…
Cuando él volvió a casa las cosas ya no fueron lo mismo que antes.
Habían
pasado muchas semanas, yo casi había renunciado a esperar su regreso; había
vuelto a los callejones, había vuelto a los basureros. Casi había perdido toda esperanza.
Cuando
lo vi aparecer por las escaleras aquella última noche, supe que dios existía y
que no se olvidaba ni de su más humilde obra.
Pero ya
nada fue igual…
Permaneció
en cama durante días; no sé si dormía o no pero al parecer estaba muy cansado,
se notaba en su rostro demacrado y ojeroso, sus ojos azules ya no brillaban
como antes, su sonrisa había desaparecido. Ya no era él, y eso me dolía
terriblemente.
Era
como si su cuerpo hubiera vuelto pero su alma… sepa dios dónde se habría
quedado.
Como bien
lo había imaginado, ella, la bonita chica de las pecas, no volvió nunca más, y él pasaba cada vez más
tiempo fuera de casa y cuando estaba, dormía durante interminables horas.
Al poco
tiempo nos mudamos, y al llegar a nuestra nueva casa, aquella chica molesta lo
estaba esperando; aquella de la sonrisita coqueta que siempre andaba tras de
él.
Pero ella
tampoco era como antes, que revoloteaba cerca de él todo el tiempo. Ella
también estaba demacrada, también estaba triste. Había cambiado también.
No puedo
quejarme de la vida que tuve en ese nuevo hogar, poco a poco él fue recuperando
el semblante; nunca volví a ver aquel
brillo en su mirada pero al menos, parecía estar acoplado a su nueva condición.
Ella, para qué negarlo, hacía lo que podía por agradarlo e incluso conmigo era
buena y cariñosa, pero, si ni siquiera podía con su propia tristeza, era de
esperarse que no pudiera hacer nada por él.
Los
años pasaron y la vida se volvió monótona y gris. En casa se hablaba lo
necesario, se sonreía por compromiso, se saludaba por costumbre. Toda la casa
estaba llena de frío.
Yo no sé, porque los humanos siempre se inmiscuyen en situaciones que los
vuelven desdichados, muchas veces sentí deseos de abandonar ese lugar y no
volver. Los callejones no son tan cálidos y seguros, pero ciertamente eran
menos deprimentes.
Pero no, nunca me fui; yo había prometido quedarme
con él para siempre.
Él me
salvó la vida, me alimentó, me dio calor, un hogar ¡un nombre! Y yo, prometí
pagarle toda su bondad con mi amor incondicional y mi compañía hasta que
volviera a verlo sonreír.
Ella
era dulce. Triste, melancólica, lloraba mucho en especial en las noches de nieve.
Me
acostumbré al sonido de aquella silla extraña en la que siempre estaba sentada
y trataba de hacerle compañía pues la verdad, siempre estábamos solas.
Yo le tenía cierto aprecio pues nunca me trató mal, nunca fue cruel conmigo,
nunca me dijo cosas hirientes, siempre tuvo para mí una caricia y yo, que sé
devolver, nunca le negué las mías.
Pero a veces
cuando yo reposaba en su regazo, me contaba entre lágrimas, todo su dolor y su
enorme arrepentimiento.
Cuando
cayó en cama, de alguna manera supe que ya no se levantaría nunca más. No tenía
fuerzas, no tenía voluntad. Quería irse y yo lo sabía.
Permanecí a su lado durante días escuchando como su respiración se hacía cada
vez más leve.
Su corazón latía cada vez más lento, hasta que un día… nada.
Había sido tan hermosa, tenía la sonrisa dulce y la mirada brillante; y a ratos
aquella expresión entre tímida y pícara de quien sabe que está haciendo una
travesura indebida; pero poco a poco con el paso de los años, su juventud fue
muriendo, como muere una flor a la que arrancan de su mata y dejan abandonada
en cualquier rincón; se marchitó.
Para cuando su cuerpo dejó de emitir calor,
era solo una cáscara blanquecina… Se apagó, como una velita.
A su
despedida, vino muchísima gente… irónicamente, él y yo fuimos los únicos en
llorarla.
Durante
todos estos años siempre me pregunté qué era lo que había provocado todas las
cosas que vi a mi alrededor.
La tristeza de él, la enfermedad de ella, el hecho de que la chica de las pecas
no volviera nunca más ¡Nunca le hallé sentido! Nunca entendí dónde fue que todo
se torció, mi amo era feliz con aquella de las pecas, lo que sentían el uno por
el otro era palpable, podía sentirse como se siente el calor que emana de un
radiador. Era cálido y dulce, se sentía bien estar cerca de ellos, se estaba a
gusto.
En esta casa siempre hubo frío, nunca hubo ese calor especial. No entre ellos.
Ahora
que ella ya no está él dijo que no tiene más sentido quedarnos aquí, así que fuimos a buscar un nuevo hogar, lejos de toda
la tristeza y la agonía de todos estos años que quedará encerrada en este lugar
para siempre. No la llevaremos con nosotros ¡eso tiene que ser bueno!
Después,
aquel viaje tan largo y tan incómodo… menos mal él no cumplió todo el tiempo
con la ordenanza de mantenerme siempre en
una jaulilla ¡Me hubiera muerto! “ya no estás para estos trotes” me decía
cada noche mientras me acurrucaba a su lado y me envolvía en la manta, como
siempre; y tiene razón.
Los años no pasan en vano y en mí al parecer pasan muy
rápido.
Sólo espero poder cumplirle mi promesa…
Me
costó acostumbrarme al nuevo lugar, no me creía yo que luego de tantos años en
una casa tan lúgubre, de pronto estemos en un lugar tan lleno de luz.
Solo al entrar el ambiente era distinto, el calor de este lugar era auténtico,
un calor dulce y pronto comprendí la razón al verla recibirnos con lágrimas en
los ojos.
A veces
por las tardes, ella abre esa bonita caja llena de papeles y los lee uno por
uno; a veces se entristece pero siempre termina sonriendo, hasta que llega él y
entonces la casa se llena de risas.
Hoy,
luego de tantos años y todo lo que he visto durante ellos, nuevamente me doy
cuenta que dios existe y no se olvida de nadie, ni si quiera de mí.
De mí,
que alguna vez fui una pobre gata callejera a la que un joven aspirante a actor
recogió por lástima una noche de lluvia.
Hoy he
llegado a la conclusión de que la vida se encarga de poner cada cosa en su
sitio y que así sea tarde, todo termina como tiene que ser.
La casa
donde vivimos tiene un patio enorme lleno de narcisos entre los que me gusta
brincar hasta salir llena de polen
amarillo que luego ella delicadamente limpia con un paño mientras me acaricia y
alaba mis ronroneos.
Hoy no
me siento con ganas de brincar entre las flores, mis viejas patas ya no me
sostienen como antes y mi vista ya no es nada buena como para seguir
persiguiendo bichitos entre los narcisos, pero reposaré entre ellos porque hoy
huelen particularmente bien.
Mientras
la tarde comienza su crepúsculo, los percibo abrazándose en el umbral que da al patio; casi no puedo verlos pero siento el
calor que emanan sus cuerpos al abrazarse, ese calor suave, dulce. Esa sensación
de genuina felicidad.
¿Eres
feliz mi dulce amo? Ahora es como si hubieras vuelto de verdad ¡eres tú de
nuevo! Tus ojos brillan como cuando te conocí ¿era esto lo que te hacía falta,
era ella?
Durante
tantos años te he velado esperando verte sonreír de nuevo de esta manera, que
de pronto, con la paz que me invade al verte junto a ella, siento como si nunca
hubiera dormido y un dulce cansancio cae sobre mí.
Pero
abro los ojos de nuevo para poder mirarte por última vez. Ahora caigo en cuenta
de que yo también soy feliz ¡muy feliz!
Nunca
te dejé sólo, pagué mi deuda contigo, devolví amor con amor. Cumplí mi promesa
de estar contigo hasta verte ser feliz de nuevo, mi dulce amo… Ahora puedo
dormir en paz.
(Continuación
no oficial ni autorizada de “Gata Callejera”, de Fathmé Bucaram)
El zumbido de la pequeña nave competía con el latir acelerado de su joven corazón. La metieron en el dispositivo de escape casi que sin tener tiempo a preguntar nada; no alcanzó a besar a su madre, no alcanzó aferrarse a los fuertes brazos de su padre… no hubo tiempo de nada. No había aun tomado su puesto en el asiento de pilotaje ¿Qué iba a hacer ella? Si no tenía ni idea. Sólo se quedó ahí, arrinconada al pie de la escotilla donde había caído de rodillas luego de tanto gritar, golpear y llorar. Con las rodillas abrazadas al pecho no hacía más que llamar quedamente a sus progenitores. La computadora de la pequeña nave dio un aviso, algo de una explosión inminente y comenzó un conteo, su corazón latió con mucha más fuerza y sus sollozos llenaron el silencio de su soledad abrazándose a sí misma con tanta fuerza que se hacía daño. De pronto la nave comenzó a temblar incontrolablemente, luego ya no era un temblor eran literales brincos que la tumbaban de un lado a otro. Sus ojos oscuros se posaron en el asiento de pilotaje; lucía tan estable, tan seguro; pero ahora mismo no tenía manera de llegar a él. Aprovechó un fuerte tumbo de la nave para impulsarse hacia allí, aunque sabía que lo más seguro era que no lo lograría, pero debía intentarlo. Justo en ese instante una luz amarilla la envolvió, como si la envolviera un sol; algo golpeó fuertemente el vehículo y ella fue arrojada con fuerza contra el parabrisas. No supo más. Despertó sin tener noción alguna del tiempo que había estado sin sentido, intentó incorporarse pero un dolor en la espalda la hizo permanecer boca abajo en el suelo de la nave. Estaba a oscuras, completamente a oscuras. Ya no se veían aquellas miles de lucecitas de colores que alumbraban el tablero de mando, las bombillas interiores estaban apagadas, y el suave zumbido del motor había cesado por completo. Se quedó mirando a través del parabrisas ese mar negro e inmenso que tenía frente a sí, con su infinidad de colores en el horizonte, con sus luces brillando lejanas. Se incorporó lentamente hasta quedar de rodillas y con sus manos temblorosas echó hacia atrás su abundante cabellera color fuego. Una sustancia pastosa le endulzaba la boca y fue cuando se percató de que su nariz sangraba un poco. Miró hacia atrás, hacia donde ella creía que quedaba su hogar, pero no logró ver nada. A lo lejos una gran nube azul que parecía ser niebla o polvo, poco a poco se disipaba dejando a su paso coloraciones insospechadas veteando el negro espacio, y cientos de luces incandescentes, último vestigio de todo lo que acababa de morir y que algún día daría paso nuevamente a la vida… Se quedó embelesada mirando tanta belleza a su alrededor, toda esa profundidad, toda aquella inmensidad; cayendo cada vez más en cuenta de que toda la inmensa belleza que le rodeaba solamente le denunciaba que estaba sola, completamente sola y a la deriva, en medio del espacio infinito.
Sus
grandes ojos café oscuros se abrieron de pronto como si la bocanada de aire
fresco que acababa de ser recuperada por sus pobres pulmones los hubiera
abierto con algún mecanismo de resorte.
Por un
segundo se quedó así, estático, sintiendo como su cabello oscuro, algo largo;
se ondulaba con la brisa que barría el suelo de aquella montaña donde reposaba.
No
sentía nada, solo una sensación mágica que lo envolvía completo. Era plácida,
cálida, muy parecida a la paz. En su
mente ahora mismo no se movía nada, ni un pensamiento, ni una pregunta, nada;
lo único que sabía es que no deseaba desprenderse de esa sensación maravillosa
que pesaba en todos su cuerpo, que lo hacían sentir liviano, sin peso. Como si
cada músculo de su cuerpo estuviera completamente relajado.
No
escuchaba nada, no sentía nada, no pensaba en nada excepto en lo maravillosas
que se veían las estrellas sobre él.
Sus
hermosas pupilas oscuras se movieron recorriendo el firmamento que tenía
enfrente ¡Ah, qué belleza! Una estrella fugáz surcó el cielo anochecido dejando
su estela dorada tras de sí, sus labios
entreabiertos se curvaron en una leve sonrisa dejando el camino libre a la
minúscula gota de sangre que se escurrió por su maxilar.
De
pronto escuchó como un eco debajo de sí, pero no era debajo sino unos pesados
pasos que se acercaban. No le importó, no sabía quién era ni le interesaba. Él
sólo quería mirar las estrellas, ese mar azul profundo e infinito cuajado de
esquirlas doradas y plateadas que brillaban para él… sólo para él.
De
pronto un rostro se cirnió ante el suyo; apenas lo divisó, su atención estaba
puesta sólo en la bóveda celeste.
¡Anda! Si ese grupo de estrellas parece un
caballo ¡Sí, un caballo con alas! ¿Cómo es que se llama? Espera, yo lo sé, sólo
deja que recuerde… Eh hombre quítate de enfrente ¿no ves que me tapas el cielo
con esa cara que tienes?
De
pronto siente que vuela; sí, su cuerpo se eleva por el aire y va a caer más
allá entre unas rocas. No, no siente nada, sólo lamenta que su campo de visión
haya sido distraído un momento de las estrellas, de esas estrellas que le
llamaban tanto la atención.
¡Ah! Ahí estás de nuevo caballo alado ¡Qué
hermoso eres! Y cómo brillan los diamantes que te componen. Yo quisiera ser
como tú y volar ¡volar muy alto! Porque ya no quiero estar en tierra… ya no. No
sé por qué pero, ya no quiero… ya no quiero.
La
carota aquella otra vez se le planta enfrente.
¡Que no! Que te quites que no me dejas mirar…
La cara
aquella ríe, y él se pregunta ¿qué es tan gracioso? Un par de manazas bastas lo
levantan por la solapa del traje, mientras lo zarandean y él no siente nada.
No
siente las fracturas de sus huesos, ni la sangre manando de alguna hemorragia
interna que sólo los doses saben cómo es que no le ha matado aún. No siente,
está ya lejos de todo dolor, está en el límite, está parado en el umbral donde
todo lo que desea aquel que llega ahí, es paz, y el derecho a un poco de
belleza que acompañe su último camino.
“Pegaso”
escucha de pronto… ¡Sí! Ese es el nombre de esa figura que forman las
estrellas, y justo cuando intenta levantar el rostro para buscarla de nuevo, de
pronto un golpe en el rostro lo ciega, y otro, y otro y otro más; y llueven los
golpes sobre él dejándolo ciego e inmóvil, llevándolo cada vez más hacia aquel
lugar donde ya no hay golpe que duela, donde ya nada puede lastimarlo, donde ya
no siente nada.
Y
adentrándose en aquel túnel oscuro ve a los viejos amigos que hace mucho que
partieron “Pegaso” dicen “Pegaso” repiten y él no comprende ¿acaso ellos
también ven aquellas hermosas estrellas?
Seiya…
vuelve Seiya. Vuelve ¡¡vuelve!!
Seiya…
Seiya… ¡¡Seiya!! ¡¡¡SEIYAAAAAAAAAAAAA!!!
Como si
una aspiradora lo jalara hacia afuera, se aleja de aquellos que le hablan y de
pronto una punzada en el costado lo hace abrir los ojos para verse volando de
nuevo en los aires y caer más allá, besando el polvo con los labios
ensangrentados.
Abre la
boca intentando conseguir aire, pero sus pulmones duelen sólo de recibirlo. Al
intentar incorporarse algo suena en su interior y entonces comprende que uno
que otro hueso está hecho astillas. ¡Bah! Nada que no le haya sucedido antes.
Se
levanta con dificultad, no puede incorporarse del todo, la punzada en su
costado no ceja y la sangre manando de su boca apenas le deja espacio para
respirar. Pero está en pie de nuevo, y eso es lo que importa por ahora.
El
enemigo ríe nuevamente, alcanza a verlo y sí, es la misma cara asquerosa que le
impidió mirar las estrellas.
¿¡Por qué!?
¿¡Qué mal te he hecho yo!? ¿Era mucho pedir, mirar las estrellas un instante?
Un momento de paz ¿¿¡¡Era demasiado!!??
Del
recuerdo de sus amigos caídos, saca fuerzas de donde no, y de pronto importan
poco los huesos rotos que crujen una vez más dentro de su piel desgarrada; y la
sangre que mana de su interior debe menospreciarse, el dolor intenso, obviarse,
porque lo único que importa es salir con vida esta vez para luchar una vez más…
sólo una vez más.
Sus
hermosos ojazos café oscuros se posan nuevamente en la constelación que le
rige, que brilla hermosamente como animándole “¡Vamos muchacho! Tú puedes todavía ¡tú siempre puedes! ¡Ánimo!” parece
decirle mientras una hermosa sonrisa se posa en su rostro maltratado y una
lluvia de estrellas fugaces parecen escapar de entre sus manos, iluminándolo
todo a su alrededor, cegando al enemigo, dejándolo sin capacidad. Golpeándolo
en cada punto vital del cuerpo hasta que cae varios metros más allá, abatido;
sin saber, sin alcanzar siquiera a comprender qué demonios es lo que sucedió.
El
camino está libre ahora, y le parece que de lejos logra escuchar la voz de sus
compañeros que le esperan más adelante necesitándole siempre. Mientras le
parece escucharla a ella, a la causante de todos sus males a la que le ha
jurado su vida entera a cambio de su seguridad y la paz del mundo… ¡¡la paz del
mundo le importa un carajo!! Es ella solamente quien le importa, aquella de la
que sólo una mirada le basta para sentir bien pagado todo su sacrificio.
Ya casi
no puede más con su cuerpo, pero debe seguir; porque si ha sobrevivido ahora es
sólo para librar una nueva batalla. Siempre hay una nueva batalla que librar.
Se toma
un par de segundos para levantar el rostro y dejar que la brisa benévola seque
la sangre de sus heridas, ábre la boca intentando que sus pulmones se llenen de
todo el aire que puedan, pues cada vez que respiren podría ser la última, así
que lo aprovecha.
Abre sus ojos y un par de segundos sus pupilas se quedan clavadas a aquella
agrupación de estrellas que parece mirarlo de lejos.
“Quisiera ser como tú, quisiera ser libre y
volar alto ¡muy alto! Porque a veces, ya no quiero estar aquí… ya no quiero…”
Las
lágrimas brillan en sus pupilas pero mira hacia enfrente, ahora aun está aquí;
ya tiempo habrá de volar, de partir, de abandonar este mundo y entregarse al
descanso tan merecido; pero ahora sólo tiene una meta y es luchar ¡¡Luchar!!
Seguir luchando por ella hasta que ya no tenga fuerzas, hasta que ya no tenga
vida ¡¡Hasta el infinito, y más allá!! … por ella, sólo por ella.
¡Qué felices eran! Habían pasado tantos años juntos,
creciendo, madurando juntos como maduraba su amor a través del tiempo.
Desde aquella mañana en la cacería del zorro donde Candy fue dada a conocer
oficialmente como una Andrew, Anthony había tomado la decisión que marcaría el
destino de ambos y de toda la familia.
Primero que nada cumplió su promesa ¡cazó un enorme y
hermoso zorro color cobre brillante! El cual mandó a una peletera y en menos de
una semana tuvo Candy su nueva estola de piel con bonete a juego. Cuando
Anthony la colocó sobre sus hombros ¡¡le lució hermosa!! El color de la piel
del animal encendía las mejillas de la muchacha, de por sí coloreadas por el
suave rubor que siempre le provocaba tenerlo así de cerca.
La mirada de Candy se perdía en el mar azul de los ojos de
Anthony y ya ninguno tenía dudas de lo que les sucedía.
Por eso, el día que muy animado el muchachito organizó él
solo a las cocineras para que organizaran una gran cena, y envió a George con invitaciones
para toda la familia; a nadie le causó sorpresa que luego de la cena el
jovencito se levantara pidiendo atención a los presentes y, previo permiso de
la Tía Elroy, plantara la rodilla en tierra suplicando a la adolescente, le
otorgara la felicidad de ser su novia, y la promesa de ser su amada esposa
algún día.
Para nadie fue sorpresa… excepto para aquella muchacha que
desde niña había esperado con ansias esa misma propuesta, pero para ella.
- ¡No! – exclamó Eliza, perdiendo todo atisbo de dignidad –
No puede ser no con ella. Acepto que no me quieras, acepto que no vayas a
ser nunca para mí, pero con ella no ¡¡con ella no Anthony con ella no!! -
arrojó su copa al piso y salió corriendo del salón comedor directo al bosque.
Como siempre, empañando la felicidad de quienes la merecen
más que ella.
Dos días tardaron en encontrarla, pero a pesar de la genuina
preocupación de los jóvenes enamorados, ni eso empañó la gran felicidad de
saberse por fin novios y futuros esposos.
Ahora los años de noviazgo y compromiso habían pasado sin contratiempo, excepto
las rencillas naturales de toda pareja que habían sido fácilmente superadas.
Anthony, quien había estado en Boston viviendo los últimos años a causa de sus
estudios, volvía animoso como nadie y enamorado como el que más al que fuera su
hogar de siempre.
Hace tiempo que habían elegido el otoño como la época de sus
esponsales, pues fue en otoño cuando Anthony declaró su amor por ella y la
pidió como esposa.
Antes para Anthony, el otoño siempre había tenido tintes deprimentes pues su
amada madre había muerto en aquella época. Ahora, Candy la había convertido es
una estación de sonrisas, y cada otoño que venía y se iba, él era más feliz
pues sabía que cada vez faltaban menos para realizar ese sueño.
Ahora la fecha se había cumplido y si volvía a Lakewood ahora era solamente
para convertir a Candy en su esposa y no separarse de ella jamás.
Cual no fue su sorpresa al llegar, hallarse a Eliza Leagan
acomodada en la sala de la mansión; antes no era raro verla siempre ahí pero
desde aquella cena, ella nunca más había vuelto.
Le saludó como si nada ¡como los primos de toda la vida! Le tomó de la mano
mientras lo arrastraba por las escaleras explicándole como ella y la dulce
Candy, habían limado asperezas desde hace algunos años y ahora habían llegado a
ser tan pero tan amigas ¡que hasta sería su dama de honor!
Anthony, estupefacto, se dejaba llevar sin dejar de escuchar
a Eliza. La verdad que le parecía mentira pero al mismo tiempo, se alegraba de
que las cosas fueran así ahora.
“Candy querida, te tengo una sorpresa” dijo la pelirroja al
entreabrir la puerta de donde la pecosa cepillaba su cabellera. Cuando la
puerta se abrió para aparecer el apuesto Anthony, la muchacha se arrojó a sus
brazos feliz como nunca. Mientras él la abrazaba y se besaban sin ningún
recato, Eliza sonreía enternecida.
-¡Hay que brindar! – dijo Eliza en un momento – por el feliz
acontecimiento que se llevará a cabo ya mañana. Llamaré a Dorothy para que
traiga vino.
-Deja Eliza, iré yo – dijo Candy, antes de darle un dulce beso en los labios a
su ya casi marido y salir de la habitación rumbo a las escaleras.
- Eliza me dejas estupefacto… pero feliz, de que hallas
decidido compartir nuestra felicidad.
- Querido Anthony, yo era una niña tonta y caprichosa, conocer mejor a Candy me
ha hecho darme cuenta de muchas cosas. Solo quiero que me consideren parte de
su familia.
- ¡Siempre lo has sido prima! – dijo el muchacho abrazándola, por primera vez
en su vida, con genuina ternura.
Cuando llegó Candy con el vino, se sirvieron las copas y
Eliza levantó la suya.
-¡Por los novios! – dijo emocionada – porque sean felices
para siempre, como se lo merecen.
Chocaron las tres copas con su feliz sonido, y entre risas,
los tres bebieron del dulce néctar.
Charlaron un poco más, pronto sería hora de que Anthony se marchara al lugar
donde dormiría aquella noche, pues no debía estar cerca de la novia antes de la
boda.
Anthony de pronto pensó que debería irse ya; cosa rara en
esta época del año, comenzaba a hacer algo de calor. Discretamente se aflojó un
poco la corbata y se desabotonó la chaqueta, pero eso no parecía ayudar.
Necesitaba retirarse para poder ponerse cómodo, quizá tomar un baño fresco…
Las chicas seguían hablando y riendo como si nada, era claro que a ellas el clima
no les afectaba, mientras él estaba seguro que ya hasta estaba sudando.
Se pasó los dedos por los ojos, de pronto vio algo borroso
¿sería sueño? Sí seguro, acababa de llegar de viaje, con seguridad que estaba
cansado.
De pronto la poca luz que se filtraba por la ventana a esa hora de la tarde le
molestó; no sólo se sentía acalorado y agotado, sino que también estaba
comenzando a dolerle la cabeza. Qué raro.
- Será mejor que me retire…- dijo, haciendo atisbo de
levantarse, pero un vahído lo hizo casi perder pie.
- ¡Anthony! ¿Estás bien mi amor? – Candy lo sostuvo por el pecho revisando su
semblante.
- ¿Te sientes bien primo?
- No es nada, sólo un mareo…
- - Anthony ¿¡qué tienes amor!? Estás pálido.
- Anthony, qué te sucede estás sudando mucho.
- No sé… no puedo… Candy no puedo respirar.
Eso fue todo. El muchacho se arrancó la corbata y dos
botones de la camisa intentando obtener aire, mientras las dos muchachas
intentaban auxiliarlo entre gritos de desesperación.
Los ojos azules del chico se posaron en la bandeja donde estaba la botella de
Chardonay y las copas que se habían servido, con los ojos desorbitados y apenas
un hilo de voz logró apenas balbucear “el vino…”
Cayó de bruces a la alfombra arañando su propio cuello con
desesperación intentando obtener algo de oxígeno, sin éxito.
Los últimos gañidos débiles que salieron de su garganta, llevaban el nombre de
su amada. Luego, sus ojos azules perdieron la luz y sus labios dejaron de ser
pétalos de rosas.
Candy abrazó el cuerpo de su amado bañándolo en lágrimas, sollozando
desesperada, mientras de pie, Eliza, observaba la escena llorando desconsolada.
- Candy… qué has hecho… - dijo de pronto ella entre sollozos
- ¿por qué Candy, por qué? Si él te amaba, iban a ser felices ¡por qué Candy!
- Qué… de qué hablas Eliza – dijo la rubia, levantando la cara bañada en
llanto, sin creer las palabras que oía.
- Tú trajiste el vino… tú lo serviste. Yo te dije que llamaría a Dorothy para
que lo trajera pero te empeñaste en ir tú misma…
- ¡Eliza qué dices, los tres bebimos!
- Sí, los tres bebimos…pero sólo Anthony … ¡¡Dios Anthony está muerto!! Lo
hiciste tú ¡Tú! … ¡¡Tía Elroy!! ¡¡Stear!! ¡¡Archie!!
Eliza salió corriendo de la habitación llamando a sus
familiares, dejando a la confundida y adolorida joven con el cadáver de su
amado.
Eliza atravesó corriendo toda la mansión; se topó con su primo Archibald y
entre sollozos desesperados le gritó que Anthony estaba muerto; igual con su
primo Stear.
La muchacha atravesó toda la mansión diciéndole a quien quisiera oírla que
Anthony había muerto, que el vino… que la copa… que Candy ¡¡Candy fue!! ¡¡Candy
fue!!
Al final toda la gente de la casa subía en tropel por la
escalera, mientras ella salía de la casa.
Las rosas, como en todo otoño, se deshojaban penosamente. El viento hacía volar
los pétalos resecos por todo el jardín, como una manifestación mística; como si
el otoño mismo, las rosas y toda la naturaleza, llorara la partida de quien
tanto los había amado.
Eliza se paró en medio de las estatuas del jardín, dejando
que el viento otoñal secara sus lágrimas, recuperando la paz del pecho, los
latidos de su respiración agitada.
Hasta ella llegaron los alaridos de la Tía y los gritos de sus primos clamando
el nombre del bienamado Anthony.
Eliza miró atrás una sola vez.
- Te dije que con ella no Anthony… ¿Por qué no elegiste a
cualquier otra? ¡Cualquiera! Hasta la sirvienta me hubiera conformado, pero
ella no… ella no ¡te lo advertí! No podías ser de ella. No podía permitirlo. Si
no eras mío, de ella tampoco.
Esa infeliz tarde, fue la última vez que alguien vio a Eliza
Legan.
Estos pensamientos retumbaban una y otra
vez dentro de mi cabeza, mientras mis ojos veían aterrados, desorbitados, sin
poder creer, aquel horror que presenciaban…
Tenía casi 15 años y durante toda mi vida
había sido el niño mimado de toda la familia.
Habiendo perdido a mi madre a temprana edad
y sin haber conocido muy bien a mi padre, todo lo que siempre supe es que desde
muy niño quedé al cuidado de la tía
abuela Elroy ya que mi padre no podía hacerse cargo de mí.
No, nunca pudo…
…¡No puede ser! ¿Qué es esto? ¡¿Qué
brujería…?! ¡¡Qué demonios está pasando! Me preguntaba una y otra vez incrédulo.
Me hubiera quedado en la casa ¡¿Para qué
demonios había salido?!
Aquella noche me había despertado de
pronto, importunado, incómodo.
Miré a mi alrededor en la penumbra de la habitación
y de pronto me sentí sofocado, como encerrado.
Al incorporarme, noté que la almohada,
parte de la sábana y la camisa de mi pijama, estaban empapados de sudor.
Aparté de mí las mantas, me senté al borde
de la cama y posé mis pies desnudos en el piso helado; apenas lo hice sentí un
ligero alivio; en verdad me sentía sofocado.
Pensé “Seguro
que Stear de nuevo se ha dejado encendido el calefactor de su taller…” el
cual quedaba pared con pared con mi habitación.
Me pasé el dorso de la mano por la frente
enjugándome el sudor, y me desabotoné el pijama.
Agua, necesitaba agua ¡tenía una sed
terrible!
“¡Ah
Stear! Si no tuviera yo el sueño tan liviano, me matarías de una deshidratación
sin siquiera enterarte.” pensé; mientras, perdiendo
cualquier atisbo de modales, tomé la jarra de cristal del buró y bebí
directamente de ella, a tragos largos, sonoros y apurados.
Ligeros chorritos de agua corrieron por mi
barbilla y cuello mientras vaciaba completamente el recipiente.
Me puso en pie enjugando el agua de mi
cuello y apagué el calefactor de mi pieza.
Abrí la ventana y el viento helado entró de
golpe, agitando violentamente las cortinas y haciendo tambalear la lamparita
del buró; pero para mí fue como una caricia que me envolvió levantando, los
faldones de mi camisa y secando mi frente sudada.
Toqué mi rostro respirando profundamente y lo
sentí caliente, demasiado.
¿Fiebre? Qué raro, si nunca me había enfermado de nada en mi vida,
y además no me sentía mal.
Miré el paisaje ante mí; otoño, y la luna
llena.
Recordé la fecha y mis ojos buscaron el
reloj de pared: 02:15 am… Ya era mi día ¡acababa de cumplir quince años y en la
mañana mi vida cambiaría por completo!
Oh, cuando tuve aquel pensamiento, nunca
hubiera podido ni imaginar si quiera cuánta razón tenía; mi vida iba a cambiar
¡y de qué manera!
Sonreí al pensar en la comida especial y el
delicioso pastel de cumpleaños que con toda seguridad mi tía haría preparar; “Mi niño del otoño” solía llamarme.
Sí, yo había llegado con el otoño… y con el
otoño también mi mamá se fue, y cuando la perdí fue también la última de las poquísimas veces
que había visto a mi padre.
Volví mi vista a la ventana, la niebla
estaba muy baja y algo espesa, cubría todo el jardín. El viento seguía soplando
y yo ¡me moría de calor!
De pronto, quise salir… pero pensé ¿y si me
enfermaba? Al parecer tenía calentura, salir a esa hora, con ese clima y con
esa temperatura ¿y si me hacía daño? ¿Y si me daba un “mal aire”?
Al final decidí que no sucedería nada; yo nunca me había enfermado; nunca, de nada.
En cambio mamá…
… ¡NO! ¡NO! ¡¡No por favor dios, no!!
Ahí en la oscuridad del bosque, movía la
cabeza de un lado al otro en absoluta negación; negación que era inútil pues
mis ojos no podían negar el horror que miraban.
Cuando vi aquella piel clara cambiar a oscura,
cubrirse de hirsuto pelaje… ¡Dios! creí que enloquecería.
Mientras un sudor helado me rodaba por
rostro, y gruesas hebras de cabello se me pegaban tercas a las sienes; mi respiración
entrecortada y desesperada se materializaba en espesas volutas de vapor al
hacer contacto con el aire frío de aquella neblinosa madrugada…
Luego de que mamá muriera, me sentí muy
solo.
Poco se me hacían los regalos y las
postales que padre me enviaba ¡Lo quería a él!
Apenas aprendí a leer y escribir sin ayuda,
empecé a enviarle cartas pidiéndole que viniera por mí.
Padre, siempre me contestaba con amables y cariñosas palabras, diciéndome
cuánto me extrañaba y todo lo que me amaba; prometiéndome que algún día
estaríamos juntos.
“…
Espérame hijito querido; te prometo que un día será, mientras tanto sé un niño
bueno y obediente hasta que yo vaya por ti. Algún día, cuando tengas la edad
propicia, estaremos juntos. Mientras tanto, por favor ten paciencia.”
Pero ¿Cuándo sería eso? ¿A qué se refería
con eso? ¿Cuál es la edad “propicia” para que un hijo esté con su padre?
Cuando fuí un poquito mayor, creí comprender…
… Ahora hubiera preferido no haber salido
de casa. Estaba solo en medio del bosque, en medio de la madrugada, rodeado de
niebla, descalzo, medio desnudo y con aquel espectáculo horrible que
presenciaba.
Estaba transido de terror, nunca en mi vida
había estado tan asustado.
El corazón dentro de mi pecho palpitaba
desesperadamente, sin control alguno, mientras los jadeos de mi respiración
agitada eran cada vez más desesperados.
Un fuerte dolor comenzó a oprimir mi pecho,
sentía cómo la temperatura de mi cuerpo se había elevado considerablemente; antes
había pensado que tenía algo de fiebre pero esto ¡esto no era normal!
Ardía literalmente, sentía que me quemaba
por dentro, que me combustionaba completo.
Quería volver a casa, pero no podía ni moverse,
no podía; de pronto sentí mis pulmones contraerse dolorosamente como si una
mano por dentro los apretara y los exprimiera, deshaciéndolos, dejándolos
secos.
¡Me ahogaba! MI garganta se cerró del todo
y sentí tal opresión, como si las costillas mismas estuvieran contrayéndose
dentro de su pecho y aprisionando entre ellas mis pulmones, mi corazón ¡todo!
Amenazando con dejarme deshecho por dentro, solo una masa informe de carne
sanguinolenta.
Hubiera querido correr pero estaba
completamente estático, paralizado de dolor y de miedo.
Ya completamente desarmado, caí de rodillas a la hierba húmeda y fría, preso
de un dolor indescriptible, sin poder emitir sonido, mientras sentía que la
vida se me iba con el aire que mis pulmones no lograban obtener; mientras
aquella hórrida creatura de pesadilla continuaba transfigurándose, justo ante
mis ojos…
Algunos años después de que mamá muriera, y
yo ya no era tan pequeño como para no comprender algunas cosas, escuché una
conversación entre su tía Elroy y su hijastra Sarah.
-¡Fue una desgracia! – gemía la
tía – “Rosey” casada con ese… ¡hombre! Era obvio que nada iba a salir bien.
-Al menos Anthony está aquí a
salvo con usted, Sra. Elroy.
-Sí pero ¿¡por cuanto tiempo!?
Un día Vincent Brown vendrá y se llevará a
su hijo, y no podré impedirlo.
-Ni debería Sra. Elroy –
respondía Sarah – recuérdelo.
-Lo sé… ¡Nunca perdonaré a Vincent Brown! Digan lo
que digan estoy segura que la extraña enfermedad que mató a mi “Rosey” fue su
culpa. Él llegó solo a maldecir a nuestra familia… Infeliz ¡Maldito animal!
Yo, no comprendía porqué la tía se
expresaba así de mi padre ¿Por qué la enfermedad de mi madre sería culpa de papá?
Si lo fuera ¿no debería yo también estar
enfermo?
Pero no lo estaba, y nunca me había
enfermado de nada; era tan sano que
mientras los niños de mi edad ya padecían con las paperas, la escarlatina, el
sarampión; yo nunca había cogido ni una gripe.
Nada.
¿Por qué
tía Elroy ofendía a papá de
aquella manera?
Padre era un hombre bueno ¡Tenía que serlo!
Sino mamá no se hubiera enamorado de él… Sí, mi padre era bueno ¡No un animal
como ella le llamaba!
Me quedó claro entonces que mi padre era
más que non grato en su familia,
entonces creí comprender un poco las
palabras de aquella carta cuando se refería a una edad “propicia”.
Al parecer, si quería estar con mi padre
tendría que definitivamente esperar a ser mayor y que nadie pudiera impedirlo.
A esa edad decidí esperar; ya había
esperado bastante, así que haría como papá me pedía siempre en sus cartas;
esperaría, sería un niño obediente y sobre todo, tendría paciencia; mucha
paciencia…
… Me revolcaba en la hierba.
El fuego abrasador que me quemaba por
dentro, el dolor de todo mi cuerpo que parecía estarse partiendo poco a poco en
pedazos, el horror de lo que estaba viendo ante mí… ya al borde de la locura
solo atiné a implorar que, si habría de morir, sucediera pronto y no tener que padecer
más.
Como si tanta tortura no fuera suficiente;
creí en realidad enloquecer cuando vio ante mí aquellas dos horrendas garras
grises, cubiertas de pelaje y de largas uñas oscuras ante mi rostro.
Lo último que sentí, fue esas mismas garras
apoderándose de la piel de mi pecho; sentí las uñas horadándome la piel, rasgándome
con furia, arrancándome la carne a pedazos.
Por fin, después de tanto padecer, logré
tomar una gran bocanada de aire que ingresó casi dolorosamente y un grito desgarrador
salió de mi garganta con toda la fuerza
de la que podía ser capaz en un momento tan horroroso y desesperante.
Sin embargo a mis oídos, mi propio grito
sonó extraño, con tonalidades guturales; fue el grito más extraño que jamás
hubiera escuchado a ser humano alguno…
La última carta de mi padre había llegado
un par de días antes.
En una misiva anterior me había hecho una
maravillosa promesa: que el día anterior a mi décimo quinto cumpleaños, vendría
a verme.
Pero ¿era posible? Mi padre venía ¡¡Venía
por fin!!
¡Me volví como loco! hice maroma y circo
por toda la casa agitando la carta como bandera y mostrándosela a todos con
gran alegría.
Salí corriendo al jardín y me senté entre
las rosas de mamá a leerla por enésima
vez desde que la abriera, pero esta vez en voz alta; para que ella también
escuchara la noticia y gozara con mi alegría.
Solamente la tía Elroy pareció no recibir
muy complacida la noticia; se encerró en
sus habitaciones y pidió no ser molestada. Alguna mucama aseguró luego que la
había escuchado sollozar.
Preocupado, subí a tocar la puerta de su
pieza, pero ella no abrió ni me permitió la entrada, solo me pidió muy
amablemente que por favor la dejara descansar.
Ahora la nueva carta de papá anunciaba un
retraso; había tenido algunos problemas “personales” y no podía movilizarse así
sin más. Pero la espera no sería larga, apenas un día después de lo antes
prometido.
“…Iré
al día siguiente hijo, temprano en la mañana del día de tu cumpleaños, me
tendrás frente a ti. Te lo prometo.
Y
cualquier cosa que sucediera durante este día tan especial, por favor hijo, no
desesperes.
Ten
paciencia y comprende; yo llegaré a responder todas y cada una de tus
preguntas.
Te
prometo que por fin estaremos juntos…”
… Me quedó ahí tendido en la hierba, desmadejado,
sin atinar a moverme.
De pronto el dolor había desaparecido, un
suave calor me envolvía, pero ya no el calor abrasador de antes; sino uno suave
y confortable, como una suave colcha.
Aun sentía la hierba fría y húmeda debajo
de mi rostro y mis miembros, pero no me era molesta, y de hecho su aroma; aquel
aroma fuerte y dulce, me consolaba.
Poco a poco la respiración de mi pecho fue
regularizándose. Todo había terminado, no había más dolor, no había más
desesperación.
El aire entraba a raudales por mis fosas
nasales, y con él todos los maravillosos aromas del bosque que me rodeaba.
Había tanto silencio que a mis oídos
llegaba hasta el más ligero movimiento de los animalillos del bosque a los
cuales, sin necesidad de mirarlos, percibía por el sonido de sus pisadas.
Ya apaciguado, abrí los ojos esperando
hallar la oscuridad del bosque en penumbras, pero en vez de eso mis ojos
miraron a mi alrededor percibiendo cada rincón de la naturaleza que me rodeaba
con una claridad como si fuera pleno día, y la luz de la luna llena más
brillante que nunca.
Me puse en pie con cierta dificultad y
levanté la cabeza mirando todo en derredor.
¿Qué era lo que había sucedido? ¿Qué era
todo eso que acababa de suceder?
Caminé hacia un claro que se abría en medio del bosque mientras meditaba en que
ojalá mi padre llegara esa mañana como lo había prometido, de pronto pensé que
quizás quince años era una edad bastante “propicia” para que un hijo como
yo y un padre como el mío volvieran a
estar juntos ¡Y sí que tenía preguntas que hacerle!
Tenía sed; caminé un poco y llegué hasta el
lago, me incliné para beber un poco mientras miraba fijamente mi reflejo en el
agua clara.
¡Era fascinante!
Bebí tanto como quise sin poder dejar de
mirar la mirada de mis propios ojos en la superficie del agua y luego levanté
el rostro y me quedé embelesado con la belleza del gran orbe plateado sobre mi
cabeza.
¡¡Qué maravilla!!
Había observado la luna llena tantas veces
en mi vida, y nunca como ahora sentí tanta admiración, tanta adoración… un
sentimiento muy parecido al amor surgió en mi al observar la luna, tan bella,
tan brillante.
No puede ser…
soñar con caramelo
pensar en canela
y anhelarte…
Yo, nunca creí en la magia, ni tampoco en
los milagros…
Realmente nunca creí en nada; ni en la
magia, ni en milagros, ni en los duendes, ni en Papá Noel, ni en el amor a
primera vista… sobre todo en eso. No, nunca creí, hasta aquella mañana en que
levante la mirada de mi labor y lo vi pasar, justo delante de mi negocio.
¡Dios!
Estaba decorando un pastel que vendrían a
recoger en menos de media hora.
Era una tarta preciosa, un bizcocho de
vainilla relleno de leche condensada con limón, cubierto de merengue blanco y
pulcro, y decorada al tamiz con canela en polvo e hilos de caramelo.
Ya me había hecho un asco las manos con el
caramelo y creo que tenía canela por toda la cara, pero cuando lo vi pasar no
me importó nada de eso, y ya no supe de mí.
Mi mirada lo siguió como si cayera en un
trance imposible, fueron tan solo unos segundos, pero para mí fue un tiempo
eterno, como si toda la escena hubiera pasado en cámara lenta.
Cuando desapareció de mi rango visual, mis
piernas se movieron solas, corrí hasta la puerta con tal desesperación que ni
si quiera me percaté que tropecé el molino de canela que cayó rompiéndose y
esparciendo la especia por todo el suelo.
Logré llegar antes de que se fuera, lo
miraba a él, parado en aquella misma esquina, mirando su reloj con un poco de
impaciencia mientras esperaba un taxi.
Tan alto, tan bien puesto, tan elegante.
Tenía la piel bronceada, el cabello claro y sus ojos, eran dos brasas que sin
que me miraran, me quemaron. Como si fueran dos gotas de caramelo caliente
cayendo sobre mí y horadando mis sentidos, dejando su huella profunda e imperecedera, para siempre… Caramelo.
Sin siquiera pensarlo y sin dejar de
mirarlo, me llevé los dedos a la boca; mis dedos, cubiertos de caramelo dulce y
oscuro; y quien me hubiera mirado en ese momento, con seguridad hubiera pensado
que ideas nada inocentes poblaban mi mente en aquel momento… no, no lo hubieran
pensado.
Lo hubieran adivinado, que es diferente.
Así comenzó ese día; un día que comenzó
como cualquier otro día, pero que se volvió especial dejando en mi memoria, el
recuerdo de su maravillosa imagen, la cual volvería para torturarme cada vez
que mi olfato percibiera el dulce y picante aroma de la canela que se había esparcido
por todo la pastelería, o que mi boca probara aquel inconfundible sabor a
caramelo de azúcar.
Sí, de ahora en adelante para mí ese hombre
olía a canela, y (Dios me perdone) sabía a caramelo.
Uno nunca entiende a los demás, hasta las
cosas le suceden.
Como yo, que nunca entendí cómo iba a ser
posible que una de mis amigas se enamorara perdida y apasionadamente de un
actor de telenovelas, por el cual lloraba y sufría, cuando ni si quiera le
conocía.
Bueno, ahora la entiendo y me gustaría
tenerla enfrente para decirle “Te
comprendo amiga, porque ahora me está pasando a mí.”
Y este no era un actor de telenovelas, pero
era casi tan inalcanzable como si lo fuera.
Vivía en el condominio de enfrente; no
sobra comentar que ubico mi pastelería en uno de los sectores más acomodados del
centro de la “Ciudad de los Vientos” y ese condominio es de los más elegantes
del sector.
Como a la sonrisa y el contoneo de caderas
de una mujer, pocas veces se les niega nada; máxime si van acompañadas de
trufas de chocolate recién horneadas, no me fue difícil que el viejo portero
del condominio me diera algo de información.
Pero, no sé si obtenerla fue bueno o malo.
Leagan… Neil Leagan.
Y no cualquier Leagan.
De los Leagan emparentados con los Andrew
de Lakewood ¡todos unos magnates!
Eso, debió haber bastado para que
cualquiera con cinco gramos de sentido común, desvaneciera cualquier
aspiración, pero ¡ah no! No para mí.
Que desde el departamento que me servía de
vivienda arriba de la pastelería, pasaba asomada a la ventana, atisbando entre
las barajas de la persiana sus movimientos, en especial al anochecer, cuando
lograba verlo volver a su casa, pero nunca solo.
Al parecer al joven Leagan le encantaban
las mujeres; ok, eso no es malo, lo extraño sería lo contrario; pero eso en
lugar de darme una esperanza, solamente me mandaba aún más debajo de donde ya
me encontraba, pues las damas que tenían el privilegio de acompañarlo eran las
más hermosas y elegantes de toda la ciudad.
¿Qué esperanzas para una simple repostera?
Quizás, bien vestida y arreglada; quizás.
Pero ¿ser una más? No sé… estaba ya tan loca que a lo mejor eso me bastaría,
sin embargo no me atrevía.
Hubiera sido como, tener en frente el más
delicioso de los postres y tener que conformarse con solo una probada, con solo
un pequeño mordisco cuando lo que deseas es devorarlo todo; en esos casos es
preferible no probar y no conocer nunca de lo que se perdió, que hacerlo y
desearlo desesperadamente para siempre.
Y es
que un solo mordisco, no… un solo mordisco no iba a satisfacerme.
De verlo pasar un día sí y otro también,
siempre a las mismas horas, el negocio no aguantaba ya más tartas echadas a
perder por los temblores que me provocaban esos tres o cuatro segundos al día
en que yo era completamente suya.
¿Para qué seguir alimentando un fuego que
nunca iba en verdad a arder?
Contraté a alguien para el mostrador y me
confiné a la cocina, pero no me fue mejor.
Allí rodeada de especias y azúcar, no podía
sino pensarlo más; me consolaba imaginando que estaba conmigo, que me hablaba y
yo le respondía, me inventaba fantasías donde él halagaba mis dotes culinarias
y los sabores de mis dulces, donde las fresas con chocolate eran preparadas
especialmente para él, y mis cerezas con crema eran su perdición más grande.
Me inventaba un mundo erótico-romántico,
una dimensión de pastel y chocolate, otro plano astral conformado por lechos de
merengue, cereza y fudge donde él me
amaba y yo a él, recorriendo todo su cuerpo bronceado, revolviendo sus cabellos
castaños, repetir su nombre una y otra vez en su oído; Neil… Neil… y escuchar el mío con vehemencia de sus labios.
Un mundo dulce y caliente solo nuestro, donde
sus ojos de caramelo no quemaban a ninguna otra mujer ni su aroma picante a
canela no exacerbaba las ganas de nadie más que yo.
Al final, terminaba el día llorando,
saliendo de mis estúpidas fantasías a sabiendas de que eran solo eso, sentada
frente al reverbero que día y noche mantenía el caramelo líquido sin hervir, en
el cual me mojaba dolorosamente los dedos primero y luego los posaba sobre
montículos de canela en polvo espolvoreada sobre la mesa, para después
llevármelos a la boca y llorar a lágrima viva la certeza de que era así y solo
así, como lograría tenerle.
Me confiné a la cocina… pero nada podía
evitar que cada atardecer, oculta tras las barajillas de la persiana de mi
habitación, conociera cada uno de sus movimientos.
Una noche lo vi llegar solo, bajó del taxi
y se quedó en la entrada de su edificio como pensativo, lo vi voltear y podría
jurar que miró hacia aquí. No, qué va a mirar, soy yo que estoy volviéndome
loca.
Nada podía ya rescatarme de él… no, nada
podía rescatarme de mí.
Un día mi ayudante al cerrar, me dijo que
venía un cliente todos los días, preguntaba por mí y compraba media docena de
“tejas” pero a mí me daba lo mismo si la pastelería quebraba o comenzaba la
tercera guerra mundial, yo seguía sin estar para nadie.
Agarré la bolsa de harina y el molde para
las tejas, si era cliente fijo lo menos que podía hacer era mantenerle el
stock.
Pero al día siguiente, ella se reportó
enferma ¿qué hacer, cerrar o atender?
……………………………………………………………………………………………………
No puede ser…
agitar un deseo profundo
abanicar un fuego oculto
que nunca podrá arder de verdad…
Yo, nunca me consideré un ser sentimental.
Esas ridiculeces del amor a primera vista y
las almas gemelas para mi eran pavadas.
Para mí, solo existía lo palpable; la piel,
el placer, las sensaciones; las mujeres
existían para admirar la belleza en ellas cuando la poseían y para compartir el
mutuo placer, nada de sentimentalismos ridículos. El amor y todo lo que
conllevaba esa palabra eran meras fantasías, que solo servían para llenarlo a
uno de inconvenientes.
Por eso, la última vez que sentí mariposas
en el estómago… las envenené con whiskey.
Pero bien dicen que nunca se comprende a
los demás, hasta que las cosas le suceden a uno.
Nunca me imaginé que mudarme al centro de
la ciudad me llevaría a encontrarme con los tan temidos sentimientos a los que
le había dicho adiós hace tiempo.
Cada mañana a las ocho en punto, pasaba por
el frente de aquella pastelería; al principio era solo para admirar de reojo
las tartas y los dulces de sus vitrinas y que yo, por mera vanidad, no me
permitía.
Luego, el motivo cambió.
Y todo fue por culpa de aquel aroma a
caramelo que brotaba del lugar aquella mañana, tal vez, si el olor no hubiera
sido tan delicioso, jamás me habría acercado tanto a aquella vitrina, y jamás
la habría visto.
Nunca había visto un cabello tan negro y
una piel tan blanca… no, nunca la había visto.
Salía de la cocina con un bizcocho de
chocolate en una charola; sonreía, lo que para mí significaba que seguramente le
había quedado delicioso.
Traía la frente algo sudorosa y una mancha
de harina en la nariz que solamente la volvió aún más apetitosa; sí, apetitosa
como un pequeño pastelillo de crema; porque solamente de pensar que toda ella debe
oler a pastel de cumpleaños… la marca del calor de mi aliento quedó grabada en
el vidrio de su vitrina de “magdalenas.”
Cada mañana pasaba frente a su negocio,
solo para verla, para verla de reojo; para mirarla así de relámpago en la
fracción de los tres o cinco minutos que me tomaba pasar por allí y llamar a un
taxi; porque, tengo un Porsche pero usarlo
no me permitiría verla.
¿Qué por qué no entraba a la pastelería?
¿¡Qué no es obvio!? ¡Estaba sucediendo! Estaba sucediendo otra vez, me estaba
prendando de algo que no me pertenecía, de una mujer que ni si quiera sabía que
yo existía y la verdad, no quería que lo supiera.
No quería que supiera que vivía ahí
enfrente, en un condominio de $2,500 al mes.
No quería que supiera mi nombre, ni que
emparento con una de las familias más acaudaladas del mundo.
No quería que supiera nada de mí… estaba
harto de mujeres que sólo me buscaban para tratar de asegurarse el futuro
¡Harto!
Ella, con su cabello tan negro y su piel
tan blanca, ataviada siempre con aquel sencillo delantal blanco y su sonrisa
tan hermosa y tan sencilla provocada por cosas tan simples como un bizcocho
bien hecho, era especial.
No, yo no la conocía, tal vez era la mujer
más tierna del mundo, tal vez era una arpía, una cazafortunas; yo no sabía nada
de eso y la verdad, no quería arriesgarme a averiguarlo; en mi fantasía ella era perfecta, y prefería
que continuara así y no descubrir algo que hubiera hecho que mis fantasías se
rompieran como un espejo estrellado en el piso, en mil pedazos.
Cada mañana, me subía al taxi con la imagen
de su rostro en mi memoria, y su recuerdo me acompañaba durante todo el día.
Me la imaginaba a veces, que venía a mí con
un gran platón de fresas en chocolate; se acercaba a mí con su hermosa sonrisa
de nácar y con aquella mancha de harina en la nariz; la cual me dejaba limpiar
con ternura, y luego, como si fuera yo un cachorro que come de la mano de su
ama, comía de su mano las fresas que había preparado para mí, solo para mí.
Luego, probaba sus labios ¡dulces como
cerezas en almíbar! Y enredaba mis manos en su larga cabellera negra olorosa a
confites, aspiraba el aroma de su piel, el cual no definía yo si era a leche, a
bizcocho, a vainilla ¡qué sé yo! … a caramelo caliente.
Esos tres o cinco segundos, eran lo mejor
de mi día.
A veces, no puedo negarlo, mis instintos de
varón conquistador me empujaban a invitar a alguna dama a mis dominios.
Dama de la que por su puesto rara vez
recordaba su nombre, los caballeros no deben tener memoria ¿sabías?
Bueno, la penosa verdad, es que no los
recordaba porque para mí todas eran ella.
Ella, que se entregaba a mí en una fantasía
llena de azúcar, y en otra cubierta de chocolate o merengue.
¿Eso me vuelve un pervertido? ¡Ja! A mí qué
me importa, todos tienen derecho a soñar.
Algunos sueñan con autos de lujo, otros con
viajes, otros con mujeres o con fajos de billetes… yo ya tengo todo eso, así
que tengo derecho a soñar con mi pastelera… mi pastelera.
Hace varios días que ella ya no está cuando
paso, hay otra, una muchacha sencilla y amable que sonríe pero no como ella.
Pulcra, integra, bien peinada y siempre
impoluta… nunca la he visto con una mancha de harina en la nariz y eso, me pone
triste.
¡Tengo que saber qué ha sido de ella! Son
ya demasiados días.
Me llama la atención la campanilla que
suena cuando ingreso al local ¡Qué detalle tan delicioso! Una costumbre
muy vintage
que no se usa ya hace tiempo.
Qué raro, no es como lo había imaginado;
siempre me pareció que este lugar debería oler como la mismísima fábrica de
chocolate del gran Willy Wonka en la fantasía de Roald Dahl , y sin embargo,
hay un cierto aroma a cloro mezclado con “Pinoclean”
con algo que parece ser vainilla a la distancia ¿o será azúcar? Es igual; no es
lo que me imaginaba.
Pregunté por la joven que trabajaba antes,
y la chica me confirmó que era la propietaria, pero que por ahora no podía
ocuparse y que por un tiempo estaría ella a cargo.
¿Cuánto? ¿Cuánto era un tiempo? ¿Una
semana, un mes, un año? ¿¡Cuánto, maldita sea!?
No, no le hice esas preguntas. Qué sabía
ella, qué culpa tendría, qué le iba a estar yo preguntando nada.
Para disimular el entuerto he llevado media
docena de tejas acarameladas… ni sé qué son, pero me da lo mismo, las regalé al
portero de la empresa cuando llegué a trabajar.
Los días pasaban y de ella, ni la sombra.
Más o menos una vez a la semana entraba yo
a preguntar algo; averigüé su nombre, la dirección hubiera sido demasiado
sospechoso, y siempre me llevaba las mismas tejas acarameladas… pobre chica,
debe pensar que son mis favoritas; qué pensaría si supiera que ni si quiera las
pruebo.
Una mañana de tan harto que estaba, agarré
con furia la bolsa de las tejas y agarre una; me la llevé a la boca y le di un
mordisco furioso… nunca en mi vida había probado algo así.
La deliciosa masa cubierta de la suave y
crujiente capa de caramelo, se deshizo en mi boca transportándome al cielo, no
recuerdo la última vez que probé algo tan delicioso.
De pronto, la imagen de mi pastelera con su
delantal blanco y su alegre mancha de harina, llenó mi mente y una dulce
sensación, más dulce aún que el caramelo de las tejas, se posó en mi corazón.
¡Este era el sabor! No cabía duda, el sabor que no lograba definir
de mis fantasías, el sabor de su piel era este; a galleta de vainilla cubierta
de caramelo y un poco de canela molida… Sí, así sabía esta mujer ¡Deliciosa!
………………………………………………..
Abrí la pastelería aunque mi ayudante no
viniera; la verdad, porque era preferible estar ocupada que no hacer nada y
pensar en tonterías.
Empezaría el día con un gran “Sacher.”
Chocolate con chocolate sobre chocolate…
¡Mmm…! A todo amante de los dulces le gusta un buen trozo de esta pecaminosa delicia
y, modestia aparte, me queda deliciosa.
El caramelo como siempre, en su reverbero;
habían galletas que bañar, magdalenas que decorar; el caramelo siempre es
necesario, además, ya no puedo prescindir de su aroma y de su sabor.
Cuando la campanilla de la puerta sonó ya
no supe yo si fantaseaba de nuevo a causa del olor del caramelo, o estaba en
vez teniendo una pesadilla; no había usado canela molida en todo el día,
sin embargo su aroma, aquel aroma dulzón y picante… ¡Dios! Creí que me desmayaría.
……………………………………………………………………………………………
¡Caramelo!... fue lo primero que pensé
cuando atravesé la puerta de aquella pastelería y su alegre campanilla me dio
la bienvenida, pues ese aroma me llenó los sentidos metiéndose hasta por mis
poros.
Ella estaba ahí ¡Estaba ahí! Y yo no iba a
desaprovechar la oportunidad de verla de cerca después de tanto tiempo; de
hablarle ¿sería su voz igual de dulce que en mis fantasías?
Y ni rastro del olor a cloro o a “Pinoclean”, todo el local olía a
vainilla, y a chocolate, y a canela molida y a caramelo caliente… y ella ahí,
con su delantal blanco y una enorme torta de chocolate entre las manos
manchadas de harina y cocoa.
……………………………………………………………………………………………………
Pero no sé
cómo viviría conmigo misma
Cómo me perdonaría a mí misma
si tú no te vas…
¡Por favor no me hagas esto! Él estaba
entrando ¡justo él! ¿¡Por qué!?
Dios, no tienes idea de lo que estás
haciendo, si él se acerca… si se acerca demasiado yo…
¡Jamás me perdonaré por lo que podría
llegar a ser capaz de hacer!
Vete por favor, vete… que no sé de lo que
soy capaz si no das la vuelta ahora mismo.
………………………………………………………………………………………………………….
Me acerqué a ella saludando cordialmente,
como siempre hago; como hacía con la otra, pero ella no levantó la mirada de
aquella tarta de chocolate.
Tenía las manos llenas de harina y cocoa y
fudge; cuando me acerqué completamente confirmé todas mis sospechas; toda ella
olía a bizcocho.
No me pude resistir, cerré los ojos y
acerqué mi rostro a su cabello; chocolate y frutas confitadas ¿cerezas? Sí,
quizás cerezas también.
Era ella quien llenaba el local completo
con el aroma que años de hacer tortas y dulces le habían dejado impregnado en
todo su ser.
¿Por qué no me miras? ¿Qué no ves que estoy
aquí por ti?
Digo su nombre como si lo hubiera dicho
todos los días de mi vida, más bien, deseando hacerlo.
La conozco, es la primera vez que la tengo
enfrente pero conozco todo de ella, no me hace falta saber nada más para
conocer lo que quiero, es ella lo sé… es ella.
………………………………………………………………………………………………………
Conozco tu nombre
conozco tu piel
conozco la manera
en estas cosas que empiezan
¡No te acerques! No por favor, no te
acerques tanto a mí… ¡ese olor! ¿Por qué hueles así? ¿De dónde has sacado ese
delicioso aroma a canela? Es como si tu piel, tu cabello ¡todo tú! Estuvieras
hecho de canela pura.
¿Cómo sabes mi nombre… Neil?
¿Cómo sé yo tu nombre? Yo, no me acuerdo,
me parece que lo sé de toda la vida ¿sabías tú el mío de toda tu vida?
Cómo es de extraña la pasión; siempre, y
hasta hace solo cinco segundos estaba segura que me arrojaría encima de ti
presa de un frenesí incontrolable y sin embargo, estar así tan cerca aspirando
el aroma que emanas solo hace que me sienta en completa paz, como si por
primera vez en la vida estuviera en el momento y lugar donde siempre he tenido
que estar.
O sea aquí, frente a ti; perdiéndome en el
mar ardiente de tus ojos de caramelo.
…………………………………………………………………………………………………………
El amor y todo lo que conlleva esa palabra,
solo sirve para llenarlo a uno de problemas…
Bien, seguro en un problema me estoy
metiendo; la pregunta ahora es ¿querré salirme luego de él?
Tienes aquella mancha de harina en la nariz
¿la limpiaré? Te ves tan linda con ella, pero ha sido parte de mis sueños así
que…
……………………………………………………………………………………………………
Su mano rozando mi rostro ha hecho que
despertara de una especie de ensoñación, solo para darme cuenta de manera
palpable que es real.
Neil Leagan está aquí frente a mí, ha
tocado mi piel con sus manos de canela pura y me sonríe como si me conociera de
toda la vida.
Cuidado; si te acercas más ten cuidado con
lo que haces que tanto autocontrol no tengo y estás tentando tu suerte… una
sola probada no va a bastarme.
…………………………………………………………………………………………………………
¡Cerezas en almíbar! Yo conozco este sabor,
conozco este aroma, conozco estos labios, esta piel… la conozco, es ella no me
caben ya más dudas.
¿Y qué si sus manos llenas de harina y
cocoa manchan y endulzan mi traje caro?
Si ahora mismo puedo asegurar una sola
cosa; adentro de esa cocina y con las ideas que sé que ambos tenemos, el traje
caro va a quedar que ni la mejor tintorería de Chicago podrá con él.
Lo siento, han sido ya demasiadas
fantasías; es hora que hacerlas realidad.
……………………………………………………………………………………………………………………………..
Ni si quiera alcancé a poner el cartel de
“cerrado”
Bien no importa, los clientes suelen
entender que no hay nadie luego de tres o cuatro llamadas.
Prometo no abrir mañana, y quizás tampoco
pasado mañana…
Yo no creía en la magia, ni tampoco en los
milagros…
…………………………………………………………………………………………………………
Esas ridiculeces del amor a primera vista y
las almas gemelas, eran para mi pavadas…
… Y sin embargo, nos estamos amando.
No puede ser…
soñar con caramelo
pensar en canela
y anhelarte…