieve que
había acumulada.
La mujer
abrió la puerta de su casa y se asombró, al hallar las luces del recibidor
encendidas.
-¿Eliza?
– exclamó la mujer mientras se retiraba el llamativo sombrero violeta que
portaba.
-Señora
¿le dejo las maletas aquí o se las llevo a la habitación?
-Si
Howard, súbalas a mi cuarto por favor, luego puede retirarse a Chicago, espere
por mi esposo y mi hijo que estarán llegando mañana por la tarde.
El
joven subió por las escaleras raudamente mientras Sarah Leagan colocaba su
sombrero en el perchero y se retiraba los guantes.
Caminó
hacia la sala de estar, se complació de ver que, aparte de algo de polvo, todo
parecía estar en orden.
Vio
la puerta del estudio de su marido abierta.
-¡Eliza
hija! – dijo la mujer mientras caminaba hacia allí – vine a recibir el año
nuevo contigo hijita.
Sarah
entró al estudio y se extrañó de lo que vió.
Parecía
que alguien hubiera estado jugando al campamento ahí.
Una
tetera volteada sobre los leños de la chimenea, la bandeja de las galletas, un
jarro de café roto… no levantó el mantel que estaba tirado en la alfombra, de
haberlo hecho habría descubierto la mancha de vómito.
- Howard
¿vio a mi hija por arriba?- preguntó al joven cuando este ya bajaba
-No
señora ¿quiere que la busque?
-No,
no se preocupe, seguramente aun está dormida, ya la busco yo. Puede retirarse.
Sarah
subía las impecables escaleras de su casa, pero pudo percibir un olor extraño,
uno que no fue fácil de reconocer.
Humedad
seguramente, encierro. Había olvidado comentarle a sus hijos que siempre si les
había dado libre la Navidad y el fin de año a los empleados.
Por
eso en cuanto llegó a Chicago y le dijeron que Eliza se había ido a Lakewood,
supo que tenía que ir por ella, antes de que quemara la casa o algo así.
Justo
cuando llegó al cuarto de su hija, escuchó el automóvil alejarse por el camino.
Sarah
giró la perilla, pero por más que empujaba no lograba abrir la puerta.
Había
algo trabado en ella.
-¿Eliza?
¿Eliza estás ahí?- decía, mientras empujaba y tocaba con los nudillos al mismo
tiempo –Niña si estás ahí por favor abre.
Al
no recibir respuesta la mujer empezó a angustiarse, por lo cual siguió
empujando con más fuerza, hasta que logró entreabrir un poco la puerta y pudo
percibir en el piso, una de las manos de su hija, con largos mechones de cabello
rojo enredados en ellos.
- ¡¡Eliza!!
– gritó la mujer mientras seguía luchando por quitar lo que trababa la puerta -
¡¡¡Eliza hijita respóndeme!!!
Cuando
la puerta por fin cedió y la mujer pudo entrar, se horrorizó hasta las lágrimas
de lo que vió.
Su niña,
su preciosa niña tirada en el piso, descalza, con los cabellos hechos un
desastre, el vestido rasgado.
Casi
morada del frio que había recibido e infinidad de heridas por todo el cuerpo y
en el hermoso rostro de su hija.
Era
como si alguien hubiera atacado a su hija a golpes y la hubiera apuñalado por
todos lados con un pequeño alfiler horadando su piel y provocando cientos de
pequeñísimas heridas sangrantes e inflamadas.
-¡¡¡Hija!!!
Respondeme Eliza por dios ¡¡háblame!!- gemía la mujer, de rodillas con el
cuerpo de su hija en el regazo - ¡¡Eliza hija!! Eliza…
El
cuerpo de la muchacha se removió un poco, parpadeó ligeramente y logró abrir
los ojos inyectados de sangre.
- ¡¡Mi
amor!! ¡¡Mi amor!! – gimió la mujer besando la frente de su hija al verla despertar
- ¡¿Quién te ha hecho esto?! ¡¡Dimelo!! ¡¡quien!! Esto no quedará impune te lo
prometo mi cielo, quien te haya hecho esto pagará ¡¡te lo juro!! Dime quien
fue.
-Ma…
má…- logró apenas balbucear casi imperceptiblemente – ma…má… gri…gri…llos.
-¿Qué
dices mi cielo? No te esfuerces, aguanta por favor ¡¡¡Howard!!! ¡¡¡Howard!!!-
empezó a gritar la mujer sin recordar que hace un rato lo había despedido.
-¡Mamá!-
logró decir la chica en un susurro seco, gutural, como si le faltara la
respiración- ¡mamá… ve…vete!
Sarah
quedó de una sola pieza al escuchar a su hija; el rostro de su hija se
transformó, la angustia se dibujó en su cara, el horror absoluto, los ojos se
desorbitaron y boqueaba agónicamente como si tratara de conseguir aire.
- ¡¡Hija!!
¡¡Hijita qué te pasa!! ¡¡No me asustes Eliza por dios!! Respira Eliza ¡¡Respira
Eliza!!
La
mano de su hija se aferró como un grillete al adorno de pechera del vestido de
su mamá, arrancando los encajes con desesperación.
Sarah
no soltaba a su hija y se desesperaba hasta las lágrimas verla así.
De
pronto de la boca entreabierta y ya amoratada de su hija, empezó a brotar
sangre espesa y oscura, el pecho de la muchacha se convulsionó y se elevó como
si ella intentara incorporarse y de pronto los castaños ojos de Eliza quedaron
en blanco, la mano que aferraba el vestido de su madre cayó sin fuerza.
Sarah
abrazó el cuerpo sin vida de su Eliza sollozando a los gritos y clamando el
nombre de su hija, apretándola a su pecho y meciéndola como si fuera una niña
pequeña.
Pero
de pronto el cuerpo de la joven comenzó a temblar todo, Sarah la soltó un poco
para verla ¿acaso estaba reaccionando su niña?
De
pronto, ante sus ojos, la boca de Eliza se abrió de manera sobrenatural
horrorizando a su madre que se quedó estática sin lograr moverse, una nube de
grillos salió del interior de la garganta de su hija, cayéndole encima y
haciéndola gritar desaforada.
Ella
se levantó dejando caer el cuerpo de Eliza, del que continuaban saliendo una
cantidad de grillos impresionante, increíble, como si fuera obra de algún
conjuro diabólico.
Sarah
era presa de la gran horda que se le abalanzaba encima sin miramientos,
mientras el cuerpo sin vida de Eliza continuaba siendo víctima de los temblores
provocados por los infames animales que continuaban saliendo de su boca, de sus
oídos, de debajo de su vestido, sin parar y que iban cubriendo a Sarah Leagan
quien ya no pudo defenderse, cuando sus gritos desesperados fueron acallados
por la gran cantidad de grillos pardos que rápidamente se introdujeron por su boca,
ahogándola en cuestión de segundos.
La
mañana del 2 de enero, el auto de la familia Leagan una vez más se acercaba por
el camino a Lakewood, aun estaba en el carretero cuando el joven al volante
encendió la radio y para que él y su padre escucharan las noticias.
“…Tengan mucho cuidado los residentes
del área campestre de las inmediaciones del lago Michigan, pues hemos recibido
reportes de una plaga de grillos pardos que está asolando el sector. Mantengan
sus tanques de agua para consumo bien tapados, recomendamos telas metálicas en
puertas y ventanas y los alimentos a buen recaudo…”
-Caramba
– dijo Neil, quien conducía – si hay grillos en Lakewood, entonces llegaremos a
encontrarnos con un problema.
-¿Porqué
lo dices Neil? – preguntó su padre.
-Porque
Eliza le tiene terror a los grillos papá; debe de estar histérica.
Ambos
hombres rieron un poco ante el comentario.
-No
te preocupes hijo, ya sabes que tu hermana siempre ha sido un poco exagerada.
Lo cierto es que es raro una plaga de grillos, y aun siendo tan pronto.
Mientras
hablaba su padre, un grillito pardo habíase colado por una de las ventanillas
del auto; se había posado sobre el brazo del joven moreno, y de inmediato había
raspado sus patitas para emitir ese sonido tan característico.
-Sí,
es raro, pero así es la naturaleza. Lo que nunca he entendido es ese miedo tan
irracional que Eliza le tiene a los grillos. Si los animalitos no hacen nada
¿Verdad amiguito?
Justo
cuando el auto ingresaba a la propiedad Leagan, el pequeño grillito alzó vuelo
y se introdujo por la ventana abierta del balcón de la habitación de Eliza.
Dulces
Sueños…
Wendolyn
"...Y dijo el amo a sus horribles criaturas de correosas alas:
¡Id! toma
¡Id! toma