…
Cuando él volvió a casa las cosas ya no fueron lo mismo que antes.
Habían
pasado muchas semanas, yo casi había renunciado a esperar su regreso; había
vuelto a los callejones, había vuelto a los basureros. Casi había perdido toda esperanza.
Cuando
lo vi aparecer por las escaleras aquella última noche, supe que dios existía y
que no se olvidaba ni de su más humilde obra.
Pero ya
nada fue igual…
Permaneció
en cama durante días; no sé si dormía o no pero al parecer estaba muy cansado,
se notaba en su rostro demacrado y ojeroso, sus ojos azules ya no brillaban
como antes, su sonrisa había desaparecido. Ya no era él, y eso me dolía
terriblemente.
Era
como si su cuerpo hubiera vuelto pero su alma… sepa dios dónde se habría
quedado.
Como bien
lo había imaginado, ella, la bonita chica de las pecas, no volvió nunca más, y él pasaba cada vez más
tiempo fuera de casa y cuando estaba, dormía durante interminables horas.
Al poco
tiempo nos mudamos, y al llegar a nuestra nueva casa, aquella chica molesta lo
estaba esperando; aquella de la sonrisita coqueta que siempre andaba tras de
él.
Pero ella
tampoco era como antes, que revoloteaba cerca de él todo el tiempo. Ella
también estaba demacrada, también estaba triste. Había cambiado también.
No puedo
quejarme de la vida que tuve en ese nuevo hogar, poco a poco él fue recuperando
el semblante; nunca volví a ver aquel
brillo en su mirada pero al menos, parecía estar acoplado a su nueva condición.
Ella, para qué negarlo, hacía lo que podía por agradarlo e incluso conmigo era buena y cariñosa, pero, si ni siquiera podía con su propia tristeza, era de esperarse que no pudiera hacer nada por él.
Ella, para qué negarlo, hacía lo que podía por agradarlo e incluso conmigo era buena y cariñosa, pero, si ni siquiera podía con su propia tristeza, era de esperarse que no pudiera hacer nada por él.
Los
años pasaron y la vida se volvió monótona y gris. En casa se hablaba lo
necesario, se sonreía por compromiso, se saludaba por costumbre. Toda la casa
estaba llena de frío.
Yo no sé, porque los humanos siempre se inmiscuyen en situaciones que los vuelven desdichados, muchas veces sentí deseos de abandonar ese lugar y no volver. Los callejones no son tan cálidos y seguros, pero ciertamente eran menos deprimentes.
Pero no, nunca me fui; yo había prometido quedarme
con él para siempre.
Él me
salvó la vida, me alimentó, me dio calor, un hogar ¡un nombre! Y yo, prometí
pagarle toda su bondad con mi amor incondicional y mi compañía hasta que
volviera a verlo sonreír.
Ella
era dulce. Triste, melancólica, lloraba mucho en especial en las noches de nieve.
Me
acostumbré al sonido de aquella silla extraña en la que siempre estaba sentada
y trataba de hacerle compañía pues la verdad, siempre estábamos solas.
Yo le tenía cierto aprecio pues nunca me trató mal, nunca fue cruel conmigo, nunca me dijo cosas hirientes, siempre tuvo para mí una caricia y yo, que sé devolver, nunca le negué las mías.
Yo le tenía cierto aprecio pues nunca me trató mal, nunca fue cruel conmigo, nunca me dijo cosas hirientes, siempre tuvo para mí una caricia y yo, que sé devolver, nunca le negué las mías.
Pero a veces
cuando yo reposaba en su regazo, me contaba entre lágrimas, todo su dolor y su
enorme arrepentimiento.
Cuando
cayó en cama, de alguna manera supe que ya no se levantaría nunca más. No tenía
fuerzas, no tenía voluntad. Quería irse y yo lo sabía.
Permanecí a su lado durante días escuchando como su respiración se hacía cada vez más leve.
Su corazón latía cada vez más lento, hasta que un día… nada.
Había sido tan hermosa, tenía la sonrisa dulce y la mirada brillante; y a ratos aquella expresión entre tímida y pícara de quien sabe que está haciendo una travesura indebida; pero poco a poco con el paso de los años, su juventud fue muriendo, como muere una flor a la que arrancan de su mata y dejan abandonada en cualquier rincón; se marchitó.
Permanecí a su lado durante días escuchando como su respiración se hacía cada vez más leve.
Su corazón latía cada vez más lento, hasta que un día… nada.
Había sido tan hermosa, tenía la sonrisa dulce y la mirada brillante; y a ratos aquella expresión entre tímida y pícara de quien sabe que está haciendo una travesura indebida; pero poco a poco con el paso de los años, su juventud fue muriendo, como muere una flor a la que arrancan de su mata y dejan abandonada en cualquier rincón; se marchitó.
Para cuando su cuerpo dejó de emitir calor,
era solo una cáscara blanquecina… Se apagó, como una velita.
A su
despedida, vino muchísima gente… irónicamente, él y yo fuimos los únicos en
llorarla.
Durante
todos estos años siempre me pregunté qué era lo que había provocado todas las
cosas que vi a mi alrededor.
La tristeza de él, la enfermedad de ella, el hecho de que la chica de las pecas no volviera nunca más ¡Nunca le hallé sentido! Nunca entendí dónde fue que todo se torció, mi amo era feliz con aquella de las pecas, lo que sentían el uno por el otro era palpable, podía sentirse como se siente el calor que emana de un radiador. Era cálido y dulce, se sentía bien estar cerca de ellos, se estaba a gusto.
En esta casa siempre hubo frío, nunca hubo ese calor especial. No entre ellos.
La tristeza de él, la enfermedad de ella, el hecho de que la chica de las pecas no volviera nunca más ¡Nunca le hallé sentido! Nunca entendí dónde fue que todo se torció, mi amo era feliz con aquella de las pecas, lo que sentían el uno por el otro era palpable, podía sentirse como se siente el calor que emana de un radiador. Era cálido y dulce, se sentía bien estar cerca de ellos, se estaba a gusto.
En esta casa siempre hubo frío, nunca hubo ese calor especial. No entre ellos.
Después,
aquel viaje tan largo y tan incómodo… menos mal él no cumplió todo el tiempo
con la ordenanza de mantenerme siempre en
una jaulilla ¡Me hubiera muerto! “ya no estás para estos trotes” me decía
cada noche mientras me acurrucaba a su lado y me envolvía en la manta, como
siempre; y tiene razón.
Los años no pasan en vano y en mí al parecer pasan muy
rápido.
Sólo espero poder cumplirle mi promesa…
Sólo espero poder cumplirle mi promesa…
Me
costó acostumbrarme al nuevo lugar, no me creía yo que luego de tantos años en
una casa tan lúgubre, de pronto estemos en un lugar tan lleno de luz.
Solo al entrar el ambiente era distinto, el calor de este lugar era auténtico, un calor dulce y pronto comprendí la razón al verla recibirnos con lágrimas en los ojos.
Solo al entrar el ambiente era distinto, el calor de este lugar era auténtico, un calor dulce y pronto comprendí la razón al verla recibirnos con lágrimas en los ojos.
A veces
por las tardes, ella abre esa bonita caja llena de papeles y los lee uno por
uno; a veces se entristece pero siempre termina sonriendo, hasta que llega él y
entonces la casa se llena de risas.
Hoy,
luego de tantos años y todo lo que he visto durante ellos, nuevamente me doy
cuenta que dios existe y no se olvida de nadie, ni si quiera de mí.
De mí,
que alguna vez fui una pobre gata callejera a la que un joven aspirante a actor
recogió por lástima una noche de lluvia.
Hoy he
llegado a la conclusión de que la vida se encarga de poner cada cosa en su
sitio y que así sea tarde, todo termina como tiene que ser.
La casa
donde vivimos tiene un patio enorme lleno de narcisos entre los que me gusta
brincar hasta salir llena de polen
amarillo que luego ella delicadamente limpia con un paño mientras me acaricia y
alaba mis ronroneos.
Hoy no
me siento con ganas de brincar entre las flores, mis viejas patas ya no me
sostienen como antes y mi vista ya no es nada buena como para seguir
persiguiendo bichitos entre los narcisos, pero reposaré entre ellos porque hoy
huelen particularmente bien.
Mientras
la tarde comienza su crepúsculo, los percibo abrazándose en el umbral que da al patio; casi no puedo verlos pero siento el
calor que emanan sus cuerpos al abrazarse, ese calor suave, dulce. Esa sensación
de genuina felicidad.
¿Eres
feliz mi dulce amo? Ahora es como si hubieras vuelto de verdad ¡eres tú de
nuevo! Tus ojos brillan como cuando te conocí ¿era esto lo que te hacía falta,
era ella?
Durante
tantos años te he velado esperando verte sonreír de nuevo de esta manera, que
de pronto, con la paz que me invade al verte junto a ella, siento como si nunca
hubiera dormido y un dulce cansancio cae sobre mí.
Pero
abro los ojos de nuevo para poder mirarte por última vez. Ahora caigo en cuenta
de que yo también soy feliz ¡muy feliz!
Nunca
te dejé sólo, pagué mi deuda contigo, devolví amor con amor. Cumplí mi promesa
de estar contigo hasta verte ser feliz de nuevo, mi dulce amo… Ahora puedo
dormir en paz.
(Continuación
no oficial ni autorizada de “Gata Callejera”, de Fathmé Bucaram)